Esta historia va dedicada a
los miles y miles de cooperantes voluntarios que dan su trabajo para salvar a
millones de personas pobres por todo el mundo. Son una luz que alumbra un mundo envuelto en el materialismo más obsceno.
nuevatribuna.es
| Mujeres de película | Edmundo Fayanas Escuer | 01 Agosto 2014 - 12:17
h.
Nace el 15 de febrero de
1910 en un pueblo llamado Otwock a 23 km de Varsovia. Se le pone el nombre de Irena
Krzyzanowska. Su padre era Stanislaw, que era médico de reconocido prestigio,
sobre todo por la labor social que desarrollaba. Era un activista del partido
socialista polaco y tuvo una gran influencia sobre Irena.
En el año 1942, los nazis
designan un área cerrada para alojar a los judíos que vivían en Varsovia, que
será conocido como “el gueto de Varsovia”, donde sólo se podía esperar una
muerte segura
Su padre muere cuando Irena
tenía siete años, como consecuencia de haber contraído el tifus, al tratar a
enfermos judíos con esa enfermedad que otros médicos se habían negado a
atenderles. Su padre le dijo cuando iba a morir: “Si ves alguien que se está
ahogando debes de tratar de salvarlo aun cuando no sepas nadar”. En su
historia personal siempre respetó y amó al prójimo sin distinciones de ningún
tipo. Los líderes judíos en agradecimiento a su padre posibilitaron que
estudiara literatura polca en la universidad.
Irena en sus tiempos
universitarios hizo frente a los criterios discriminatorios en la selección del
alumnado en las universidades polacas, donde los judíos tenían serias
dificultades. Fue castigada por la universidad de Varsovia durante tres años
sin poder estudiar. Irena pertenecía a la izquierdista Unión de la Juventud
Democrática. Posteriormente se unió al Partido Socialista Polaco.
Irena trabajó como
administradora superior en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia,
desde el cual se dirigían todos los comedores comunitarios de la ciudad.
Con la invasión alemana de
1939, estos comedores comunitarios no sólo proveían de alimentos a la
población, sino que prestaban asistencia financiera y otros servicios para
huérfanos, ancianos y pobres. Ante la situación en que se vieron sumergidos los
judíos de Varsovia con la ocupación alemana, se les proporcionaba, alimentos,
ropa, dinero y medicinas.
Para evitar que los
alemanes se dieran cuenta de esta ayuda a los judíos, se les registraba con
nombres católicos ficticios y se les describía como pacientes con enfermedades
muy contagiosas como el tifus o la tuberculosis, lo que hacía que los alemanes
no se acercaran a comprobar los datos ante el miedo al contagio.
En el año 1942, los nazis
designan un área cerrada para alojar a los judíos que vivían en Varsovia, que
será conocido como “el gueto de Varsovia”, donde sólo se podía esperar
una muerte segura.
El gueto de Varsovia tenía
medio millón de habitantes, casi el 30% de la población de dicha
ciudad. Todo el gueto fue tapiado y vigilado las veinticuatro horas
para impedir la salida del mismo. Cien mil personas murieron de hambre o a
causa de las infecciones como el tifus durante el año y medio que duró el
gueto, es decir más de cinco mil personas al mes. El resto de los miembros del
gueto fueron llevados al campo de extermino de Treblinka donde la inmensa
mayoría murieron gaseados.
Ante estos hechos, Irena
vive el horror de tal situación, debido a las condiciones infrahumanas en que
están obligados a vivir y a la falta total de libertad. Decide actuar para
aliviar en la medida de sus posibilidades tal situación y se une al “Consejo
para la Ayuda, Zegota”. Ella relata su trabajo:
"Como los alemanes
invasores tenían miedo de que se desatara una epidemia de tifus, toleraban que
los polacos controláramos el recinto”
“Conseguí,
para mí y mi compañera Irena Schultz, identificaciones de la oficina sanitaria,
una de cuyas tareas era la lucha contra las enfermedades contagiosas. Como los
alemanes invasores tenían miedo de que se desatara una epidemia de tifus,
toleraban que los polacos controláramos el recinto”.
Tenía a su cargo a
veinticuatro mujeres y solamente a un hombre. Hicieron unos tres mil documentos
falsos para las familias judías. Irena utilizaba el pseudónimo de Jolanta.
Irena ingresa en el gueto
de Varsovia y caminaba por sus calles llevando el brazalete con la estrella de
David, como símbolo de solidaridad y de pasar así desapercibida. Pertenecía al
Departamento de control epidemiológico de Varsovia, lo que le daba cierta
seguridad, porque el intento de ayudar a los judíos se pagaba muy caro por
parte de los alemanes.
Pronto se puso en contacto
con familias judías ofreciéndoles la posibilidad de sacar a sus hijos del gueto
de Varsovia. Sin embargo, Irena no podía garantizarles el éxito de la salida
del gueto. Lo que era seguro es que si permanecían en el gueto la muerte era
segura.
Muchas familias se negaron
a entregar a sus hijos, lo que posteriormente significó su muerte. Irena y su
grupo intentaban una vez y otra conseguir que se los dieran, pero muchas veces
cuando volvían a ver a la misma familia ya no las encontraban, pues habían sido
conducidas a los campos de exterminio, provocando su muerte.
Durante año y medio, con
toda su prudencia, pero con su inquebrantable coraje del que hacía gala, fueron
rescatando a niños judíos. Se consiguió sacar del mismo hasta dos mil
quinientos niños judíos.
Utilizó multitud de
argucias para sacarlos del gueto, desde bolsos, cestos de basuras, bolsas de
arpilleras, maletines de herramientas, ataúdes, camillas de ambulancias o como
en el caso de la niña Elzbieta Ficowsha que fue sacada en julio de 1942 en un
cajón de madera con agujeros para que pudiera respirar con tan sólo siete
meses. Para que no hiciera ruido se le suministraron narcóticos.
Salió junto con un
cargamento de ladrillos. Su madre escondió una cuchara de plata, entre las
ropas de su bebe, que llevaba grabado su nombre Elzbieta junto a su fecha de
nacimiento, el 5 de enero de 1942. Por esto se le conocería como la niña de la
cuchara de plata.
Esta niña fue entregada a
una colaboradora de Irena. Durante meses la madre de Elzbieta llamaba por
teléfono para así poder escuchar el balbuceo de su hija, hasta que murió en el
gueto.
Irena adiestró a un perro,
para que al pasar los controles de salida, ladrase de forma furiosa a los
soldados alemanes. Éstos, no se las querían ver con el perro y ni se acercaban.
Cada vez que este carro salía del gueto, uno o varios niños salían camino de la
vida
Empleaban también una
iglesia que tenía dos puertas, una daba al gueto y otra, la principal a la
ciudad. Los niños entraban judíos y mal vestidos y salían por la otra puerta
bien vestido y católicos
Una vez fuera del gueto,
los niños eran llevados a iglesias para después incorporarlos a familias
católicas con nombres falsos. Irena guardó el nombre original de los niños
judíos con los nombres católicos para que se supiera cual era su origen. Estos
nombres los guardaba en una botella de cristal, que luego enterraba debajo de
un manzano que había en la casa de un vecino, que estaba situada justo enfrente
de la policía alemana.
Irena quería que una vez
que llegará la paz, los niños pudieran recuperar sus verdaderas identidades,
conociendo sus historias y que pudieran buscar a sus familiares.
Le rompieron los pies y las
piernas, pero no lograron que revelase el paradero de los niños que había
escondido, ni la identidad de sus colaboradores
El rescate de un niño
requería al menos la ayuda de diez personas. Los niños eran transportados a
unidades de servicios humanitarios y luego eran llevados a lugares seguros. Posteriormente
se les colocaba en casas, orfanatos y conventos. Decía Irena “envié a la
mayoría de los niños a establecimientos religiosos, porque sabía que podía
contar con las hermanas”. También contó con gran apoyo para ubicar a los
niños más mayores y nunca nadie se negó a aceptarlos
Los nazis se enteraron de
las actividades que realizaba Irena, siendo detenida por la Gestapo el 20 de
octubre de 1943. Fue conducida a la famosa cárcel de Pawiak, donde le aplicaron
todo tipo de torturas. Según comenta la propia Irena “Yo aún llevo las
marcas en mi cuerpo que esos superhombres alemanes me hicieron. Yo fui
condenada a muerte”. Le rompieron los pies y las piernas, pero no lograron
que revelase el paradero de los niños que había escondido, ni la identidad de
sus colaboradores.
La organización para la que
trabajaba Irena consiguió sobornar a un guardián alemán con la finalidad de
salvarla. Mientras esperaba la ejecución, un soldado alemán se la llevó para un
interrogatorio suplementario. Al salir, el soldado alemán le gritó en polaco “corre”,
ella lo hizo. Al día siguiente aparecía en la lista de polacos muertos.
Cambió de identidad y
siguió con su lucha por salvar a los niños judíos. Al finalizar la II Guerra
Mundial, Irena entregó las listas guardadas de niños judíos en las botellas al
doctor Adolfo Bermam, que era el presidente del Comité de salvamento de los
judíos supervivientes. La inmensa mayoría de als familias de los niños habían
muerto en los campos de exterminio.
¿Qué
se hizo con los niños huérfanos?
Los niños que estaban con
familias católicas siguieron con ellas, pero los que no tenían familia
adoptiva ingresaron en diferentes orfanatos para posteriormente ser enviados a
Palestina para ser adoptados por familias que se habían asentado en ese
territorio.
Una vez acabada la II
Guerra Mundial, Polonia quedó dentro del bloque comunista encabezado por la
URSS. Su historia quedó oculta, pues lo que había pasado con los judíos polacos
estaba prohibido comentarlo. A ello, hay que unir que Irena era militante socialista,
lo que provocaba que continuamente fuera hostigada por la policía secreta
polaca. De tal manera provocó que diera a luz de forma prematura a su hijo
Andrzej lo que dos semanas posteriores provocaría su muerte. Tuvo otros dos
hijos Janina y Adam que tuvieron problemas de todo tipo.
En el año 1965, la
organización judía Yad Vashem de Jerusalén le otorgó el título “Justa entre
las Naciones del Mundo”, siendo ese el Ente para el recuerdo de los
Mártires y Héroes del Holocausto. Con lo que realmente se dio a conocer
la historia de esta mujer fue en 1999, con la obra teatral “la vida en un
tarro”. A través de esta obra hizo que algunos de los niños judíos salvados del
gueto de Varsovia por Irena, le llamaron, diciéndole “Recuerdo su
cara, es quien me sacó del gueto”.
Irena ya tenía entonces
noventa años y se encontraba postrada en una silla de ruedas fue muy visitada
destacando por su prudencia amabilidad y sabiduría. La gente salía impactada de
la personalidad de Irena.
En noviembre de 2003,
recibió del presidente de la república de Polonia, Aleksander Kwasniewski, la
Orden del Águila Blanca. Joachim Weber, que era presidente de la Federación de
Trabajadores Sociales le concedió la máxima distinción, en el año 2006, por sus
actos humanitarios durante la II Guerra Mundial. Joachim al salir de la visita
con Irena dijo “Fue un encuentro terriblemente conmovedor con una pacifista
real, que ha salvado muchas vidas. Ella tiene una de las sonrisas más
brillantes que jamás haya visto”.
En el año 2008, cuando ya
tenía 98 años, fue nominada al Premio Nobel de la Paz, pero no le fue
concedido, sí a cambio recayó en el ex vicepresidente norteamericano Al Gore.
Es una vergüenza, que este
premio se les den a numerosos políticos como Al Gore, Abana, Henry Kissinger, Jimmy
Carter, Isaac Rabin, Shimon Peres, Menachem Beguín, Anwar El Sadat… y sin
embargo a otros muchos personajes que sí han luchado por los derechos
humanos se queden sin él, como es el caso de Irena Sendler. Elecciones como las
anteriormente mencionadas, son las que producen la mala imagen de estos premios
de la Paz. Irena Sendler es una auténtica Premio Nobel de la Paz, aunque
prefirieron dárselo a un político irrelevante. La institución noruega no se
lo ha dado, pero sí los ciudadanos que conocemos su historia.
Cabe destacar las frases
que Irena pronunció para justificar su actuación “La razón por la cual
rescaté a los niños tiene su origen en mi hogar, en mi infancia. Fui educada en
la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin
mirar su religión o su nacionalidad”.
No se consideraba una
heroína y nunca se adjudicó crédito alguno a sus acciones, decía “podría
haber hecho más, éste lamentó me seguirá hasta el día que muera”.
Irena nunca esperó
reconocimientos “Yo no hice nada especial, solo hice lo que debía, nada
más. Cada niño que salvé es la justificación de mi existencia en la
Tierra y no un título de gloria”.
Terminada la II Guerra
Mundial trabajó en organizaciones para el bienestar social, ayudando a la
creación de casas para ancianos, orfanatos y un servicio de emergencia para
niños.
Irena Sendler muere en
Varsovia el 12 de mayo de 2008.
Esta historia va dedicada a
los miles y miles de cooperantes voluntarios que dan su trabajo para salvar a
millones de personas pobres por todo el mundo. Son una luz que alumbra un mundo
envuelto en el materialismo más obsceno.
Fuente: www.nuevatribuna.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario