domingo, 2 de marzo de 2014

LA QUEJA DEL MINISTRO


El aumento del déficit en la eurozona es consecuencia de la austeridad sin crecimiento

   El abandono de la recesión no asegura un ritmo de crecimiento suficiente. La reciente actualización por la Comisión Europea de las previsiones para la eurozona subraya la debilidad y vulnerabilidad de la recuperación. El cuadro de perspectivas sigue contrastando con el que ofrece la economía estadounidense, donde nació esta larga crisis. Frente al 1,2% de crecimiento esperado en la eurozona para este año, el de EE UU estará en el entorno del 3%, con una tasa de paro que será la mitad del promedio de la eurozona. En esta, las mejoras en el empleo serán moderadas y la inflación se mantendrá en niveles históricamente bajos. Como nos advierte la Comisión, “esas previsiones se basan en el supuesto de que tendrán lugar mejoras en la confianza y en las condiciones financieras”, lo que de ningún modo está garantizado.
No es la primera ocasión en la que se destaca en estas páginas el diferente comportamiento de la eurozona frente a las principales economías, y me temo que no será la última. Ahora ha sido el propio ministro de Economía español, Luis de Guindos, el que ha subrayado ese adverso contraste del comportamiento económico de la eurozona frente al de EE UU y Reino Unido, cuestionando las políticas económicas aplicadas, con ocasión de la presentación en Bruselas de un informe de la OCDE sobre la eurozona, en presencia del presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem.
Se trata de la manifestación más explícita de una autoridad española sobre la inadecuación de las políticas económicas dictadas por quienes constituyen el núcleo del área monetaria. Y quien lo hace forma parte de uno de los Gobiernos que en mayor medida han tratado de cumplir a pie juntillas un recetario que no ha dado los resultados pretendidos. A decir verdad, desde aquel agitado 10 de mayo de 2010, la autonomía de las autoridades españolas para gestionar la crisis ha sido muy limitada. El memorando asociado al rescate del sistema bancario formalizó esa estrecha tutela frente a la que el ministro parece rebelarse. Nunca es tarde. Razones no le faltan para reclamar estímulos a la demanda que favorezcan ese contraste con otras economías y reduzcan los perfiles de esa suerte de “japonización” que caracteriza a la eurozona.
La evidencia nos dice que la recuperación del crecimiento económico en Estados Unidos y en el Reino Unido es más intensa porque han aplicado políticas monetarias y fiscales más adecuadas a la excepcional severidad de la crisis: más inequívocamente orientadas a garantizar como objetivo prioritario la recuperación del crecimiento y del empleo. En la eurozona han sido aplicadas políticas presupuestarias restrictivas, indiscriminadas y excesivamente concentradas en el tiempo, sin que la política monetaria dispusiera de la eficacia equivalente a la de esas otras economías. Ello ha acentuado su carácter procíclico, ha erosionado el crecimiento potencial, ha sumido a la eurozona en una peligrosa amenaza deflacionista y, desde luego, no ha frenado el aumento de la deuda pública. La reducción de esta era el objetivo que supuestamente reclamaban los mercados de bonos, y por ello legitimaba la aplicación de esa estrategia de “la austeridad expansiva” que acabaría siendo cuestionada por académicos y el propio Fondo Monetario Internacional (FMI), una vez difundidos el valor de los multiplicadores fiscales (http://economia.elpais.com/economia/2012/10/19/actualidad/1350645906_480429.html), muy superior a los esperados.
El memorando asociado al rescate bancario formalizó esa estrecha tutela frente a la que el ministro parece rebelarse. Nunca es tarde
Ahora, la evidencia es contundente: la ampliación del déficit público en la mayoría de las economías de la eurozona no es precisamente una prueba de insuficiente austeridad, sino la consecuencia de su aplicación en ausencia de crecimiento económico suficiente. Y la suavización de las tensiones en los mercados de deuda pública es el resultado de la disposición mostrada por el Banco Central Europeo (BCE) en agosto de 2012 para hacer todo lo que estuviera en su mano por evitar que esos mercados siguieran cotizando el riesgo de extinción o fragmentación de la propia moneda única.
Ya no se anticipan desenlaces tan radicales como los vigentes hasta el verano de 2012, pero todas las previsiones nos advierten de un crecimiento anémico durante demasiados años no exento de riesgos deflacionistas, nada favorecedores de la reducción de los dos principales desequilibrios de economías como la española: el desempleo y la deuda privada. Sobre la asimilación de esta última pesa cada día más un proceso de desinflación al que el BCE debería prestar mucha más atención que la que confiesa. Como debería hacerlo a la persistente caída del crédito al sector privado y a los exponentes de fragmentación financiera.
Esas disfuncionalidades en la transmisión de la política monetaria y en el funcionamiento de los sistemas bancarios limitan la eficacia de los esfuerzos que especialmente las medianas y pequeñas empresas hacen por fortalecer su competitividad internacional. Se añaden a la no menor dificultad constituida por un tipo de cambio del euro muy apreciado que no favorece las exportaciones fuera de la eurozona. Desde luego, a unas economías emergentes que no tendrán en este su mejor año.
Estaba en lo cierto el ministro español al afirmar que “tras el duro ajuste en la periferia, hay que preguntarse cómo volverá a crecer la eurozona: para ello no bastan las reformas, hay que hacer política fiscal y política monetaria”. Es decir, políticas distintas de las hasta ahora dominantes. No es una conclusión muy diferente de la de muchos otros analistas e instituciones, incluido el Parlamento Europeo, que en un reciente documento evaluando las actuaciones de la troika reconocía que, “en las economías rescatadas, el desempleo ha crecido mucho más de lo esperado. Aunque los objetivos fiscales han sido ampliamente respetados, las ratios deuda pública-PIB han aumentado por encima de las expectativas debido a la contracción del PIB”.
Al mismo tiempo, en ese informe presentado por el ministro español, la OCDE admite que “el aumento de la fatiga social debida a la austeridad fiscal y, en menor medida, a las reformas estructurales, constituye un riesgo importante sobre crecimiento futuro”. También extiende su alerta tardía a la ampliación de las desigualdades sociales consecuente con esas políticas.
Todo ello conforma un panorama en el año en curso que no garantiza precisamente ritmos de expansión compatibles con la recuperación del PIB perdido durante la crisis y la recomposición de las condiciones de vida de la mayoría de la población. Cada día que pase sin adoptar decisiones impulsoras de la demanda en el conjunto de la eurozona, del crecimiento económico a corto plazo, la erosión del potencial de crecimiento ya reconocido por los propios servicios de la Comisión Europea no solo estará determinada por un contingente de desempleo cada día más enquistado estructuralmente, sino por la ausencia de aumentos mínimamente suficientes en la inversión empresarial.
La queja del ministro no por tardía está menos justificada. Como lo está la sugerencia que hace la OCDE en el informe de referencia al prescribir que el saneamiento de las finanzas públicas debe ser compatible con la “preservación de la necesaria inversión pública en educación, infraestructuras, innovación y otros programas esenciales en el fomento del crecimiento”. No menos oportuna es la recomendación de reducción de esa ampliación de la desigualdad que puede llegar a pasar factura a la estabilidad del crecimiento económico y la no menos necesaria identificación con el fortalecimiento de la dinámica integración europea, de la que la próxima transición a la unión bancaria constituye el episodio más cercano.




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