Artículos de
Opinión | Pedro Luna Antúnez | 13-08-2014 |
Hace unos
días algunos diarios digitales anunciaron a bombo y platillo la intención de
Podemos de crear un nuevo sindicato. Escarbando un poco en las fuentes pude
comprobar que la noticia no acababa de ajustarse a la realidad. La propuesta ni
siquiera era de Pablo Iglesias como afirmaba la prensa sino de un círculo de
sindicalistas de la formación. Y no se promovía literalmente la creación de un
sindicato sino la construcción de un nuevo modelo sindical. La idea, lanzada en
el foro virtual de la página web de Podemos, ha suscitado algunas reacciones en
el ámbito sindical y político, la mayoría de ellas centrándose únicamente en el
engañoso titular de los medios y quedándose, por lo tanto, en la superficie del
asunto. Tanto desde el entorno de los sindicatos mayoritarios como de los
minoritarios se ha rechazado la posibilidad de la creación de un nuevo
sindicato. Nada se ha dicho sobre la necesidad de construir un nuevo modelo
sindical. Y si ya era de esperar la reacción desde las atalayas de CCOO y UGT,
curioso ha sido el resquemor de los sindicatos minoritarios frente a la posible
incursión de Podemos en el sindicalismo.
La
renovación del sindicalismo es una necesidad. Y tal renovación afecta no sólo a
los sindicatos mayoritarios sino también a los minoritarios. A los mayoritarios
porque sufren una continua pérdida de credibilidad ante la clase trabajadora y
a los minoritarios porque a pesar del desprestigio de CCOO y UGT no han sido
capaces de crecer y erigirse como referentes en los centros de trabajo. Es por
ello que se equivocan los sindicatos minoritarios cuando ven la propuesta de
los sindicalistas de Podemos como una amenaza a sus expectativas de crecimiento.
Esa oportunidad ya la han desaprovechado, posiblemente por haber vivido
cómodamente instalados en la crítica permanente hacia los sindicatos
mayoritarios y por presentarse ante los trabajadores como un sindicalismo a la
defensiva en aras de una supuesta pureza ideológica. Obviamente, éste es un
análisis parcial y en cierto modo insuficiente. Porque los ejemplos del SAT en
Andalucía o de la CGT en el sector de la sanidad pública en Cataluña muestran
un sindicalismo a la ofensiva que ha sabido confluir el sindicalismo de clase
con las nuevas formas de lucha.
En cualquier
caso, y a la luz de la propuesta del círculo de sindicalista de Podemos, es
conveniente hacerse unas preguntas. En especial, dos: ¿Es posible un Podemos
sindical? ¿Es necesario un nuevo modelo sindical? Personalmente me interesa más
la segunda pregunta pero no por ello obviaré la respuesta de la primera. De lo
que se trata es de abrir un debate muy necesario que nos sitúe en el compromiso
histórico de superar la crisis actual del sindicalismo para construir el
sindicalismo del futuro, y para que la organización sindical siga siendo una
herramienta eficaz en la defensa de los derechos e intereses de los
trabajadores. Un debate que por supuesto no nace en Podemos y que va más allá
pero que por azares de la actualidad política ha saltado a la palestra a raíz
de la propuesta de uno de sus círculos. Admito desconocer los entresijos del
debate entre los sindicalistas de Podemos. Ahora bien, como éste es un debate
abierto que transciende de las organizaciones, creo que el cambio de aires que
necesita el sindicalismo debería vincularse a una serie de premisas. Elementos
que sintetizaré a continuación.
El dialogo
social ha muerto.
El diálogo
social, fruto de un contexto histórico y del consenso constitucional de 1978,
ha pasado a mejor vida. Ya casi nadie lo pone en duda; y digo casi nadie porque
CCOO y UGT parecen ser los únicos que siguen aferrándose a un pacto social que
ha volado por los aires. La época de la concertación entre gobierno, patronal y
sindicatos ya es historia porque los dos primeros ya no necesitan de los
terceros, salvo para hacerse la foto días antes de movilizaciones como las
marchas del 22 de marzo o las manifestaciones del 1º de mayo. Las reformas
laborales del PSOE de 2010 y del PP de 2012 han postergado a la negociación
colectiva en una vía muerta y han despojado a las organizaciones sindicales de
su papel como interlocutores. Creer lo contrario sólo se explica desde el deseo
de mantener intactas las estructuras sindicales frente al cambio de ciclo
político que se avecina. Pero una vez más, CCOO y UGT se equivocan. El poder
político y económico ya no los necesita y está dispuesto a aniquilar cualquier
atisbo de organización sindical, ya sea de la tendencia que sea, ya sea más
revolucionaria o más moderada.
En este
sentido, las campañas antisindicales de los medios afines al régimen no sólo
buscan socavar el apoyo social a los sindicatos mayoritarios. Buscan cargarse a
las organizaciones sindicales como tal. A las mayoritarias y a las
minoritarias. Es cierto que en ocasiones CCOO y UGT sirven en bandeja los
ataques de la derecha y que son responsables de su propio desprestigio, pero
ello no debería confundirnos a la hora de reconocer las verdaderas intenciones
de un discurso que se aprovecha del descontento social hacia los sindicatos con
el objetivo de cercenar el sindicalismo de clase e individualizar las
relaciones laborales. En el ámbito institucional, la prueba más palpable de la
deriva antisindical del régimen es la represión contra sindicalistas por
ejercer el derecho a la huelga. La reciente encarcelación del activista Carlos
Cano y la petición del gobierno y la fiscalía de condenas que suman 125 años
para más de 300 sindicalistas ponen de manifiesto hasta qué punto se ha
iniciado una caza de brujas contra el sindicalismo, un fenómeno por otra parte
nada nuevo, si tenemos las continuas detenciones y encarcelamientos durante
años de militantes del que, a día de hoy, sigue siendo el sindicato más
represaliado de la Unión Europa: el SAT.
Hacia un
sindicalismo de ruptura.
A nadie se
le escapa que CCOO y UGT son parte del engranaje del régimen surgido tras la
transición. Y lo siguen siendo aunque el régimen prescinda de ellos.
Precisamente por ello, no queda otra salida que construir un nuevo modelo de
sindicalismo conforme a los tiempos que corren. Los sindicatos han de romper
los anclajes con el poder y con un régimen que tras casi cuarenta años de
apariencia democrática se ha desprendido de su careta más amable. Si no lo hacen,
quedarán superados por la Historia. Y lo harán otros. Porque los procesos y las
confluencias sociales que se han puesto en marcha en diferentes municipios y
barrios han de trasladarse al ámbito sindical, o por lo menos los sindicatos no
pueden ser ajenos a la nueva realidad y al cambio que demanda una sociedad
civil cada vez más concienciada con la necesidad de una ruptura democrática. No
en vano, los sindicatos son en su esencia y origen organizaciones
sociopolíticas. Así lo fue la CNT como sindicato revolucionario en los años 30
pero también la UGT del Pacto de San Sebastián (1930) que aspiraba a una huelga
general de carácter insurreccional con la finalidad de meter a la Monarquía en
“los archivos de la Historia”. Y lo fue CCOO durante la dictadura franquista:
una palanca del cambio político y social.
Está claro
que UGT ya no es la de 1930 y que CCOO poco tiene que ver con el sindicato que
lideró la lucha antifranquista. Pero no podemos obviar a dos organizaciones que
a pesar del descrédito y la pérdida de afiliación siguen superando entre ambas
los dos millones de afiliados. Ése es el mayor patrimonio de CCOO y UGT, su
afiliación, a la cual debemos sumar si queremos construir un modelo alternativo
de sindicalismo que participe de los procesos sociales de ruptura. En paralelo,
las afiliaciones de CCOO y UGT han de tomar conciencia de su potencial y
convertirse en sujetos activos de presión hacia sus direcciones, como ya ha
sucedido en algunos sectores organizados en mareas por la defensa de la sanidad
y la educación públicas, donde las bases han pasado por encima de las
jerarquías sindicales. Sería inconcebible un proceso de ruptura sin el
sindicalismo de clase, de lo contrario éste andaría cojo al faltar una de las
principales patas del movimiento obrero. Quizás no podamos albergar grandes
esperanzas respecto a la actitud que tomen las direcciones sindicales, pero sí
podemos esperar el empuje y la voluntad de cambio de sus millones de afiliados,
ya sean dentro o fuera de sus sindicatos.
Por la
democracia sindical.
Existe un
antes y un después desde el surgimiento del movimiento 15M hace poco más de
tres años. Ésa es una realidad irrefutable de la que ni los mismos partidos
políticos han podido escapar. La huella del 15M en las nuevas dinámicas de
hacer política es enorme y podríamos afirmar que ha cambiado nuestra manera de
ver y sentir la propia política. Nos ha hecho más tolerantes y abiertos. Más
respetuosos con los nuevos modelos de participación democrática y más proclives
al consenso. Ha cambiado nuestra filosofía organizativa y nos ha igualado a
todos desde abajo. Una de sus mayores contribuciones ha sido la de recuperar la
democracia en la toma de decisiones, donde ninguna opinión es mejor o más
respetable que otra. Diría incluso que el 15M nos ha ayudado a ser mejores
personas.
Sin embargo,
el 15M no ha llegado a los sindicatos. Las organizaciones sindicales siguen
siendo estructuras organizativas cerradas y férreas, y no sólo me refiero a
CCOO y UGT. A pesar del talante asambleario de algunos sindicatos alternativos,
sus estructuras sindicales y sus órganos de dirección no difieren demasiado de
cómo se organizan los sindicatos mayoritarios. Es habitual ver direcciones que
se perpetuán durante dos o tres décadas al frente de secciones sindicales,
federaciones y territorios. Cambiando de un cargo a otro. Alejados del contacto
con la vida laboral y la clase trabajadora. Y eso pasa en los sindicatos
mayoritarios y aunque sea en menor medida, también en los minoritarios. No
quiere decir que no pase en los partidos políticos, pero la sensación
generalizada es que la política ha sido más permeable a la influencia del 15M
que el sindicalismo, no exenta de cierto marketing, pero más permeable al fin y
al cabo. En cambio, los sindicatos parecen no haberse adaptado al lenguaje de
los nuevos movimientos sociales, no con el objetivo de apropiarse del mismo
sino con la pretensión de democratizar sus anquilosadas estructuras. Ésa
debería ser una de las grandes prioridades a la hora de construir un nuevo
modelo de sindicalismo. Porque nos guste más o menos la expresión, de igual
manera que hay una casta política, la hay sindical.
El
sindicalismo de los excluidos.
En 2006
Daniel Lacalle publicó un ensayo imprescindible para comprender la evolución de
la clase trabajadora en los últimos treinta años: La clase obrera en España.
Continuidades, transformaciones, cambios. Hace ocho años el autor ya nos
alertaba de la dualidad y la elevada precariedad laboral; y de cómo éstas se
habían constituido en las piedras angulares del mercado de trabajo español.
Ello ha provocado que la clase obrera se haya fragmentado en pedazos y que ya
no exista una clase homogénea con los mismos derechos y las mismas condiciones
salariales y de trabajo. El mismo Daniel Lacalle, quien hace años fue miembro
de la ejecutiva confederal de CCOO, ya avisaba a los sindicatos de no haberse
adaptado a esa nueva realidad laboral y de su profundo desconocimiento hacia el
cada vez mayor número de trabajadores precarios, compuesto en su mayoría por
jóvenes, mujeres e inmigrantes. Esa brecha se ha agudizado en los últimos años,
y la base social de los sindicatos sigue siendo, casi en exclusividad, el
obrero clásico de origen fordista, por un lado, y el personal técnico y
administrativo, por otro. Fuera quedan millones de precarios sin representación
sindical ni derechos formales. Ellos son los excluidos del sindicalismo.
No podremos
cimentar un nuevo modelo sindical si dejamos de lado a la gran masa de
trabajadores en precario. Ése ha sido uno de los grandes errores de los
sindicatos mayoritarios estos últimos años, bien por incapacidad o bien por
conservadurismo. Pero lo cierto es que no se ha realizado un análisis correcto
de esa evolución y lo que es peor, no se ha aprovechado para recomponer la
conciencia y la solidaridad de clase entre el conjunto de los trabajadores
asalariados. Y ésa es una realidad que hemos observado en las últimas huelgas
generales, cuando millones de precarios no han podido ejercer su derecho a la
huelga por la amenaza empresarial del despido o por no poder prescindir de un
día de salario. La ceguera de las direcciones sindicales a las nuevas formas de
explotación y de marginación laboral y social explica el posterior desprestigio
de los sindicatos mayoritarios, los cuales han demostrado estar únicamente
preocupados por el mantenimiento de los derechos y de las redes de clientelismo
entre una capa determinada de trabajadores y afiliados, que por integrar en
igualdad de derechos a la capa de millones de precarios. Pero una vez más, la realidad
los superará y si no son los sindicatos mayoritarios, serán otros quienes
integren en un nuevo sindicalismo a los excluidos.
Entre el
sindicato y el partido.
Durante años
defendí desde mi militancia política, congreso tras congreso, que el partido debía
tener un único referente sindical. Estaba equivocado. Porque es un error, por
no decir una barbaridad, obligar al conjunto de militantes de una organización
política a que se afilien al mismo sindicato. La realidad sindical es mucho más
compleja y es de ilusos pensar que cabe en una solo sigla. Y porque ésa es la
manera de frustrar y lastrar un buen trabajo sindical que sin duda muchísimos
compañeros y compañeras habrían desarrollado en mejores condiciones en otras
organizaciones sindicales. Hoy en día defender tal posición sólo se entiende
desde un punto de vista sentimental o en su caso más extremo, desde un profundo
desconocimiento de la realidad sindical y laboral.
Creo que
cada vez somos más quienes nos estamos desprendiendo de ese papanatismo de las
siglas, tan poco práctico para la nueva realidad social, y que los partidos
políticos, en especial desde la izquierda comunista, deberían hacer un
ejercicio de reflexión colectiva con el fin de revisar la incidencia de sus
militantes en el ámbito sindical. No podemos volver a cometer los mismos
errores. Y sería un error por parte del círculo de sindicalistas de Podemos
ligar la construcción de un nuevo modelo sindical a su formación política. Y
viceversa. Por lo tanto, es tiempo de que la pluralidad y la diversidad
sindicales nos ayuden a construir un mejor sindicalismo y que cada uno de
nosotros trabaje sindicalmente, no donde le dicten sino donde mejor pueda
contribuir a la defensa de los derechos de los trabajadores. Porque, no lo
olvidemos, ésa es la finalidad. Y no engordar el número de cotizantes de un
sindicato.
En
conclusión…
Considero
que actualmente hay condiciones objetivas para empezar a construir un nuevo
modelo sindical desde la base. Que ello se traduzca en un nuevo sindicato no
debería obsesionarnos. Como tampoco debería obsesionarnos si finalmente no
sucede. Las propuestas del círculo de sindicalistas de Podemos recogen el
testigo de millones de trabajadores decepcionados con las prestaciones de los
sindicatos de clase, especialmente de CCOO y UGT, pero vuelvo a repetir, no
sólo de ellos. Por ello me atrevería a afirmar que las circunstancias son muy
favorables para trabajar en esa dirección. Porque la voluntad de cambio no sólo
se está derivando hacia los partidos políticos sino también, de manera cada vez
más acuciante, hacia los sindicatos.
En las
primeras líneas del artículo escribía que era más importante centrarse en una
profunda renovación del modelo sindical que no tanto en la creación de un nuevo
sindicato. Pero la última palabra la tiene la clase trabajadora. Y si esos
millones de trabajadores, descontentos de sus actuales organizaciones, apuestan
por un nuevo sindicato, ése será un proceso que tarde o temprano acabará
dándose. Y con grandes posibilidades de éxito, por cierto. Lo digo una vez más,
entre CCOO y UGT suman más de dos millones de afiliados. A ellos hay que
sumarles los millones de precarios a los que el sindicalismo tradicional no ha
sabido dar respuestas. De esos más de dos millones de afiliados a CCOO y UGT
hay amplios sectores de afiliación críticos con sus direcciones pero que por
razones ideológicas o de pragmatismo han preferido no engrosar las filas del
anarcosindicalismo, del sindicalismo nacionalista o del sindicalismo
corporativo. No han militado en otros sindicatos pero sí serían partidarios de
la confluencia y del acuerdo sobre la base de la reivindicación y la
movilización. Existe un gran hueco que llenar, producido por el descontento y
por los millones de precarios a los que ni siquiera se les ha ofrecido la opción
de organizarse en los sindicatos. En ellos está el futuro del sindicalismo.
Fuente: www.tercerainformacion.es
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