“Tuve más suerte que un quebrao“,
contaba Virgilio Peña, superviente de la represión nazi, al periodista Rafael
Guerrero en una entrevista hace seis años en Córdoba. Así describía su estancia
en el campo de concentración de Buchenwald, cercano a la ciudad alemana de
Weimar. Lo hacía pese al horror que, como él, tuvieron que sufrir muchos
andaluces que pasaron por allí. Pero Virgilio, que ahora tiene cien años,
sobrevivió y puede contar su historia. En marzo volvió a Espejo (Córdoba), su
pueblo, que le dedicó una calle. Guerrero recoge su caso en Testigos de la memoria, un libro que recopila más de una
veintena de entrevistas realizadas para el programa que dirige desde 2006 en
Canal Sur Radio, La memoria y editado en colaboración con la Consejería
de Administración Local y Relaciones Institucionales de la Junta de Andalucía.
La obra cuenta la historia reciente de
España a través de sus protagonistas. Represaliados, guerrilleros, presos o
exiliados. Testimonios en primera persona que hablan de los pasajes más negros
de un país al que le cuesta recordar. “Gente”, explica Guerrero, “a quien el
franquismo convirtió en víctima por el mero hecho de ser demócrata, de su
compromiso social y de resistirse a la barbarie”. Testigos de la
memoria pretende homenajear a todas esas voces, silenciadas durante
tantos años, cuyo reconocimiento ha llegado demasiado tarde. Una manera de
explicar y humanizar el relato a través de testimonios orales y construir
memoria. Frente al olvido, sus historias. “Tenemos que poner en conocimiento de
nuestra ciudadanía lo que ha sido nuestra historia”, defendía ayer el
vicepresidente de la Junta, Diego Valderas.
“Es una obra pertinente y oportuna”,
defendía la investigadora Pura Sánchez, una de las encargadas de presentar el
libro: “Guerrero ha ido al encuentro de estos testimonios para rescatarlos
antes de que desaparezcan”. Se trata, explica, de construir una historia en
forma de polifonía, a partir de una suma de todas las voces: “La memoria
democrática del pueblo andaluz, aunque se denomine en singular, debe
sustentarse en las memorias individuales y colectivas de los vencidos y las
vencidas”. Una narración, sin embargo, que se hace complicada. Cada día quedan
menos supervivientes que ofrezcan un relato en primera persona del horror
franquista. De los 21 protagonistas que recoge Guerrero en el libro, 10 ya
han fallecido.
En el camino de recuperación de la
historia presente, Andalucía lleva ventaja: “En esto de la memoria somos la
envidia de España”, defendía ayer el autor del libro. Y no solo por la voluntad
política, con la nueva ley de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía,
sino por la sensibilidad especial de una comunidad con la que el franquismo se
cebó especialmente. “Fue la región española más masacrada por el franquismo, en
términos cualitativos y cuantitativos. Ahí están las más de 600 fosas comunes y
los más de 60.000 asesinatos políticos”, explica Guerrero. Frente a la posición
andaluza, la situación del movimiento memorialista en otras comunidades como la
valenciana: “Están como si vivieran en un desierto, rodeados de un vacío e
incompresión institucional. Con calles plagadas de símbolos franquistas, con
pocas exhumaciones, y las pocas que se hacen es con colectas”.
Además de los relatos en primera persona, Testigos
de la memoria cuenta con la aportación de dos hispanistas. Fueron personas
como ellos, explica el periodista, las que contribuyeron a abrir el camino de
la verdad desde el exterior. Y la historia se repite ahora. Ante la inoperancia
de la justicia española, ha sido una jurista argentina, María Servini, la que
ha iniciado una causa para investigar los crímenes franquistas. “La única
esperanza viene por el extenjero. Es como si desde fuera nos tuvieran que
rescatar democráticamente para superar esa asignatura pendiente tan dura”,
defiende Guerrero. Así sucede también con Naciones Unidas, cuyo relator para la promoción de
la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición, Pablo
de Greiff, instó al Gobierno de Rajoy a escuchar a las víctimas y derogar la
Ley de Aminstía.
A la causa memorialista le queda trabajo
por delante. ¿Cómo superar la enorme distancia entre el dolor de las
víctimas y la insensibilidad, cuando no el desprecio, de mucha gente?”, se
preguntaba ayer Guerrero. Para responder, una frase de José María Ruiz Vargas:
“Solo cuando toda la sociedad española sea capaz de sentir el dolor ajeno podrá
empezar a cerrarse la brecha que sigue enrareciendo nuestra convivencia”. La
estrategia a emprender, dice el autor, es prescisamente esa: hay que hacer un
esfuerzo didáctico para revertir el poso que ha dejado el franquismo en muchos
sectores de la sociedad. Legado que toma en forma de mitos como que la memoria
es sinónimo de reabrir heridas o de revanchismo. “Hay que considerar la
memoria histórica como un derecho y poner en evidencia la sinrazón y el
ridículo de quienes desprecian a las víctimas”, sostiene Guerrero.
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