ENTREVISTA CON ROMÁN PIÑA VALLS
El escritor mallorquín presenta su novela 'El general y la musa', una
recreación humorística del "diario íntimo" del dictador
El escritor Román Piña Valls.
A Román Piña
Valls (Palma, 1966) no le da miedo nada. Para algo es un dinamitero cultural,
un gamberro literario que lo mismo se presenta a una entrevista en televisión
con unas gafas de nadador que se pone a cantar un yodel tirolés en mitad de un
recital de poesía. Pero debajo de ese rostro jovial se esconde un profesor de
griego que se sabe a Homero de memoria y un editor tenaz que lleva más de
quince años dirigiendo una de las revistas literarias más longevas y
refrescantes de este país, La Bolsa de Pipas.
En su última
novela, El general y la musa, Piña se atreve a recrear la figura
del general Franco bajo la apariencia de un descacharrante diario íntimo en el
que el futuro dictador revela facetas artísticas inesperadas. Así nos enteramos
de que, en 1933, cuando Azaña lo envió a Palma de Mallorca, Francisco Franco
estuvo pensando muy seriamente en abandonar la carrera militar y descubrió en
su interior una inesperada veta bohemia, empezó a tocar la batería en un
grupo de jazz, se codeó con los poetas locales y ejerció también de
detective aficionado. Un disparate irresistible made in Piña en el que
Franco sueña con una bellísima sirena rubia llamada Patricia Conde por la que
está dispuesto a renunciar a todo. Hace falta mucho talento para que Patricia Conde,
Francisco Franco, Largo Caballero, Robert Graves, Primo de Rivera y el piano
falso de Chopin no hagan descarrilar a un libro que es, ante todo, un
festival de carcajadas pero también un mecanismo de relojería narrativa
donde al final todo encaja.
¿No cree que
se le ha ido la mano dibujando un Franco tan simpático, que disfruta de la
buena mesa y le apasiona el jazz, cuando todos sabemos que el retrato oficial
del personaje era el de un tirano chato y aburrido?
Pues sí, lo
creo. Se trata de eso, de que se nos vaya la mano y podamos así inventar con
libertad cualquier cosa, sin límites ni respetos. Cierto que el Franco de mi
novela no se parece nada al histórico, pero es que el histórico no me seduce
para sentarme a escribirle una novela. En cambio inventar un Franco paralelo me
parecía divertido. Y no es que mi Franco sea simpático por ganas mías de
chinchar a nadie. Hay una buena razón para que al personaje se le vaya la olla,
como se descubre al final. No se debe sólo a la atmósfera degenerativa de Mallorca.
¿Cuánto hay
de verdad histórica en El general y la musa, ese oscuro episodio en que
Franco estuvo destinado en Mallorca?
No mucho,
alguna anécdota que me sirvió de inspiración y que se diluye en el caos de los
meses que me invento. Por ejemplo, es cierto que visitó el falso (hoy se ha
sabido) museo de Chopin junto a las autoridades isleñas (cuidado, quedan un
piano y una celda verdaderos gastados por Chopin en la Cartuja), en
Valldemossa. Mi Carmen Polo tiene un orgasmo acariciando el piano falso, y de
ese fraude arranca la trama detectivesca. Es histórico también que Franco
encargó un traje en un comercio que nunca recogió.
"Mi
Carmen Polo tiene un orgasmo acariciando un piano"
¿Cómo se le
ocurrió que Franco podía tocar la batería?
La novela, y
en eso conecta con la anterior, Stradivarius Rex, es una historia sobre
la identidad y las apariencias. Creo que puse al protagonista a tocar la
batería porque es lo que me gustaría hacer a mí. La deserción de la realidad
para dedicarse a los sueños es un tema que me interesa. Quizá Franco (y toda su
generación) pudo tener alguna tentación de ésas alguna vez, y de haber sido
vencido por ella ahora nos ahorraríamos el tostón de tenerlo entronizado en el
debate político.
En la novela
se mete usted en interioridades bastante peliagudas sobre la vida íntima de
Franco, por ejemplo, sus problemas sexuales o la historia de que su hija, en
realidad, no era suya. ¿No teme consecuencias legales?
No, pero
temo una venganza del destino y descubrir cualquier día, cuando me levante, que
padezco la misma tara y me tengo que consolar yéndome a cazar conejos.
"Dios
es un maestro del humor negro"
Franco sueña
con una mujer que al final resulta ser Patricia Conde. ¿No teme tampoco una
querella de Conde?
En absoluto.
Sería absurdo. Es como si Afrodita pusiera un pleito a los humanos que le
rinden culto. Espero de corazón que Patricia Conde, a quien he enviado un
ejemplar, acepte ese homenaje respetuoso que le hago y le parezca digno de su
gracia.
¿El humor
es, tal vez, la última defensa que nos queda contra la barbarie política?
Es una
opción, por la que apuesto. Tenemos la violencia, la paciencia y el humor en
sus muchas variantes. Mira dios, qué maestro del humor negro, que envía a su
hijo a morir salvajemente para salvarnos.
Entre los
anacronismos que maneja la narración se filtran el funeral de Louis Armstrong
confundido con Michael Jackson o Franco imaginando el argumento de películas
como Casablanca y Memorias de África. ¿Qué fuma usted mientras
escribe?
Ni fumo ni
bebo. Sólo doy rienda suelta a una necesidad imperiosa de divertirme e intentar
divertir a todas horas. Pero esos anacronismos, aparte de resultar cómicos,
deben sembrar unas sospechas en el lector y están justificados. Al verdadero
Franco le pirraba el cine, como se sabe. Mi Franco juega a hacer guiones y
hasta sueña con grandes tramas de películas del futuro, aunque con
interferencias. Todo es por algo.
"La
mayoría de escritores no abusan del humor porque es un reto demasiado
difícil"
¿Piensa que
la literatura española actual es demasiado seria?
La que se
muestra en los escaparates oficiales, sí. Hay mucha literatura de humor pero
reducida a circuitos minoritarios. Quizá la mayoría de escritores no abusan del
humor porque es un reto demasiado difícil. Pero bueno, los hay ya, por suerte,
y bien considerados, como Orejudo, Reig, Marta Sanz, Vilas y otros.
Por último:
inicia usted el libro con una cita de Luciano, en griego, que no se molesta en
traducir. ¿Pedantería?
Un poco sí,
pero sobre todo la ilusión de que el lector se la encuentre y maldiga a las
autoridades educativas de los últimos 40 años, que les han condenado a esa
ignorancia.
Fuente: www.publico.es
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