sábado, 1 de marzo de 2014

LA UE O EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE INVIERNO

Darío Díaz Álvarez | Economista. Gabinete Técnico CCOO de Asturias
nuevatribuna.es | 28 Febrero 2014 - 14:12 h.
Cuando hablamos de la Unión Europea y, sobre todo, cuando reflexionamos o hacemos mera teoría sobre su “incierto” futuro, nos olvidamos, muchas veces, de su origen, de la razón de ser de la Comunidad Económica Europea (su primera definición), en fin de la historia, de su historia y siempre está bien recordar (aunque sea reiterativo) el porqué nació la U.E. y cuál es su filosofía en la actualidad, tras el fracaso de la puesta en marcha de una Constitución, tan sólo superada con la aprobación, en 2007, del Tratado de Lisboa, cuya entrada en vigor lo situamos a finales de 2009. Tratado que se debe aplicar en 28 Estados a 500 millones de ciudadanos.
Pero fue en junio de 1954 el año en el que Robert Schuman pronunció su famoso discurso que sirvió para poner las primeras piedras del proceso de construcción europea, inaugurada con el Tratado de Roma hace ya 57 años, cuya Acta fue suscrita por seis países: Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Holanda.
Si desde el ámbito político hay un claro consenso en señalar como principal argumento de la puesta en marcha de la Región europea, la superación del riesgo de guerra intraeuropea, lo que significó asegurar la paz desde 1945, otra aportación política (Francisco Comín, “El dilema histórico de Europa: integración frente a conflicto”. Gaceta Sindical nº 18) ha sido difundir y consolidar los regímenes democráticos en el continente europeo. Para entrar en el club, la Unión Europea siempre ha exigido a los países aspirantes la previa democratización de sus instituciones políticas; por eso España, que ya solicitó la entrada en 1962, tuvo que esperar a la muerte de Franco para iniciar las negociaciones.
Junto a las dos premisas anteriores se consolida, en sus inicios, un amplio consenso entre las fuerzas políticas del momento para la creación de un “modelo social europeo” que trataría de afianzarse con la “malograda” Constitución Europea.
Si bien el Tratado de Lisboa incorpora gran parte de los grandes principios fijados en la Constitución: “La Unión tiene por objetivo promover la paz, sus valores y el bienestar de sus pueblos.(…).Obrará en pro de una Europa caracterizada por un desarrollo sostenible basado en un crecimiento económico equilibrado, en una economía social de mercado altamente competitiva y en un nivel elevado de protección y mejora de la calidad del medio ambiente. Combatirá la marginación social y la discriminación y fomentará la justicia y la protección social, la igualdad entre mujeres y hombres, la solidaridad entre las generaciones y la protección de los derechos del niño. La Unión fomentará la cohesión económica, social y territorial y la solidaridad entre los Estados miembros”, es evidente que la actual crisis económica ha hecho mas vulnerable y débil a la Unión Europea.
En efecto, Europa se enfrentó a la peor crisis económica que haya conocido en la reciente historia y en su incapacidad para resolver los problemas que afectaron a las capas más débiles de la sociedad, al menos las que residen en el Sur y este de Europa, se muestra y demuestra los enormes defectos y déficits por los que atraviesa la lenta  y a veces “parada” construcción europea.
Sobre estos temas no puedo dejar de mencionar y recomendar dos estupendas monografías editadas por CC.OO. a través de su revista Gaceta Sindical. “La Unión Europea en la encrucijada”, nº 13 y ¿Qué Europa queremos? nº 18.
Tomando este último título como referencia y ante las perspectivas de unas nuevas elecciones con plena vigencia del actual Tratado de Lisboa vamos a exponer algunas ideas, casi telegráficas, de lo que debería ser una Unión Europea que realmente defienda los grandes principios arriba señalados.
Comenzando con la “tormenta de ideas”, debemos darnos cuenta que ahora, más que nunca, las instituciones europeas han de hacer frente no solamente a una economía globalizada cuyo centro neurálgico no se encuentra en la capital de cada uno de los países integrantes, sino a un amplio temario y problemas cuya resolución exige una política común sin apriorismos, pero sin imposiciones de los países más potentes, puesto que nos sería imposible resolver, divididos, temas como la escasez de recursos, la deforestación, el desempleo juvenil y el de larga duración, el cambio climático, la política migratoria, las desigualdades sociales y hasta el agotamiento de la pesca.
Bajo este panorama suena a retórica y falta de voluntad llegar a un mínimo consenso en materias imprescindibles para la buena gobernanza europea como es el caso de la unión bancaria o financiera, a la que hay que añadir ya el resto de políticas comunes como la fiscal, políticas sociales y de empleo, así como una nueva política de cohesión social, económica y territorial, para lo que sería necesario establecer otro marco presupuestario mucho más generoso que el actual que apenas llega al 1% del PIB europeo.
Tenemos que ser conscientes que para que esto ocurra debemos dar un vuelco total al criterio de que estamos ante una Unión Económica y Monetaria donde la política se subordina a los intereses económicos de los países más potentes. Desde este punto de vista, el primer paso esencial y necesario pasaría por la unión política europea y, por supuesto, por un nuevo enfoque de las instituciones europeas en las que el papel esencial sería desempeñado por el órgano legislativo (el Parlamento Europeo) y el ejecutivo (la Comisión) y en el que el Parlamento no solamente sería el encargado de elegir al Presidente de la Comisión sino de controlar y sancionar la política seguida por los Comisarios. En una segunda fase se podría llegar a elegir directamente mediante sufragio universal al propia Presidente.
En definitiva “hagamos real lo imposible” y quienes quieran poner piedras en el camino mejor que se queden fuera, aunque la experiencia nos dice que casi todos los países se quieren incorporar a la U.E. pero muy pocos lo quieren abandonar.

Es verdad que necesitamos más Europa, pero tal como señala Daniel Cohn-Bendit (El País 4-09-2013) “Europa únicamente va a cambiar cuando unos candidatos políticos con mentalidad europea en las elecciones para los Gobiernos de sus países estén de acuerdo en delegar el poder a unas instituciones verdaderamente europeas. No hay mejor terapia para luchar contra el antieuropeísmo xenófobo que “empezar a actuar como europeos y el primer paso sería comenzar a votar, no como ciudadanos españoles, franceses o alemanes, sino como ciudadanos europeos.”

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