Artículos de Opinión | Vicenç Navarro | 02-03-2014 |
La cobertura mediática de
EEUU es en España, en general (aunque con notables excepciones), insuficiente,
cuando no errónea. Reconozco que EEUU no es un país fácil de comprender desde
el punto de vista europeo. Por ejemplo, el rojo, el color tradicional de las
izquierdas en Europa, es el color de las derechas (el Partido Republicano) en
aquel país, y viceversa, el azul es el color del partido que en el espectro
estadounidense representaría a las izquierdas, es decir, el Partido Demócrata.
Otro elemento de confusión
es que la narrativa utilizada en el discurso político es distinta, incluso
opuesta a la utilizada en el discurso político europeo. Un político “liberal”
en EEUU es una persona a la que en Europa se la llamaría socialdemócrata, pues
favorece políticas redistributivas, la universalización de derechos laborales y
sociales, la intervención del Estado para regular la economía, y favorece la
sindicalización de los trabajadores. En Europa, el político liberal sostiene
precisamente políticas opuestas. De ahí que cuando los periodistas españoles
traducen literalmente el término liberal de los textos y medios
estadounidenses, sin añadir una clarificación, crean una confusión tremenda.
Referirse al Reverendo Jesse Jackson, al fallecido Senador Ted Kennedy, o al
Senador Sanders (todos ellos de sensibilidad y simpatías socialdemócratas) como
“liberales” es extraordinariamente incorrecto. Esta confusión, resultado de una
incompetencia profesional, es, por desgracia, bastante extensa (véase mi carta
al director de El País “Liberal en EEUU no es liberal en Europa”.
04.10.11).
Otra diferencia en la
narrativa es que algunos términos de análisis que se usan en Europa para definir
la estructura de clases como burguesía, pequeña burguesía, clase media y clase
trabajadora no se utilizan en el análisis de la estructura social
estadounidense. En su lugar se utiliza el término Corporate Class para
definir la burguesía financiera y la industrial, incluyendo los propietarios y
gerentes de las grandes empresas financieras y de las transnacionales
estadounidenses. Y en lugar de clase trabajadora –término que raramente
se utiliza- se usa el término clases medias. Clases medias en
EEUU quiere decir sobre todo clase trabajadora. Ello crea gran confusión en
España. Tal término se utiliza sin ninguna clarificación, dando la impresión
que casi todo el mundo es en EEUU miembro de clase media lo cual no es cierto.
Pero otro problema mayor en
la cobertura mediática de EEUU es la subjetividad del periodista que impone sus
valores a la interpretación de la realidad. Y aun cuando ello es casi imposible
de evitar, en algunos casos alcanza unos niveles desmesurados que deben
criticarse e incluso denunciarse. Un caso claro es Antonio Caño, el
corresponsal de El País en Washington. Antes de documentar su sesgo,
quisiera aclarar que mi crítica en este artículo se centra en el corresponsal
de tal rotativo, y no en el diario, al cual considero un recurso valioso en la
cultura mediática del país, aun cuando esté en desacuerdo frecuentemente con
sus editoriales en temas económicos.
¿Es EEUU la democracia más
perfecta del mundo y el Tea Party la versión estadounidense del 15-M?
Antonio Caño atribuyó el
impasse ocurrido en el Congreso de EEUU a raíz del debate sobre el techo de la
deuda pública (que creó un pánico generalizado, asumiendo una parálisis del
Estado en un momento de crisis), a que “EEUU es probablemente la democracia
más perfecta del mundo, en el sentido de que es la más exigente. La
arquitectura creada desde su comienzo para evitar los abusos por parte de la
mayoría y dar voz y poder a las minorías crea un perfecto equilibrio de
representatividad. Pero, al mismo tiempo, hace el procedimiento democrático
lento, complejo y susceptible al obstruccionismo”. El País
(31.07.11). Antonio Caño añadió más tarde, en la descripción de los
actores determinantes del impasse, la siguiente descripción del Tea Party (que
es la fuerza política más influyente en el Partido Republicano): “Este
partido entró en la escena política norteamericana en el verano de 2009 con la
promesa de limpiar Washington, sanear sus instituciones, acabar con la clase
política tradicional, y devolver el protagonismo al pueblo, al viejo estilo de
la revolución estadounidense, de donde toma su nombre”.
Hasta aquí Antonio Caño.
Ambas descripciones, sin embargo, no se corresponden con la realidad. Y
comencemos con su descripción del Tea Party. Tal Partido ha sido un movimiento
de la ultraderecha estadounidense financiado por algunos de los intereses
económicos más reaccionarios existentes en Estados Unidos (ver El Tea Party
¿es el fascismo posible en EEUU?, www.vnavarro.org). Tal movimiento tiene características comunes con los movimientos de
la ultraderecha europea (fascistas o fascistoides) aparecidos en Europa. Se
caracteriza por un nacionalismo exacerbado, basado en una atribuida
superioridad étnica, acompañada de un fundamentalismo religioso cristiano que
rebosa una gran intolerancia hacia la diversidad étnica, cultural y religiosa,
promoviendo un canto a la fuerza y al Ejército, con un profundo sentido del
orden y de la disciplina. Es un movimiento antisolidario y profundamente
individualista, cercano al darwinismo social. El movimiento fue iniciado y
financiado por los grupos económicos más reaccionarios de la clase dominante,
conocida en EEUU como la Corporate Class, claramente opuestos a los sindicatos
y a las reformas de la sanidad pública iniciadas por la Administración Obama. En
realidad, uno de los intereses financieros detrás del Tea Party son las
compañías de seguro sanitario que dominan la financiación y gestión del sector
sanitario de aquel país.
Todas sus propuestas, tanto
en el Congreso de EEUU, como en los Parlamentos de los 50 Estados, favorecen a
la Corporate América, que son los grandes grupos financieros y empresariales
que controlan Washington. Gran parte de sus medidas están orientadas a
incrementar el control del Congreso por parte del mundo empresarial,
estrechando todavía más la actual relación entre la Corporate América y el
Congreso de EEUU. Una de sus campañas más virulentas ha sido en contra de que
el Presidente Obama anule la rebaja de impuestos a los súper ricos que aprobó
el Presidente Bush.
En cuanto a la supuesta
ejemplaridad de la democracia estadounidense, basta referirse a unos datos que
muestran que la mayoría de la población estadounidense no comparte tal
idealización de tal sistema democrático. Uno de los mejores indicadores es la
enorme abstención. En las elecciones locales y estatales la gran mayoría del
electorado, es decir, de aquellos que podrían votar, no votan. Sólo un promedio
del 30% de la población vota. Y un tanto semejante ocurre en los votaciones al
Congreso de EEUU, donde sólo un 46% de la población vota, excepto durante las
elecciones presidenciales, en cuyo caso, la participación es algo mayor, un 54
o 56%. Pocos países democráticos tienen un porcentaje tan elevado de
abstencionistas en su electorado.
¿A qué se debe la
abstención electoral?
La respuesta que suele dar
el establishment estadounidense (es decir, la estructura de poder de aquel
país) es que la gente no vota porque está satisfecha y no quiere cambios.
Puesto que en EEUU existe una relación directa entre nivel de renta y participación
en el proceso electoral, parecería –según tal explicación- que la gente de
menor renta, que es la que participa menos, sería –según tal tesis- la más
satisfecha con el proceso electoral y que desearía menos cambios. Esta
hipótesis es difícilmente sostenible.
La causa real de la enorme
alienación de la ciudadanía es la privatización del proceso electoral, en el
que no hay límites a la cantidad de dinero que un candidato pueda recibir,
protegiéndose al donante con el anonimato. Esta situación se expandió incluso
más con la decisión de la Corte Suprema en 2009, que definió a las empresas de
negocios como entidades cuya personalidad jurídica era equivalente a la de los
ciudadanos, y como tales podían también donar la cantidad que desearan como
parte de su derecho de libre expresión, sin que tuvieran que declarar la
naturaleza de su aportación.
La enorme mayoría de fondos
que los candidatos reciben vienen de los componentes de la Corporate Class,
incluyendo Wall Street, el centro del capital financiero, que contribuyó
también en gran manera a la campaña del candidato, después presidente, Obama.
El receptor de tales fondos los utiliza para comprar el tiempo que desee en los
medios de difusión, los cuales no están regulados y pueden vender tanto espacio
como el candidato desee y pueda comprar. Otros gastos incluyen la
infraestructura de la campaña, sistemas de encuestas, y un largo etcétera. Este
dinero puede ir al propio candidato o a grupos asociados a su candidatura. En
la gran mayoría de casos, el candidato que consigue más dinero, tiene mayor
proyección mediática y más posibilidades de ganar las elecciones. Según el
centro de estudios electorales Public Citizen, en las elecciones últimas de
2010 al Congreso de EEUU, el 87% de los representantes elegidos habrían sido
los que habían obtenido más dinero en su campaña. La gran mayoría de este
dinero procedía de la Corporate Class.
Ni que decir tiene que, de
vez en cuando, el que tiene más dinero pierde. Y cuando ello ocurre, todos los
medios del establishment inmediatamente lo muestran como ejemplo de que el
dinero no lo puede todo en EEUU. Así en las últimas elecciones para gobernador
del Estado de California, el candidato vencedor Jerry Brown (que ya había sido
gobernador de aquel Estado y tenía una tasa de reconocimiento mediático muy
elevada) ganó pese a que su contrincante gasto más que él. Su adversario, Meg
Whitman, se gastó de su propio bolsillo 142 millones de dólares, frente a los
102 millones que se gastó Brown.
Pero estos casos son la
excepción que confirma la regla. La mayoría de candidatos que ganan las
elecciones son los que consiguen más dinero. Y como es predecible, cuando
gobiernan hacen lo que los que los pagaron desean que hagan. En la última
encuesta de opinión popular sobre el sistema político, el 85% de la población
(es decir, la gran mayoría de la ciudadanía) no considera que el Congreso
(Cámara baja y Senado) represente sus intereses. Y a la pregunta, “¿a qué
intereses responde el Congreso?”, el 82% contesta que la Corporate Class.
Este sistema privado de
financiar las elecciones discrimina automáticamente a aquellos candidatos
críticos con la Corporate Class y con la estructura de poder existente en EEUU.
Tales voces no consiguen los fondos suficientes que les permitan competir con
los otros candidatos apoyados por la Corporate Class. Excluye, por lo tanto, a
candidatos de izquierda. De ahí que la vida y cultura política de EEUU esté
profundamente sesgada a la derecha. El argumento que las voces apologistas de
tal sistema dan para justificar tal conservadurismo en la vida política,
cultural y mediática en EEUU, es que ello refleja el profundo conservadurismo
de la ciudadanía estadounidense. Si ello fuera cierto, ¿cómo se explicaría la
enorme abstención del electorado en el proceso electoral o la opinión popular
–expresada en las encuestas- de que la población no cree que las instituciones
representativas representen sus intereses?
El falso debate de la Deuda
Pública
El Congreso de EEUU tiene que autorizar el nivel permitido de
endeudamiento del Estado. Ha ocurrido frecuentemente sin ninguna dificultad.
Así, en los últimos cincuenta años, tal autorización se ha realizado 74 veces,
ocurriendo más frecuentemente durante las administraciones republicanas que en
las demócratas. En realidad, uno de los presidentes que pidió con más
frecuencia el permiso del Congreso para endeudarse fue el presidente Ronald
Reagan (17 veces). Y la dirección del Partido Republicano, el presidente de la
Cámara Baja, John Boehner, el presidente de los republicanos en la Cámara Baja,
Eric Cantor, el dirigente de los senadores republicanos, Match McConnell, y el
vicepresidente republicano del Senado, Jon Kyl, votaron a favor del crecimiento
del endeudamiento del citado gobierno federal durante la Administración Bush
Jr. Cuando el Presidente Obama pidió que se renovara el nivel de endeudamiento,
con el consiguiente crecimiento (como en las otras ocasiones), el Partido
Republicano se lo negó, a no ser que recortara el gasto público y, muy en especial,
el gasto público social, con especial hincapié en la Seguridad Social y en la
protección social. ¿Por qué?
Para responder a esta
pregunta hay que entender varias cosas sobre la deuda pública. Una de ellas es
que la mayor causa de la deuda pública son las guerras en las que ha estado
luchando EEUU, desde Vietnam a Iraq, Afganistán y ahora Libia (por cierto, la
Administración Obama se opuso a que el Congreso votara sobre la
constitucionalidad de su intervención en Libia, pues negaba que fuera una
guerra, ya que no había ningún soldado estadounidense en Libia). Todas estas
guerras, por cierto, están apoyadas por el Partido Republicano y el Tea Party.
El coste de estas guerras (sin incluir Vietnam) ha sido astronómico: cinco
trillones (estadounidenses) de dólares. El segundo capítulo de la deuda son los
fondos que se han dado a la banca (Wall Street) para su recuperación. Y el
tercer capítulo son los recortes de los impuestos a los ricos, que aprobó el
Presidente Bush, que ha supuesto un déficit notable para las arcas del Estado.
Pero todo el debate sobre
la reducción de la deuda no fue sobre estos temas. Al principio, el Presidente
Obama y el Partido Demócrata propusieron la reducción del déficit a base de
eliminar tales recortes de impuestos a los ricos aprobados por el Presidente
Georges Bush, jr. Pero su compromiso se diluyó, y al final abandonó tal
propuesta. No obstante, continuaron presionando la mitad de parlamentarios
demócratas a los cuales Antonio Caño los definió como “los radicales”. Ser
radical, según el corresponsal de El País en Washington es pedir que se
anulen los enormes recortes de impuestos a los superricos, aprobados por el
Presidente Bush.
No era la deuda pública el
tema de debate
En realidad, el debate se
centró en un tema que tenía muy poco que ver con la deuda: recortar la
Seguridad Social (que no afecta en nada al déficit y a la deuda pública) y los
servicios universales, de garantía federal de servicios sanitarios, a los
ancianos que financia la Seguridad Social, llamado Medicare. El gasto sanitario
en este programa está creciendo muy rápidamente debido en gran parte al
protagonismo que las campañas de seguro privado tienen en la gestión del
sistema sanitario, con enormes beneficios para tales compañías, además de los
enormes subsidios a la industria farmacéutica, prestados por el Presidente
Bush.
El compromiso final que el
presidente Obama acordó con el Partido Republicano, abandonó todo intento de
subir los impuestos a las rentas superiores y a los componentes de Corporate
America que no pagan ningún impuesto. Ejemplos de ello son General Electric,
Verizon, Exxon, Mobil, Boeing, IBM, Wells Fargo, Dupont, American Electric
Power, Fedex, Honeywell, Yahoo y United Technologies, que a pesar de alcanzar
una cifra record de beneficios (171 billones estadounidenses de dólares en el
periodo de 3 años) no pagaron nada, cero, en impuestos al gobierno federal. En
realidad, recibieron subsidios por un total de 2.5 billones de dólares. Y según
el Centro de Análisis de Impuestos y Gasto Público (Center of Citizen for Tax
Justice), “esto es sólo la punta del iceberg”. En cambio se redujo notablemente
el gasto público social, con la creación de una comisión que, sin duda,
analizará como desuniversalizar la Seguridad Social. A esta medida el citado
corresponsal la llama la “lógica centrista del Presidente Obama”.
Lo que estamos hoy viendo
en EEUU, es un intento masivo de desmantelar el escasamente desarrollado Estado
del Bienestar por parte del Congreso de EEUU, claramente instrumentalizado por
la Corporate Class, dirigido por el Tea Party que controla el Partido
Republicano.
¿El movimiento de los
indignados como un movimiento hippy?
Esta situación está creando enormes resistencias entre las clases
populares. Se inició en varios Estados con protestas, lideradas por los
sindicatos, en contra de las políticas de recortes de gasto público social
realizadas por el Partido Republicano. La última versión de estas protestas ha
sido el movimiento Ocupa Wall Street, claramente inspirado por el movimiento
15-M español, que se ha extendido rápidamente por muchas ciudades
estadounidenses. Su demanda es terminar con el dominio que la Corporate Class
tiene sobre las instituciones económicas, financieras, políticas y mediáticas
del país.
Tales movimientos han
despertado gran hostilidad por parte de los medios próximos a la Corporate
Class, tales como la Fox News, de donde parece derivar su información
Antonio Caño que, en su artículo del 7.10.11 define al movimiento de indignados
como “un movimiento de queja, igualmente (es decir, como el Tea Party),
interesado en la defensa de valores perdidos –en este caso viejas aspiraciones
hippies de solidaridad y humanidad- y que en su propia marginalidad encerraba
su pureza. A tal movimiento se le unieron los sindicatos y gracias a eso
consiguieron, por primera vez, reunir unos pocos miles de personas…”. Ello,
sin embargo, supuso un coste para tal movimiento pues de nuevo –según Antonio
Caño- “los sindicatos están entre las instituciones más corruptas de EEUU”,
con lo cual el incremento de su número se consiguió –según Antonio Caño- a base
de diluir diluyendo su pureza reivindicativa.
Definir el movimiento de
Indignados de EEUU como inspirados por el movimiento hippy (que es lo que dice la
Fox) es de una enorme frivolidad, además de reflejar una enorme
ignorancia tanto del movimiento de los años sesenta como del de ahora. Igual
ignorancia aparece en su intento de monopolizar la lucha por la solidaridad en
EEUU atribuyéndola únicamente al movimiento hippy, ignorando la enorme lucha
del movimiento obrero, cuyos sindicatos son hoy unas de las instituciones menos
corruptas de las existentes en aquel país, mucho menos corruptas, por cierto,
que el mundo empresarial, el mundo financiero, el mundo político y también el
mundo mediático. Tal acusación es de una subjetividad propagandística que
alcanza los niveles de manipulación mediática de los ultraliberales
estadounidenses, que parecen inspirar a Antonio Caño. En cuanto a su
observación de que el movimiento Ocupa Wall Street será un hecho sin mayor
trascendencia, ignora que ya hoy la mayoría de la población estadounidense, el
62%, simpatiza con él.
Una última observación
Este artículo critica, en realidad denuncia, la falta de objetividad
tan obvia de Antonio Caño en su cobertura de la realidad estadounidense. Ni que
decir tiene que tal rotativo tiene corresponsales excelentes y articulistas de
gran calidad en sus páginas que intentan objetividad en sus reportajes. Pero en
su cobertura de la realidad de EEUU (y también, por cierto, de América Latina),
tiende a tener un sesgo neoliberal que mezcla el objetivo informativo con un
intento de persuasión que diluye y desmerece el buen periodismo que aparece con
frecuencia en aquel rotativo.
Vicenç Navarro es
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu
Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University.
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