Moncho Alpuente
15 de agosto de
2014
Qué
se puede esperar de un país capitalista en el que sus más distinguidos y
representativos líderes empresariales han estado, están o estarán próximamente
encerrados en las cárceles, o al menos imputados, a la espera de juicio, o en
libertad bajo fianza. Un país en el que se perpetró una excepción de la ley,
una ley de excepción, una medida excepcional para amparar de sus delitos, más
que presuntos, a un banquero excepcional que a nadie engaña porque se apellida
Botín. Vote a Botín, desconfíe de los intermediarios, fue un lema que propuse
en pasadas campañas electorales, pero ni la posibilidad de votar en los cajeros
automáticos de su red pagando una mínima comisión logró despertar los apetitos
del prócer cuyas deudas pagamos y seguiremos pagando los ciudadanos cuando sea
menester.
Leemos
muy a menudo informaciones sobre escándalos, conjuras financieras y corrupciones
diversas, de Pekín a Washington, de Berlín a París pasando por Bruselas,
escándalos políticos, de políticos cuyos hilos mueven los poderes económicos,
de vez en cuando, en un lapsus del manipulador, alguna marioneta se hace un lío
y tropieza, nada demasiado grave, la función continúa, que siga el espectáculo.
¿Existe sobre el planeta un país con tantos líderes empresariales
encarcelados o imputados? Si alguien lo sabe que levante la mano. Bueno, puede
que sí, pero solo en términos absolutos, aunque no de tanta relevancia como,
pongamos por ejemplo Gerardo Díaz Ferrán. Otros, como Miguel Blesa, solo han
pisado la cárcel en brevísimas estancias. Tratar de encarcelar al juez que le
encarceló es una artimaña defensiva y vengativa que utilizan los estafadores de
élite que pueden pagar a los mejores leguleyos o depositar las más cuantiosas
fianzas a la espera de que la Justicia Española siga haciéndose esperar, por lo
menos hasta que sus delitos prescriban y la ciudadanía se olvide de sus
nombres. El clan de los Pujol y sus secuaces son expertos en tales maniobras
que figuran en el libro de oro de la usura y de la estafa desde tiempos
remotos.
El último por ahora, porque hay muchos en la cola, es
Arturo Fernández, el rey Arturo, que tuvo entre los comensales de su mesa
redonda a la crema y la nata de la sociedad y sirvió democráticamente las mesas
y los “catering” de UGT, el Parlamento, el teatro Real y otras piadosas
instituciones. Arturo simpático y sonriente correveidile en los corrillos
políticos en los paseó su bien surtida bandeja, siendo su generosidad
recompensada por las graciosas concesiones hosteleras que le permitieron
levantar su grupo empresarial, su efímero emporio. Este emprendedor digirió
mal, y dirigió peor, su paso a las grandes ligas, como gran empresario el
carismático hostelero no supo aprovechar las concesiones pero trató de
aprovecharse de ellas, trampeando con la Seguridad Social, dejando de pagar a
sus trabajadores, o despidiéndoles y emprendiendo vergonzosa fuga. Arturo
fue el copero favorito de la corte faraónica del PP madrileño y sigue
siendo, supongo, el fundador del club de fans de Esperanza Aguirre a la que
siempre defendió y a la que definió con tres palabras: “Esperanza es cojonuda”.
No es un gran lema, pero resulta contundente. Con semejantes paladines
luchando por su causa en la palestra, Esperanza ha asistido ya a muchas
derrotas desde su barrera y es una experta en desprenderse de sus más cercanos
colaboradores cuando alguno de ellos cae en pública desgracia. Nunca, suele afirmar
nuestra Morgana, estuve al tanto de sus malas y delictivas acciones y en cuanto
al tanto estuve, fui la primera en desentenderme de ellos arrojándolos a las
tinieblas exteriores. Allí acecha el monstruo Gúrtel de múltiples cabezas
que hasta ahora no ha podido deshonrarla y que espera ansioso a que el premioso
juez Ruz abra la puerta de la jaula.
Fuente: www.publico.es
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