RAFAEL
GUERRERO Sevilla 01/04/2014 08:00
El veterano ex brigadista internacional, durante la
entrevista.
José Eduardo
Almudéver es uno de los cinco exbrigadistas internacionales que quedan vivos
en el mundo. A sus 94 años, se mantiene bastante ágil haciendo
ejercicio cada mañana en su bicicleta estática, y conserva una memoria
prodigiosa recordando fechas, nombres y apellidos de los tiempos de la guerra.
Francés de
nacimiento circunstancial, ya que su madre -una mujer valenciana que trabajaba
en un circo-, lo trajo al mundo en Marsella en 1919, Almudéver llegó a engañar
con su edad para alistarse en defensa de la República; combatió hasta el
final de la guerra desatendiendo la orden de retirada de las Brigadas
Internacionales en el otoño de 1938; estuvo recluido en los campos de
concentración de Los Almendros y Albatera, y se hizo maqui enrolándose en
la Agrupación Guerrillera de Levante, hasta que en 1947 huyó a su Francia
natal.
Este
incansable luchador antifascista en su juventud se ha convertido en su vejez en
un no menos infatigable donante de memoria, y acude cuando puede a reunirse con
estudiantes de bachillerato para explicarles su trayectoria vital. La última
vez fue a finales de febrero en el instituto de enseñanza secundaria Carmen
Laffón de la localidad sevillana de San José de La Rinconada.
Pero en sus
encuentros con los jóvenes, Almudéver no se limita a exponer con su hablar
pausado y cadencioso su relato vital con arreglo a un guión predeterminado,
a pesar de la cantidad de veces que ha viajado a España desde su domicilio en
Toulouse para compartir sus historias.
Almudéver:
"Íbamos doscientos con fusiles pero sin balas. Había que tener corazón
para ir a la primera línea a luchar sin una bala"
Este antiguo
brigadista es un atento observador de la actualidad política española, y
enlaza sus recuerdos de antaño con aspectos candentes del debate público,
como es el caso del aborto. Y fue precisamente este asunto con el que
sorprendió del todo a los alumnos sevillanos, sacando a relucir una impresionante
anécdota que en anteriores charlas no había contado.
Contaba
Almudéver que el 22 de agosto de 1936, cuando acababa de alistarse en la
columna Pablo Iglesias y paseaba camino del cuartel por la calle San Vicente de
Valencia, otro joven miliciano le llamó y le dijo: "Almudéver, ven, que
vamos a entrar en la iglesia de San Agustín". Él respondió: "¿A la
iglesia? A mí no se me ha perdido nada allí.". "No seas así -insistió
el otro-, que tus ojos no van a creer lo que verán".
Los dos
jóvenes milicianos accedieron a la iglesia por una puerta lateral, y ya cerca
del altar pasaron a una habitación que estaba vacía, donde se encontraron con
dos tabiques derribados a un lado y a otro. "Y resulta que había cuatro
estanterías, y en cada una había una monja y un recién nacido. Y en la pared de
enfrente había una visión similar: cuatro monjas y cuatro bebés".
Almudéver
enlaza su memoria con una reflexión sobre el actual debate en torno a la
reforma de la ley de interrupción voluntaria del embarazo: "Si Rajoy tuviese
dignidad, permitiría que se aborte; no tiene sentido matar a 16 seres humanos
por no permitir ocho abortos. Eso es una realidad, eso estaba en la iglesia
de San Agustín en Valencia".
Si la
historia es impactante, no lo es menos el comentario. El caso es que ni
profesores ni alumnos pidieron al veterano más explicaciones al respecto. Sin
embargo, días después, cuando ya estaba de vuelta en Francia, su hija explicó
las conjeturas de su padre al respecto de esta anécdota, en un correo
electrónico: "Según él, las monjas, que vestían mortajas, habrían sido
envenenadas y emparedadas junto a sus hijos por la propia Iglesia, pensando
que nadie podría descubrirlas".
Matías
Alonso, coordinador del Grupo por la Recuperación de la Memoria Histórica de
Valencia, se muestra sorprendido por la afirmación de Almudéver, de la que
asegura no haber tenido nunca conocimiento, y afirma que no hubo constancia de
tales hechos en los periódicos de la época, que estaban lógicamente más
pendientes de las consecuencias del golpe militar que se había producido tan
solo un mes antes.
Al frente con fusiles, pero sin balas
"Hubo
al menos 45 suicidios en el puerto de Alicante. Un hombre se degolló al
terminar de afeitarse", recuerda Tras ser rechazado inicialmente por ser
menor de edad, el joven Almudéver consiguió un certificado falso de que había
nacido dos años antes, y se alistó en la columna Pablo Iglesias de juventudes
del Partido Socialista, marchando al frente en septiembre del 36. "Íbamos
doscientos con fusiles pero sin balas. Había que tener corazón para ir a la
primera línea a luchar sin una bala", confiesa. A mediados de 1937,
tras protagonizar una discusión con un mando por abuso de poder, se descubre
que es menor de edad y es enviado a su casa de Alcásser.
En
septiembre vuelve a reengancharse, ya con los 18 años cumplidos, y se hace
sargento instructor, pero cuatro meses después se marcha al frente, donde
sería gravemente herido en el brazo y en la espalda. El obús que le estalló
cerca podría haberlo matado, de no haber sido por el casco que en ese momento
llevaba puesto, y que normalmente nunca se colocaba. "Y es que yo nací con
buena estrella", dice sonriendo.
Almudéver
podía haber aprovechado la baja facultativa para retirarse de la guerra pero,
testarudo como él solo, hizo valer su calidad de extranjero para alistarse en
la brigada internacional 129. Una brigada italiana, aunque comandada por un
checo, con la que luchó en la durísima y gélida batalla de Teruel. El
veterano brigadista recuerda con amargura la obligada retirada de las BBII en
el otoño del 1938, cuando fue repatriado a su Marsella natal.
Pero no
descansó mucho tiempo en la ciudad francesa: pese a estar advertido de que la
guerra estaba perdida irremisiblemente para la República, el joven marsellés de
apellido levantino viajó a Valencia el 29 de marzo del 1939, y al ver "que
los fachas estaban entrando ya en la capital", puso rumbo hacia Alicante.
José
Eduardo Almudéver despliega su bandera republicana junto a los profesores del
instituto sevillano, Juan Carlos Escribano y Fran Domínguez.
En aquella
ratonera del puerto alicantino se concentraron casi 20.000 personas (17.000
hombres, 2.000 mujeres y 1.000 niños) que esperaron en vano a los barcos
que debían evacuarlos, para llevarlos al exilio. Barcos que nunca llegaron, y
en su lugar se produjeron escenas dantescas, "al menos 45 suicidios",
como el de "un hombre que se afeitaba tranquilamente junto a una joven
embarazada y que al terminar de rasurarse se degolló. Fue tal el
chillido que dio aquella mujer, que dio a luz allí mismo".
El teniente
Merinos se ensañaba dando el tiro de gracia a los que gritaban "¡tirad
cabrones!", antes de ser ejecutados
A los pocos
días aquella legión de perdedores hambrientos fue trasladada al campo de
concentración de Albatera, donde la situación se hizo más difícil: había
gente que moría de hambre. "Nos daban diariamente una lata de sardinas
para dos y un chusco de pan para cinco: dos sardinas y media, 50 gramos de pan
para cada uno y un litro de agua por día".
Almudéver
tiene una especial fijación por el teniente Merinos -"el mayor criminal
después de Franco"-, que lo cogía del brazo para ver en primera línea
los fusilamientos diarios, justo detrás del pelotón, y que había organizado un
tinglado de mercado negro de provisiones.
El
exbrigadista se emociona recordando cómo Merinos se ensañaba dando el tiro de
gracia a los ejecutados que antes de la descarga no daban vivas a la República,
al socialismo o al comunismo, sino que gritaban "¡tirad cabrones!".
La voz se le entrecorta y se le humedecen los ojos.
‘Los moros de Franco' no eran tan malos en Albatera
Algo que le
sorprendió gratamente entre tanto sufrimiento fue la actitud de los moros de
Franco en el campo de concentración. "Tan criminales que eran en la
guerra, que para ellos no podía haber prisioneros, ya que tenían carta blanca
de Franco para matar y saquear a sus víctimas, allí en Albatera eran distintos.
Por una peseta vendían dos o tres panes de higo, mientras que el
criminal Merinos vendía alfalfa por un duro, que se hervía y que era peor para
hacer aguas mayores", rememora.
Tras salir
del calabozo donde lo habían castigado sólo por ser "un republicano
francés que había venido a salvar a la República española", Almudéver
recuerda la graciosa anécdota que protagonizó un joven de 22 años que había
enmudecido meses atrás durante un bombardeo. "Sus compañeros le dijeron
una vez que tuviera cuidado cuando fuera a las duchas con un negro de dos
metros muy bien armado que había entre los moros, al que le gustaban los chicos
jóvenes. Una noche soñó que el negro quería bautizarlo, y empezó a chillar. Del
susto, el muchacho recobró el habla, y al día siguiente su madre, su
hermana y su novia lloraron de alegría al verlo y escucharlo de nuevo".
Exilio a Francia
Almudéver
contribuyó a la espectacular voladura del puente ferroviario de la línea
Valencia-Madrid en octubre de 1946
Cuando
recobró la libertad en 1943, nadie le daba trabajo en el pueblo, hasta que un
antiguo compañero del campo le buscó un trabajo en una fábrica de Silla, donde
no tardó en destacar por sus protestas contra el trato que daba el
empresario a los obreros, por lo que fue captado por militantes comunistas
que le ofrecieron integrarse en la Agrupación Guerrillera de Levante. Ya como
maquis urbano en Catarroja, Almudéver contribuyó a la espectacular voladura del
puente ferroviario de la línea Valencia-Madrid en octubre de 1946. Pero la
caída del comandante del maquis levantino Vicente Galarza, alias Andrés, en
febrero del 47, provocó la desarticulación de la agrupación guerrillera, ya que
en su casa encontraron la documentación con los nombres de los maquis.
Aunque en
principio su nombre no aparecía en los papeles, un compañero lo denunció,
lo que le garantizaba un fusilamiento seguro, por lo que no tuvo más remedio
que poner tierra de por medio rumbo viajando a Barcelona. Allí, otros contactos
le facilitaron un salvoconducto de fronteras que le permitió acercarse a los
Pirineos, y después de tirarse en marcha del tren por miedo a un control
policial, caminó durante tres días y tres noches hasta llegar a territorio
francés, el 12 de agosto de 1947.
Los
estudiantes sevillanos recibieron y despidieron a José Almudéver con una gran y
emotiva ovación y asistieron embelesados a su charla, "toda una lección
magistral de Historia" como reconocen el profesor de Historia, Fran
Domínguez, y el director del instituto, Juan Carlos Escribano, muy satisfechos
por un encuentro y una experiencia que sus alumnos nunca olvidarán.
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