Darío Díaz Álvarez | Economista. Gabinete Técnico CCOO
de Asturias
nuevatribuna.es
| 28 Febrero 2014 - 14:12 h.
Cuando
hablamos de la Unión Europea y, sobre todo, cuando reflexionamos o hacemos mera
teoría sobre su “incierto” futuro, nos olvidamos, muchas veces, de su origen,
de la razón de ser de la Comunidad Económica Europea (su primera
definición), en fin de la historia, de su historia y siempre está bien recordar
(aunque sea reiterativo) el porqué nació la U.E. y cuál es su filosofía en la
actualidad, tras el fracaso de la puesta en marcha de una Constitución, tan
sólo superada con la aprobación, en 2007, del Tratado de Lisboa, cuya entrada
en vigor lo situamos a finales de 2009. Tratado que se debe aplicar en 28
Estados a 500 millones de ciudadanos.
Pero fue en
junio de 1954 el año en el que Robert Schuman pronunció su famoso discurso que
sirvió para poner las primeras piedras del proceso de construcción europea,
inaugurada con el Tratado de Roma hace ya 57 años, cuya Acta fue suscrita por
seis países: Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Holanda.
Si desde el
ámbito político hay un claro consenso en señalar como principal argumento de la
puesta en marcha de la Región europea, la superación del riesgo de guerra
intraeuropea, lo que significó asegurar la paz desde 1945, otra aportación
política (Francisco Comín, “El dilema histórico de Europa:
integración frente a conflicto”. Gaceta Sindical nº 18) ha sido difundir
y consolidar los regímenes democráticos en el continente europeo. Para entrar
en el club, la Unión Europea siempre ha exigido a los países aspirantes la
previa democratización de sus instituciones políticas; por eso España, que ya
solicitó la entrada en 1962, tuvo que esperar a la muerte de Franco para
iniciar las negociaciones.
Junto a las
dos premisas anteriores se consolida, en sus inicios, un amplio consenso entre
las fuerzas políticas del momento para la creación de un “modelo social
europeo” que trataría de afianzarse con la “malograda” Constitución Europea.
Si bien el
Tratado de Lisboa incorpora gran parte de los grandes principios fijados en la
Constitución: “La Unión tiene por objetivo promover la paz, sus valores y el
bienestar de sus pueblos.(…).Obrará en pro de una Europa caracterizada por un
desarrollo sostenible basado en un crecimiento económico equilibrado, en una
economía social de mercado altamente competitiva y en un nivel elevado de
protección y mejora de la calidad del medio ambiente. Combatirá la marginación
social y la discriminación y fomentará la justicia y la protección social, la
igualdad entre mujeres y hombres, la solidaridad entre las generaciones y la
protección de los derechos del niño. La Unión fomentará la cohesión económica,
social y territorial y la solidaridad entre los Estados miembros”, es
evidente que la actual crisis económica ha hecho mas vulnerable y débil a la
Unión Europea.
En efecto,
Europa se enfrentó a la peor crisis económica que haya conocido en la reciente
historia y en su incapacidad para resolver los problemas que afectaron a las
capas más débiles de la sociedad, al menos las que residen en el Sur y este de
Europa, se muestra y demuestra los enormes defectos y déficits por los que
atraviesa la lenta y a veces “parada” construcción europea.
Sobre estos
temas no puedo dejar de mencionar y recomendar dos estupendas monografías
editadas por CC.OO. a través de su revista Gaceta Sindical. “La Unión
Europea en la encrucijada”, nº 13 y ¿Qué Europa queremos? nº 18.
Tomando este
último título como referencia y ante las perspectivas de unas nuevas elecciones
con plena vigencia del actual Tratado de Lisboa vamos a exponer algunas ideas,
casi telegráficas, de lo que debería ser una Unión Europea que realmente
defienda los grandes principios arriba señalados.
Comenzando
con la “tormenta de ideas”, debemos darnos cuenta que ahora, más que nunca, las
instituciones europeas han de hacer frente no solamente a una economía
globalizada cuyo centro neurálgico no se encuentra en la capital de cada uno de
los países integrantes, sino a un amplio temario y problemas cuya resolución
exige una política común sin apriorismos, pero sin imposiciones de los países
más potentes, puesto que nos sería imposible resolver, divididos, temas como la
escasez de recursos, la deforestación, el desempleo juvenil y el de larga
duración, el cambio climático, la política migratoria, las desigualdades
sociales y hasta el agotamiento de la pesca.
Bajo este
panorama suena a retórica y falta de voluntad llegar a un mínimo consenso en
materias imprescindibles para la buena gobernanza europea como es el caso de la
unión bancaria o financiera, a la que hay que añadir ya el resto de políticas
comunes como la fiscal, políticas sociales y de empleo, así como una nueva
política de cohesión social, económica y territorial, para lo que sería
necesario establecer otro marco presupuestario mucho más generoso que el actual
que apenas llega al 1% del PIB europeo.
Tenemos que
ser conscientes que para que esto ocurra debemos dar un vuelco total al
criterio de que estamos ante una Unión Económica y Monetaria donde la política
se subordina a los intereses económicos de los países más potentes. Desde este
punto de vista, el primer paso esencial y necesario pasaría por la unión
política europea y, por supuesto, por un nuevo enfoque de las instituciones
europeas en las que el papel esencial sería desempeñado por el órgano
legislativo (el Parlamento Europeo) y el ejecutivo (la Comisión) y en el que el
Parlamento no solamente sería el encargado de elegir al Presidente de la
Comisión sino de controlar y sancionar la política seguida por los Comisarios.
En una segunda fase se podría llegar a elegir directamente mediante sufragio
universal al propia Presidente.
En
definitiva “hagamos real lo imposible” y quienes quieran poner piedras en el
camino mejor que se queden fuera, aunque la experiencia nos dice que casi todos
los países se quieren incorporar a la U.E. pero muy pocos lo quieren abandonar.
Es verdad
que necesitamos más Europa, pero tal como señala Daniel Cohn-Bendit (El País
4-09-2013) “Europa únicamente va a cambiar cuando unos candidatos políticos
con mentalidad europea en las elecciones para los Gobiernos de sus países estén
de acuerdo en delegar el poder a unas instituciones verdaderamente europeas. No
hay mejor terapia para luchar contra el antieuropeísmo xenófobo que “empezar
a actuar como europeos y el primer paso sería comenzar a votar, no como
ciudadanos españoles, franceses o alemanes, sino como ciudadanos europeos.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario