Artículos de
Opinión | Vicent Boix * | 27-01-2013 |
Con los
recientes escándalos que apuntan al ex tesorero del PP, Luís Bárcenas, se ha
podido saber que este es socio de una empresa agrícola situada en Argentina
llamada La Moraleja SA. Ángel Sanchís, ex diputado, también ex tesorero del
mismo partido y amigo de Bárcenas, es el presidente de esta compañía, que posee
30.000 hectáreas en las que se siembran limones, trigo, maíz, hortalizas, etc.
Este
artículo no pretende analizar ni ofrecer datos nuevos sobre la variante más
escandalosa de todo este asunto: los créditos otorgados por el gobierno de
Aznar a una empresa de coleguitas de partido situada a miles de km. de la
península. Más bien se pretende confrontar los dos modelos agrícolas
predominantes, que además resultan ser incompatibles el uno con el otro.
Modelo
agrícola local y social: en vías de extinción.
Es el que
practican millones de agricultores en el mundo. El que repartía la riqueza y
mantenía vivo el tejido rural. El compuesto por pequeños y medianos minifundios
que generan trabajo y alimentos para el consumo local, nacional y también
internacional. Es el modelo que sucumbe ante las políticas neoliberales
apadrinadas en los últimos lustros por el PP y el PSOE, que en el estado español
han y están expulsando a cientos de miles de agricultores. Es el que podría y
debería potenciarse en tiempos de crisis como una posible salida laboral.
En el estado
español, este modelo está en decadencia ante la manifiesta falta de
rentabilidad originada por los bajos precios de compra que imponen los
intermediarios, la distribución y los supermercados. Todas las organizaciones
agrícolas y ganaderas sin excepción, han coincidido en señalar este hecho como
el principal causante de la sangría en el campo español. Ante ello llevan años
solicitando la intervención del estado para que se establezcan precios mínimos
de compra. El problema es que en esta democracia no manda la gente, sino el
Dios mercado.
Modelo
“agrodarwinista”, global y corporativo: en clara expansión.
Con él ya no
es importante generar trabajo y comida, sino obtener beneficios y ser
competitivo aunque se genere hambre y abandono de tierras en millones de
personas. Con este modelo, unos eslabones de la cadena agroalimentaria están
dominados por unas pocas transnacionales que venden semillas o agroquímicos.
Otro está infestado de especuladores e inversores, cuyas acciones financieras
han originado el incremento de los precios de los alimentos en los mercados de
futuros. Y uno más está controlado por intermediarios y distribuidores que
comercializan y venden la producción agraria.
El único
eslabón que permanecía exento de los depredadores era precisamente la tierra.
Pero desde hace unos años se ha constatado un fenómeno denominado acaparamiento
de tierras, en el que inversores, transnacionales y empresas privadas y
públicas están adquiriendo millones de hectáreas especialmente en África aunque
también en América Latina (Argentina, Brasil, etc.). Además también se apropian
de otros recursos como el agua, para que sus explotaciones industriales estén
bien irrigadas aunque luego los campesinos no puedan regar las suyas.
No deja de
ser paradójico que mientras millones de agricultores europeos abandonan la
tierra, algunos inversores deslocalizan la producción agraria hacia países
empobrecidos cuyos campesinos y habitantes son expulsados de sus tierras para
que ellos puedan emprender sus proyectos agrícolas. Lógicamente no pretenden
combatir un hambre que ayudan a generar, sino que siembran alimentos y sobre
todo agrocombustibles que luego se exportarán a Europa, China, USA o los países
árabes.
Los más
atrevidos argumentarán sobre este modelo, que la vida es así y que solo los más
aptos están condenados a sobrevivir y triunfar, como dijo en su día el graduado
en teología Charles Darwin. Y de los menos aptos, ya se encargarán la FAO, las
ONG’s caritativas y los religiosos que rezarán para que los pobres ganen en el
cielo las parcelas que les son usurpadas en la tierra.
Acuerdos
comerciales y corredores.
El PP y el
PSOE han defendido y apoyado el Acuerdo Bilateral entre la UE y Marruecos para
liberalizar el comercio de productos agrícolas y pesqueros. A grandes rasgos y
sin entrar en detalles, el acuerdo consiste fundamentalmente en la
liberalización del comercio mediante el desmantelamiento arancelario, para que
los productos agroalimentarios puedan fluir con más facilidad entre las dos
regiones.
La embajada
española en Marruecos ha alentado la inversión agrícola española en el país
africano. Mientras, todas las organizaciones agrarias españolas que representan
a cientos de miles de agricultores, se han posicionado en contra de este
acuerdo porque permitirá la entrada de unos productos más baratos cultivados en
una región con unas políticas fiscales, laborales y ambientales más laxas, y
por tanto, con un precio de coste más bajo que los sembrados en el estado
español. Que nadie piense que los pequeños agricultores marroquíes se
beneficiarán, pues en algunos casos también han sido expulsados de sus tierras
y en cualquier caso este pastel agroexportador está horneado para inversores
extranjeros y terratenientes locales.
Con las
tierras acaparadas y las barreras comerciales derribadas, solo queda por
resolver el apartado logístico, y para ello, las autoridades analizan dos
posibles corredores (el “central” y el “mediterráneo”). Existe un debate para
ver cuál de los dos es el más conveniente, pero en ambos casos el punto de
partida es el puerto de Algeciras, situado a escasos kilómetros de África. A
pesar de las benevolencias que se han dicho sobre estos corredores, no hay duda
de que esta infraestructura que pagaremos entre todos permitirá el transporte y
el comercio de productos agrícolas africanos, que dejará sin trabajo y futuro a
los campesinos de aquí y a los de allá.
Cuestiones
morales.
No se conoce
una plaga más dañina para el campo español que la política agraria emprendida
por el PP y el PSOE. Ambas formaciones han tomado decisiones estructurales que
lo han masacrado y destrozado, mientras han ignorado y desoído la voz del
agricultor -y votante- representada por las organizaciones agrarias.
Claro, ahora
este agricultor que se quema la piel bajo el sol, que tiene las manos cubiertas
de callos, que paga impuestos en su nación, que genera puestos de trabajo en su
ciudad y que desde hace años el llegar a final de mes le supone un auténtico
malabarismo, observa cómo se lucran de la deslocalización de la producción
agraria los altos ex cargos públicos Luís Bárcenas y Ángel Sanchís, fomentando
a la vez en América Latina un modelo agroexportador que ha causado estragos.
Si le parece
extraño que la clase política no controle los precios de compra que le
arruinan, si le acongoja la futura invasión de cultivos africanos en manos de
inversores, ahora ¿qué esperanza le queda tras ver que algunas ex figuras
políticas se benefician de un modelo que a él lo exprime y lo deja sin futuro?
Pero ¿a quién narices le quedan ganas de ser emprendedor con semejante
marabunta hispánica?
*
Investigador asociado de la Cátedra “Tierra Ciudadana - Fondation Charles
Léopold Mayer”, de la Universitat Politècnica de València. Autor de los libros El parque
de las hamacas y Piratas y pateras. Artículo de la serie "Crisis agroalimentaria"
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