sábado, 1 de marzo de 2014

ESTA UNIÓN NO ES EUROPEA

nuevatribuna.es | 28 Febrero 2014 - 12:39 h.
Al buscar en las raíces de la soñada unidad europea, hay quien se remonta al imperio romano con bastante frivolidad o al tiempo en que los Papas daban el visto bueno de parte de Dios a quienes iban, en su nombre, a gobernar la tierra. También están quienes citan a un analfabeto del calibre de Carlo Magno, a Carlos I de España y V de Alemania evocando, en su primera etapa, el nombre egregio de Erasmo de Rotterdam. Y sí, a partir del Renacimiento se dan los primeros pasos con Ficino, Pico della Mirandola, Ariosto o el nombrado Erasmo, empero, la Iglesia y sus batallas pesan todavía demasiado. La Ilustración y la Revolución francesa quisieron apartar a Dios de las cosas de los hombres y fue entonces cuando se comenzó a hablar de una Europa unida despojada de atributos divinos que Napoleón, y luego la Santa Alianza, en su periodo confeso e imperial se encargó de tirar por los suelos. Europa, la idea de una Europa unida, se mueve en la obra de la mayoría de los pensadores del siglo XIX, a excepción de los románticos y nacionalistas que buscan en las arcadias perdidas de paraísos históricos que nunca existieron la razón del ser nacional. Folclore, una literatura pasada sobrevalorada, tradiciones de muy poco valor tradicional, leyendas míticas y, de nuevo, el hecho religioso, retroceden Europa al Antiguo Régimen, obviando lo mucho que ha avanzado el hombre en los últimos dos siglos. Herder, precursor del romanticismo alemán, negará el principio kantiano e ilustrado de que la unidad de la Humanidad se manifiesta en su diversidad, sosteniendo que cada cultura es el resultado de un pueblo y una circunstancia histórica movida por un pasado legendario… El daño está hecho: El europeísmo quedará aparcado hasta que a finales del XIX los hombres de la III República francesa lo pongan de nuevo sobre la mesa.

Fue Aristide Briand, socialista, presidente del Consejo y ministro de Exteriores de Francia quien expuso en 1929, en la sede de la Sociedad de Naciones la necesidad de construir una federación europea que sirviese para erradicar la guerra de la faz del continente basándose en los principios que habían inspirado la Revolución francesa. Los Estados continuarían siendo soberanos, pero los problemas comunes se tratarían entre todos, y uno de los principales era la desigualdad entre los distintos países europeos. Para Briand, la unidad de Europa sería imposible si persistían las diferencias sociales dentro de los países y dentro de la nueva entidad supranacional. Benda, Herriot, Combes, Clemenceau y el canciller alemán Stresemann apoyoron la iniciativa de Briand, no así los representantes del Reino Unido que, siguiendo su particular interés, mostraron su total oposición al proyecto unitario argumentando que menoscabaría a la Sociedad de Naciones, Sociedad que siempre les había importado un bledo. A Briand, que murió en 1932, siguieron Schuman y Monnet, quienes junto a De Gasperi y Adenauer darían los primeros pasos de lo que actualmente conocemos como Unión Europea: “Europa –diría Schuman en su célebre declaración de 1950- no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho. La agrupación de las naciones europeas exige que la oposición secular entre Francia y Alemania quede superada, por lo que la acción emprendida debe afectar en primer lugar a Francia y Alemania”. Shuman se había opuesto al Frente Popular francés y al comienzo de la invasión nazi fue colaboracionista al dar su apoyo al gobierno filonazi del general Petain. Los aliados fueron tibios con él y lo dejaron estar, su declaración parte tanto de su nuevo afán europeísta como del deseo norteamericano de formar una Europa Occidental fuerte dentro de su particular guerra contra la Unión Soviética. Se desvirtúa así el programa primigenio de Briand, y la construcción de la unidad europea nace, por tanto, hipotecada: No es la unión en sí lo que buscan los llamados padres de Europa con Schuman a la cabeza, sino evitar un nuevo conflicto franco-germano y crear un contrapeso al poder soviético.
Otro héroe de la II Guerra Mundial, Charles de Gaulle, querrá darle a Europa una impronta nueva, liberándola de la tutela norteamericana, hasta el extremo de declarar que si el Reino Unido entraba en Europa, Europa desaparecería pues no era otra cosa que el caballo de Troya de la nación yanqui. Tras los años De Gaulle, se abrió un periodo de incertidumbre que terminaría en la década de los ochenta con el nuevo impulso que a la unidad dieron Helmul Kohl, François Mitterrand y Felipe González. Durante diez años se avanzó en la cohesión europea, destinando cuantiosos fondos a los países periféricos, pero apenas se avanzó en la unión política que había enunciado Briand cincuenta años antes: Europa se constituía como una potencia económica en torno al eje franco-alemán y aunque quizá haya sido el periodo en el que más se avanzó en la construcción europea, se olvidó la unión política, la maravillosa herencia recibida de los grandes europeístas, del propio Briand, pero también de Combes, Ferry, Renan, Benda, France, Jaures, Ortega, Esplá, Pacciardi, Natoli y tantos otros que afirmaron que Europa no era sólo una entidad económica de primer orden, sino la patria de la Democracia, del respeto a los Derechos Humanos, de la Justicia Social, de la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad, de la cultura, del asilo político, del humanismo, de la civilización y del laicismo. Por el contrario, se pusieron las bases para los tratados de Maastricht, del euro y de la Europa de los mercaderes, ajena por completo a los intereses de los ciudadanos europeos.
Hoy, cuando Europa tiene moneda única, directivas de obligado cumplimiento para todos los integrantes menos para Inglaterra, una Constitución lamentable, un Parlamento inútil y un Gobierno –la Comisión Europea- que hace las veces de nomenclatura que obra al dictado de los grandes poderes económicos globales, Europa se desvanece, se evapora, se diluye a fuerza de servir a intereses que no son los de la gente que la habita, sino los de esa nomenclatura y sus allegados. Europa obliga a arrancar viñas y olivos dónde no pueden crecer otras cosas; se somete a los dicterios económicos del Fondo Monetario Internacional; juega con la deuda de los países periféricos hasta hacerla impagable debido a su nefasta política económica y a la inexistencia de un verdadero Banco Central que hubiese hecho suya la totalidad de esa deuda sin favorecer descaradamente a uno de sus miembros, Alemania, que se ha estado financiando gratis gracias a la ruina de otros países; se blinda contra los extranjeros y contra los propios que ven cómo la miseria se extiende como el fuego sobre un reguero de pólvora; obliga a la privatización de los servicios públicos para beneficiar a los grandes bancos y a los lobbys económicos internacionales que trajeron la ruina; abandera la desregulación de los mercados financieros; consiente la deslocalización industrial al no imponer una tasa a los productos fabricados en países donde no existen los derechos sociales y se olvida de los Derechos Humanos, que es tanto como decir que se olvida de sí misma.
Esta Unión no es europea, sino una secuela de la que vive al otro lado del Atlántico, tan ajena a nosotros como el tipo de organización política y económica que “florece” antes de llegar a Japón. La verdadera unión europea está por hacer y se hará sobre los escombros de ésta que es madrastra y verdugo, regresando la mirada hacia nuestros grandes hombres, hacia Víctor Hugo por ejemplo: “¡Mi venganza es fraternidad! ¡No más de fronteras! ¡El Rin para todos! ¡Seamos la misma república, seamos los Estados Unidos de Europa, seamos la federación continental, seamos libertad europea, seamos paz universal!”. Escogieron por nosotros el camino equivocado, el que más convenía a quienes molesta la Democracia y agrada la plutocracia, es hora de enderezarlo antes de que las ruinas y el dolor vuelvan a teñir de lágrimas las hermosísimas ciudades del continente. Libertad, igualdad y fraternidad. Ya se dijo hace mucho tiempo.





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