Artículos de
Opinión | Diego Jiménez García | 27-01-2013 |
Es
claramente perceptible en la población europea, también en la española, un alto
nivel de indignación. En nuestro país, está siendo directamente proporcional
–más bien diría que en una progresión geométrica creciente- al grado de engaño
y manipulación al que quieren tenernos permanentemente sometidos. Y motivos
hay. Abundantes y también crecientes.
Ahora
resulta que, una vez que las agencias de calificación de riesgo de la deuda
(Moody’s, Standard&Poors y Fitch, entre ellas) han manipulado a su antojo,
destrozando con sus agoreras previsiones las economías de Occidente y
empobreciendo a millones de personas, nos anuncian que van a ser reguladas por
el Parlamento Europeo. ¿Y por qué no se hizo antes? Ítem más. Uno de los máximos
responsables también de la condena a la pobreza y desesperación de millones de
familias en todo el mundo, el Fondo Monetario Internacional (FMI), afirmó hace
unos días que quizás las políticas de ajuste aplicadas en algunos países
europeos, entre ellos España, han sido excesivas y han propiciado el
estancamiento económico. Precisamente el FMI, responsable de la imposición de
todas las políticas de ajuste estructural habidas y por haber en el mundo,
viene ahora con esas recomendaciones que suponen un atentado a la inteligencia.
¿Cabe mayor dosis de cinismo?
Charles
Robertson, de
Renaissance Capital, en un artículo publicado en elconfidencial.com
predice que España saldrá del euro en 2014 por la imposibilidad de crear
empleo, por lo que necesita la devaluación para que nuestra economía sea
competitiva y crezca, como en los años 80, cuando con un paro del 20% la
devaluación de la peseta estimuló la creación de puestos de trabajo. Afirma,
además, que su tesis dista mucho del momento de complacencia que viven los
mercados y especialmente España, alimentado por algún dato positivo, como el
desplome de los costes de financiación y la pérdida de fuerza de la petición de
rescate. Robertson rastrea precedentes similares a su tesis de la salida del
euro de España en el abandono del patrón oro por parte de EE UU y Reino Unido,
al inicio de los años 30 del pasado siglo, a consecuencia de la crisis
sobrevenida al crack de Wall Street. Y afirma que, ante los negativos efectos
de los recortes sociales y laborales en España, se va a poner a prueba la
fortaleza y resistencia de los españoles como nunca antes en la historia se ha
hecho con una sociedad.
Tras oír
esas previsiones, se entienden mejor, aunque muchos no compartimos, las
apelaciones de Mariano Rajoy a soportar ciertas dosis de sufrimiento y
paciencia ante un año 2013 particularmente difícil. Pero, antes al contrario,
Robertson pronostica que, puesto que los españoles van a llegar a 2014 sin
ninguna perspectiva de mejora, constatarán que Mariano Rajoy les ha fallado y
la gente tomará las calles para exigir el cambio. “Aun si el Partido Popular
aguantara hasta las elecciones de diciembre de 2015”, afirma, “es difícil que
el electorado tenga paciencia y si bien en estos momentos no hay alternativa
política tampoco nadie en Grecia había oído hablar de Alexis Tsipras
antes de mayo de 2012, y en junio era uno de los candidatos plausibles a primer
ministro”. (Con esta última reflexión, indudablemente se está refiriendo indirectamente
al notable ascenso electoral de IU, cuyo techo es difícil predecir hoy por
hoy).
Es evidente,
creo, que entre la población española cunde en estos momentos la resignación.
Pero los poderes públicos son conscientes de que, en cualquier momento –como
afirma Robertson- la gente puede pasar de la pasividad a la acción. No de otro
modo, pues, hay que entender el proyecto de reforma del Código Penal impulsado
por el ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, en cuyo texto, además de
las modificaciones más llamativas, como la denominada prisión permanente
revisable y la custodia de seguridad –cuestionadas por el informe del CGPJ-,
aparecen temas tan sangrantes como la penalización de: la rebeldía ciudadana,
la disidencia, la incitación a manifestaciones, la resistencia pasiva… Se
trata, en definitiva, de anticiparse a lo que pueda venir de la calle e
inculcar en la población el miedo. Así como en el ámbito del trabajo ese miedo
viene determinado por una reforma laboral que trata de anular la capacidad de
respuesta de las capas asalariadas, en lo social, se intenta que el temor a las
represalias judiciales sea un elemento paralizante que anule la contestación
ciudadana.
Pero no
están los tiempos para recluirnos en los cuarteles de invierno. Precisamente
porque la situación económica, social y política es particularmente grave,
contra la resignación procede responder con las adecuadas dosis de rebeldía.
Sería bueno darle la razón, en este tema, a Robertson.
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