En estos últimos años, una serie de estudios y
publicaciones han rescatado la meritoria labor llevada a cabo por algunos
diplomáticos españoles a favor de la población judía.
nuevatribuna.es | José Ramón Villanueva Herrero
| 16 Diciembre 2014 - 12:14 h.
En estos últimos años, una serie de estudios y
publicaciones han rescatado la meritoria labor llevada a cabo por algunos
diplomáticos españoles a favor de la población judía durante la Shoáh, el Holocausto
nazi, entre ellos, los aragoneses Ángel Sanz Briz y Sebastián de Romero
Radigales. Pero, mientras que es bien conocida la actuación del
zaragozano Sanz Briz a favor de los judíos húngaros por lo que fue
llamado “el ángel de Budapest”, no lo es tanto la de Romero Radigales,
natural de la localidad oscense de Graus y que tuvo también un importante papel
humanitario a favor de los judíos sefardíes en la Grecia ocupada por los
nazis durante la II Guerra Mundial y del cual una excelente biografía de Matilde
Morcillo nos ha recuperado la memoria de este ilustre aragonés.
Sebastián Romero Radigales (1884-1970) procedía de una
familia originaria de Barbastro con amplia vocación política: su padre fue
senador vitalicio durante la Restauración y su hermano José fue diputado por
Huesca en varias ocasiones durante el reinado de Alfonso XIII y llegó, más
tarde a ser ministro con la CEDA durante el Bienio Negro republicano. Pero
Sebastián no encaminó sus pasos hacia la política sino por la diplomacia:
su primer destino fue el de cónsul en Bulgaria (1925) y, posteriormente fue
destinado a Moldavia (1927), San Francisco (1929-1933) y Chicago (1934). Pero
el destino que marcaría su vida sería Grecia: primero, durante la guerra civil
española, como agente del Gobierno franquista (1937-1939) y, desde abril de
1943, como Cónsul General de España, en plena ocupación alemana del país
heleno.
Romero Radigales fue un diplomático afín al régimen franquista (al
igual que Sanz Briz) pero ambos tuvieron en común su ayuda y solidaridad para
con el pueblo judío víctima del Holocausto lo cual les impulsó a actuar de
forma valiente y decidida a favor de éstos, lo cual le llevó a
enfrentarse no sólo con las autoridades alemanas de ocupación, sino también con
sus superiores en el Ministerio de Asuntos Exteriores franquista, que por
entonces era un fiel seguidor de la estela político-militar de las potencias
nazi-fascistas. Como señalaba Eduardo Martín de Pozuelo, la noble
actitud de Romero Radigales era consecuencia de la “naturalidad de quien
cumple con su deber y está impregnado de una profunda humanidad y fe”.
En medio de la tragedia de la II Guerra Mundial en Grecia, Romero
Radigales se empeñó, a título personal y sin ningún apoyo del Gobierno de
Franco al que representaba, en salvar a los judíos sefarditas de Atenas y
Salónica que tuvieran ascendencia española. Constantes fueron sus
enfrentamientos con el embajador alemán en Atenas el cual se quejaba ante su
ministerio de la “resistencia” del diplomático español y pedía a Berlín que
“presionase” a las autoridades franquistas “para que instruyeran a Romero” y
así “frenar sus interferencias” en la cuestión judía. Pero las “interferencias”
del cónsul oscense, a pesar de múltiples dificultades dieron sus
resultados y así, logró liberar de la boca del infierno hitleriano al que
parecían estar condenados a casi 800 judíos que hubieran acabado sus días en
los campos de exterminio nazis y sobrevivieron a la Shoáh.
Un lugar latía de forma especial en el corazón de Romero Radigales:
la ciudad de Salónica, importante símbolo del judaísmo sefardí de la Diáspora y
que en aquellas fechas, como señala Isaac Revah, uno de los judíos
salvados por nuestro cónsul, era , “en la práctica una ciudad española” habida
cuenta de la importante presencia de la comunidad sefardí, de los judíos
expulsados de Castilla y de Aragón, la más influyente en una población
donde la casi mitad de sus habitantes eran judíos y cuya lengua común era
el judeo-español. Una Salónica en la cual era destacable la presencia de los
descendientes de los judíos expulsados de Aragón en 1492, el conocido como “Cal
Aragón”, tal y como nos recuerdan las investigaciones de Adela Rubio y
Santiago Blasco, una comunidad que contaba con su propia sinagoga y en la
que los descendientes de los judíos aragoneses “hasta hoy se llaman con orgullo
saragosanos (sic)” según el testimonio de Abraham Salom Yehuda. Pero todo
cambió tras la ocupación nazi de Salónica (9 abril 1941) que supuso el
asesinato del 95 % de su población judía ya que, entre marzo-junio de 1943,
unos 48.000 judíos salonicenses que fueron deportados a un fatídico
destino: el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.
Fue por estas fechas, cuando Romero Radigales, recién nombrado
Cónsul en Atenas (abril 1943), pasó a la acción y logró trasladar a 150
sefardíes de Salónica a Atenas desde donde más tarde pudieron ser enviados a la
entonces Palestina británica y otros 235 pudieron mantener con vida en Atenas
hasta el final de la guerra. También logró la repatriación de 365 judíos
sefardíes que se hallaban en el campo de Bergen-Belsen, el mismo en el que
murió Ana Franck, y que, después de múltiples penalidades, llegaron a
España en febrero de 1944 con visados de transito, que no de residencia puesto
que el régimen franquista no los admitía, para más tarde hallar refugio en el
Protectorado de Marruecos o en diversos países de América. A la vez, Romero
Radigales se encargó de organizar el depósito de los bienes y valores de todos
los repatriados para evitar que se apoderasen de ellos los nazis y que, una vez
acabada la guerra, se encargó de devolverlos a sus propietarios o herederos.
La clara actitud pronazi del régimen franquista permitió el exterminio de
la otrora floreciente comunidad judía de Salónica, la ciudad más
“judeoespañola” del Mediterráneo oriental, cuya responsabilidad debería de
martillear la conciencia de todos aquellos que cometieron y consintieron esos
crímenes. Ahí están, a modo de denuncia, las cartas secretas cruzadas del
ministro de Asuntos Exteriores Gómez Jordana y del embajador
franquista en Berlín (Ginés Vidal) desoyendo y criticando las
desesperadas súplicas de Romero Radigales para que España interviniera
para evacuar a los judíos perseguidos por la barbarie nazi. Y, sin embargo,
vencidas las potencias fascistas al final de la II Guerra Mundial, el
oportunismo del régimen franquista pretendió, con notable éxito, aprovecharse
de las acciones individuales llevadas a cabo por algunos diplomáticos españoles
como fue el caso de los aragoneses Sanz Briz o Romero Radigales para, a
pesar de que nunca contaron con el apoyo y la colaboración de sus superiores,
para presentar a la dictadura de Franco como “salvadora de los judíos” en
un contexto internacional hostil tras la derrota de las en otro tiempo
amigas potencias fascistas.
Finalmente, la historia hizo justicia: denostó al franquismo por sus
crímenes y por su connivencia con el fascismo internacional y, por el
contrario, se reconoció la noble labor llevada a cabo por Romero Radigales. Es
por ello que el pueblo judío honra su memoria y el pasado 30 de septiembre,
tuvo lugar en Jerusalén la ceremonia de proclamación póstuma del cónsul oscense
como Justo entre la naciones, distinción que Israel concede a aquellas personas
que, no siendo de confesión o ascendencia judía, ayudaron al los judíos durante
la Shoáh. De este modo, el grausino Sebastián de Romero Radigales se convertía
en el cuarto español que recibe este honroso título después de que fuesen honrados
anteriormente, por actuaciones similares, los diplomáticas José Ruiz
Santaella, Eduardo Propper de Callejón o el zaragozano Ángel Sanz Briz.
Si Israel honra a Romero Radigales, también debería de hacerlo su Aragón natal
honrándole con alguna calle o centro educativo que lleve el nombre este
aragonés universal, cuya historia y su memoria merece ser conocida y recordada
como ejemplo para futuras generaciones.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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