Artículos de
Opinión | Juan Luís González | 26-01-2013 |
Leo en El País un artículo de tribuna bendiciendo la nueva guerra
imperial contra Mali. No es de extrañar en este diario, entregado en
política internacional desde hace decenios a lo más casposo de la derecha
planetaria. Sin embargo, aún se torna en más significativo cuando se aprecia el
pie de firma: Bertrand Henri-Lévy, BHL para los amigos. ¿Quién es este
sujeto que firma como filósofo? Se le ha llamado el filósofo de la
“primavera árabe”, un gran indicativo de a quién sirven o quienes instigan
estas pseudo revoluciones populares, en este caso, un sionista belicista agente
de Israel. Todo indica que BHL medió entre los islamistas libios y el
expresidente Sarkozy para convencerlo —a base de petróleo, es de suponer— de
que liderara la intervención de la OTAN en el país de la Yamahiriya para
derrocar a Gadafi.
Hoy Lévy es
un héroe entre los mercenarios y yihadistas que se han adueñado por la fuerza
del país, que lo recibieron con gritos de Alá es Grande (lo mismo que
gritan como posesos cuando degüellan civiles) en las calles de Trípoli, otro
contrasentido de estas operaciones de bandera falsa que se esconden tras la
glaciación que ha arribado a África y Oriente Medio en aras de una supuesta democratización.
Por si quedan dudas, ayer mismo, Berlusconi desvelaba que la desestabilización de Libia
corrió a cargo de Francia para lograr el acceso a los recursos
energéticos libios que estaban cayendo alegremente en manos italianas. Si
alguien sigue creyendo en una movilización espontánea popular, ya puede ir
cayéndose del guindo…
Nuestro
héroe de al Qaeda, que tiene en la locuacidad otra de sus «virtudes», no ha
dudado en afirmar ante una multitudinaria audiencia judeofrancesa que no lo
hubiese hecho (convencer a Sarkozy) si no hubiese sido judío y si no hubiese querido
ayudar a Israel. En su libro “La Guerre sans l’aimer”, lo cuenta todo con pelos
y señales. Decía BHL:
“He
llevado como estandarte la fidelidad a mi nombre, lo hice en calidad de judío.
Mi voluntad de ilustrar ese nombre y mi fidelidad al sionismo y a Israel. Lo
que he hecho todos estos meses, lo hice como judío. Y como todos los judíos del
mundo, estaba preocupado. A pesar de esa ansiedad legítima, se trata de una
rebelión que es necesario recibir favorablemente: lo que había antes era uno de
los peores enemigos de Israel”.
Lévy se
regodea en su tribuna de El País en las bondades de la guerra de Mali, lo hace
usando paralelismos con la intervención Libia, de
la que no deja de ser una mera continuación geoestratégica,
invocando principios humanitarios que se sobreponen —afirma— sobre la soberanía
de los pueblos y los estados. Esa es la piedra angular de las nuevas
intervenciones, la nueva excusa neocon, la protección de la población civil
frente los aparatos estatales. Esa y la casual y estratégica ubicación
de al Qaeda en los escenarios de guerra.
La
contribución de tan grande filósofo a la causa del conocimiento, de la sophos,
de la interpretación de los hechos que acontecen en el mundo, no es otra que el
análisis del papel del terrorismo en ambos conflictos. De un lado, tenemos a
aquellos yihadistas amigos que lo aclamaban en Trípoli; basta tirar de
hemerotecas para recordar que quien
lideraban las tropas que conquistaron la ciudad eran del Grupo de
Combate Islámico Libio, considerado como organización terrorista por el
Departamento de Estado de los EEUU, comandado por Abdul Hakim Belhaj, curtido
en las montañas lejanas de Afganistán y compañero de correrías de Bin Laden.
Pues bien, estos terroristas buenos fueron armados y pertrechados por Francia,
entre otros gobiernos.
Por otro
lado tenemos que los peligrosos integristas islámicos, los malos, a quienes se
intenta echar del poder en el centro y el norte de Mali, pertenecen al grupo Al
Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Hasta ahí todo normal, puede haber
yihadistas útiles a los intereses de dominación de occidente (como la al Qaeda
de la época afgana y soviética) y otros letales para nuestros estados, como los
que supuestamente organizaron los atentados contra las Torres Gemelas. Entramos
de lleno en la teoría de “nuestros hijos de puta”, atribuida a otro gran
filósofo: Franklin D. Roosevelt. Pues bien, si nos atenemos a las declaraciones
del número dos de al Qaeda, el señor al Zawahiri, el Grupo de Combate Islámico Libio y AQMI se fusionaron en
una sola organización en 2007. ¿Adivinan quién es su poderoso emir?
Seguro que sí, el inefable Abdul Hakim Belhaj. Ahora que venga Bertrand
Henri-Lévy a contarnos más patrañas propagandísticas disfrazado de filósofo…
triste destino para una bella y necesaria disciplina.
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