martes, 1 de abril de 2014

FRANCO LOS QUERÍA ENCARCELAR A TODOS

El 28 de marzo de 1939, hace hoy 75 años, zarpó desde el puerto de Alicante el Stanbrook, último barco con exiliados republicanos a bordo. Cerca de 14.000 personas quedaron atrapadas en el puerto; Franco no permitiría su huida. La mayoría acabó en un campo de concentración

ALEJANDRO TORRÚS Madrid 28/03/2014 07:00 Actualizado: 28/03/2014 11:21



El barco Stanbrook a su llegada a Orán./ www.operacionstanbrook.com

Eran los últimos días de la República. Decenas de miles de personas huían despavoridas de sus poblaciones de origen en dirección a la costa. Querían huir, fuera como fuera. El general Casado y su séquito, última autoridad republicana, ya abandonarían España el 30 de marzo escoltados por el propio ejército franquista y la marina británica a través del puerto de Gandía. No sucedió igual con la multitud agolpada en el puerto de Alicante. El 28 de marzo de 1939, hace hoy 75 años, zarpó el último barco con exiliados republicanos. Fue el Stanbrook . Cerca de 14.000 continuarían en el puerto esperando otro barco que jamás llegó. Franco lo impidió. Franco los quería a todos.

"Al menos dos barcos intentaron llegar al puerto de Alicante para sacar a refugiados de allí, pero dos buques de Franco lo impidieron. Con el Canarias y el Volcano, Franco estableció un cordón sanitario frente al puerto. El general quería un escarmiento masivo a todos los que habían apoyado la República. Franco los quería a todos", relata a Público Angel Bahamonde, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Carlos III de Madrid, que acaba de publicar Madrid 1939, la conjura del coronel Casado (Ed. Cátedra).

Helia González fue una de las pasajeras de aquel último barco. Tenía entonces cuatro años y tres meses. "Recuerdo cómo mi madre preparó una tortilla de patatas con un solo huevo para los cuatro y partimos para Alicante", recuerda Helia, que vivía en aquel entonces y vive hoy en la ciudad de Elche. La familia de Helia llegó a Alicante al anochecer. En unas horas, a las 11, zarparía el penúltimo barco del exilio. Unos minutos después lo haría el Maritime, con 32 autoridades republicanas de la provincia, dejando ya en los muelles a una multitud desesperada, atrapada en la ratonera del puerto alicantino. Helia y su familia sí pudieron subir al Stanbrook.

"Nada más salir comenzaron a caer bombas donde estaba atracado el barco. Creo que eran los italianos", recuerda Helia a Público. El Stanbrook era un viejo carguero inglés comandado por el capitán Archival Dickson, que desobedeció las órdenes de sus superiores y decidió subir a bordo a 3.028 personas, entre ellos 147 niños. Otras decenas de miles no encontrarían esta salida.



Carta de José Escudero escrita a bordo del Stanbrook

Franco y el Gobierno de Gran Bretaña llevaban semanas negociando la evacuación de los republicanos que querían abandonar el país. A principios de marzo, el Gobierno inglés adoptó una postura oficial sobre este tema. Los historiadores Ángel Bahamonde y Cervera señalan que la postura de Reino Unido fue que cualquier forma de evacuación debía contar con la aprobación del Gobierno de Franco. Con todo esto, el Ejecutivo británico dejó claro que lo ideal era que Franco dejara salir a a todo el que quisiera. El generalísimo, por contra, había aceptado una evacuación selectiva de republicanos que afectaba al general Casado y los suyos. No permitiría la salida de nadie más.

Los buques de Su Majestad

El 30 de marzo, con cerca de 14.000 republicanos esperando en el puerto de Alicante, el almirantazgo británico envió un mensaje a los barcos de Reino Unido que navegaban en el Mediterráneo. El mensaje era escueto y dejaba todo dicho: "La política del Gobierno permanece inalterable y las instrucciones para los barcos de Su Majestad siguen siendo las que se han transmitido en telegramas anteriores. Los buques de Su Majestad no deberán entrar en puertos españoles para recoger a los refugiados republicanos". Alicante era una ratonera sin salida.

El escritor Eduardo de Guzmán, que quedó en el puerto, describiría en su cuaderno las escenas que se sucedieron en e ese mismo lugar, en las agónicas horas de espera de un barco que nunca llegó. "Continúan los suicidios. En la parte exterior del muelle dos cadáveres flotan junto al rompeolas. Un individuo pasea por el muelle con aparente tranquilidad y se pega un tiro en la cabeza. Otro muchacho se pega un tiro y la bala, después de atravesar su cuerpo, hiere mortalmente a un viejo de pelo blanco. Dos días más y el fascismo no tendrá nada que hacer porque nos habremos matado todos".

Destino: Orán

El Stanbrook zarpó rumbo a Orán con más del doble de pasajeros de los permitidos. "El trayecto fue infame. Llovía y no teníamos con qué cubrirnos. Tampoco podíamos ir al aseo. La embarcación tenía solo dos aseos y éramos más de 3000, y allí se había refugiado un montón de gente. Hice mis necesidades en la cubierta", rememora Helia.

A bordo del barco también estaba el abogado José Escudero, gobernador civil de Salamanca, Zamora y Granada a lo largo de la II República. Su nieto, Paco Escudero, ha recuperado parte de su memoria en la obra Pasajero 2.638. Nada más desembarcar en Orán, José escribió una carta a su mujer describiendo el viaje: "A las 22 horas de salir llegábamos a Orán, y en un puerto hemos pasado los ocho peores días de mi vida. Pasábamos el día y la noche como borregos, unos encima de otros, sin comida apenas, con agua escasa. ¡Un horror! Anteayer desembarcamos unos cuantos, ayer lo hicieron otros y hoy y en días sucesivos terminarán con los que quedan".

Una vez en Orán, Helia fue a parar junto a su madre y su hermana de apenas unos meses a la cárcel del cardenal Cisneros. "Allí, siempre escoltados por la guardia de senegaleses, nos ducharon y nos desinfectaron. Luego nos llevaron a un lugar cercano que era una especie de colonia para colegiales. Aún estaba en construcción y a menudo había explosiones para sacar piedra de la tierra. Con cada explosión cundía el pánico", recuerda.

Tiempo después, un familiar de su madre que había emigrado a Argelia antes de la guerra fue a recogerlos y la familia se trasladó a la ciudad de Sidibel-abbesh. "Solamente se podía salir de los campos si alguien iba a buscarte. Conocimos a una señora muy mayor, madame Martínez, que consiguió sacar a todos los Martínez alegando que eran todos hijos suyos", rememora.

El destino depararía una sorpresa más a la familia de Helia. En Argelia operaba una compañía de teatro español que había quedado dividida en dos, como España, tras el golpe de Estado de los militares. "La compañía estaba formada por dos familias. Los Salguero se volvieron a España y la familia Pineda vino a buscarnos para completar la compañía", apunta.

Los siguientes ocho años, Helia y su familia recorrieron cada una de las poblaciones de Argelia con la compañía de teatro español. "No iba al colegio, ni tenía casa fija. Viajábamos en carros, a pie o en autobuses cargados hasta la baca. Actuábamos en patios de colegio, en las salas de bar, en los patios de las casas, etc.", señala esta señora, que recuerda que la obra que más gustaba al público era Tierra Baja de Angel Guimerà. En julio de 1949 la familia consiguió regresar a España y rehacer su vida.

Campos de concentración en Alicante

El destino de los cerca de 14.000 republicanos que quedaron atrapados en el puerto de Alicante pasaría por uno de los 104 campos de concentración que Franco dispuso por todo el territorio estatal. La provincia de Alicante tendría el triste honor de reunir en sus tierras alguno de los más sanguinarios y represivos, como es el caso de Molino de Batán, Portacoeli, Benalúa, San Fernando, Santa Bárbara, la plaza de toros de Alicante y, sobre todo, los campos de Los Almendros y Albatera.

En el campo de los Almendros llegaron a estar recluidos hasta 30.000 condenados. José Eduardo Almudéver, de 93 años de edad, recuerda para Público su primera experiencia en el campo de Los Almendros: "El primer domingo vino a visitarnos el falangista Ernesto Giménez Caballero. Se subió encima de un pequeño banco. Nos miró a todos desde arriba y nos dijo: 'Así como estáis todos delante de mí, os podría matar con una ametralladora'".



Lugar donde se instaló el campo de concentración de Los Almendros / ALICANTE VIVO

El escritor francés Max Aub ha sido, sin embargo, el que mejor ha retratado la dureza de la realidad de lo que significó este campo de concentración. Así, en las páginas finales de El campo de los almendros relata: "Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides".


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario