Luis
Matías López
29 ene 2013
Gritad
concordia (Plaza y Valdés Editores), de Rafael
Fraguas, es una de esas ficciones cuya trama, solo posible en una realidad
capaz de cualquier disparate, puede resultar descabellada. Hacerla verosímil es
el reto que afronta este veterano periodista fascinado por las conspiraciones y
las guerras secretas, como ya puso de manifiesto en Espías en la transición.
Secretos Políticos de la España Contemporánea.
Esta
es la invención de Fraguas: Dionisio Ridruejo, el poeta falangista que llegó a
ser Director General de Propaganda del bando franquista durante la guerra
civil, y que luego se convirtió en reputado escritor y una de las figuras más
conocidas de la oposición interior al régimen, fue suplantado por un doble, en
una compleja operación que se inició durante el cerco de Leningrado. Mientras
en su versión original permanecía prisionero de los soviéticos, su réplica,
el comunista excombatiente republicano Teobaldo Aparicio, volvía a España,
burlaba a Serrano Suñer, Carrero Blanco y el mismísimo Franco, y jugaba un
papel trascendental para que el dictador resistiese la presión de Hitler y optase
por la neutralidad en la II Guerra Mundial.
El
libro, una singular novela histórica de espías, deja buen sabor de boca.
Fraguas recrea con habilidad personajes, ambientes y situaciones fascinantes,
aunque con frecuencia de perfiles siniestros: las intrigas de la posguerra
entre las diversas tendencias del régimen, la frustración de intelectuales
falangistas por la traición a los ideales de José Antonio, la personalidad de
los miembros más relevantes de la camarilla de Franco, la astucia mezquina del dictador,
la actuación de las redes comunistas clandestinas, la compleja personalidad de
Stalin, el disparate pseudoromántico de la División Azul, el tono triste, gris
y apagado de la España de la posguerra…
El
libro pierde brillo cuando se hace intimista, incorpora recuerdos de infancia
de los dos protagonistas y deriva hacia una historia de amor. Pero lo recupera
con creces al recrear situaciones concretas. Como las proclamas que
republicanos españoles que combatían en el Ejército Rojo lanzaban por altavoz desde
las trincheras a sus compatriotas y enemigos de la División Azul, reticentes
ante sus mandos alemanes. O como la entrevista al Este de los Urales del doble
de Ridruejo con Josif Stalin, que le felicita y condecora por el éxito de su
primera misión secreta en España. O la de este mismo agente con Franco, en su
guarida de los sótanos del Palacio del Senado. O la de los dos Ridruejos, cuando
el falso intenta convencer al genuino de que retorne a España con una misión
que, sin traicionar sus ideales, servirá también a los intereses soviéticos.
Gritad
concordia está trufada de nombres propios, como un
reto al lector para que adivine los apellidos, a lo que ayuda un índice
alfabético que despeja dudas sobre qué personajes son reales y cuales de
ficción. En la relación figuran desde Pedro Laín Entralgo a Gonzalo Torrente
Ballester, Javier Pradera, Antonio Machado, Manuel Tuñón de Lara o Emilio Mola.
Y un tal Antonio Fraguas, con el carné número 33 de Falange, salvado del
fusilamiento por un anarquista y del que cabe sospechar una relación familiar
con el autor.
Ridruejo murió a los 62 años, el 29 de junio de 1975,
cinco meses antes del fin de la agonía de Franco, tras conocer el exilio y
algún corto periodo de cárcel, convertido en escritor de prestigio y en abierto
opositor al régimen, y tras fundar la Unión Social Demócrata Española. Teobaldo
Aparicio, su alter ego en la ficción, murió allá por 1944, gritando
“¡Viva España comunista!”, tras recibir el mensaje de aliento de un tal Koba,
apodo de Stalin. O tal vez, puestos a imaginar, ocurrió justo lo contrario.
Fuente: www.publico.es
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