El
día 18 de agosto de 2014
El día 20 de enero de 1937, con el respaldo de la
Alianza de Intelectuales, Pablo Neruda, ofrece en París su largamente anunciada
conferencia dedicada a recordar a Federico García Lorca
"¡Cómo atreverse a destacar un nombre de esta
inmensa selva de nuestros muertos! Tanto los humildes cultivadores de
Andalucía, asesinados por sus enemigos inmemoriales, como los mineros muertos
en Asturias, y los carpinteros, los albañiles, los asalariados de la ciudad y
el campo, como cada una de miles de mujeres asesinadas y niños destrozados,
cada una de estas sombras ardientes tiene derecho a aparecer ante vosotros como
testigo del gran país desventurado, y tiene sitio, lo creo, en vuestros
corazones, si estáis limpios de injusticia y de maldad.
Todas estas sombras terribles tienen nombre en el
recuerdo, nombres de fuego y lealtad, nombres puros, corrientes, antiguos y
nobles como el nombre de la sal y del agua. Como la sal y el agua se han
perdido otra vez en la tierra, en el nombre infinito de la tierra. Porque los
sacrificios, los dolores, la pureza y la fuerza del pueblo de España se sitúan
en esta lucha purificadora más que en ninguna otra lucha con un panorama de
llanuras y trigos y piedras, en medio del invierno con un fondo de áspero
planeta disputado por la nieve y la sangre.
¿Sí, cómo atreverse a escoger un nombre, uno sólo, entre
tantos silenciosos? Pero es que el nombre que voy a pronunciar entre vosotros
tiene detrás de sus sílabas oscuras una tal riqueza mortal, es tan pesado y tan
atravesado de significaciones que al pronunciarlo se pronuncian los nombres de
todos los que cayeron defendiendo la materia misma de sus cantos, porque era él
el defensor sonoro del corazón de España.
¡Federico García Lorca! Era popular como una guitarra,
alegre, melancólico, profundo y claro como un niño, como el pueblo. Si se
hubiera buscado difícilmente, paso a paso por todos los rincones a quien
sacrificar, como se sacrifica un símbolo, no se hubiera hallado lo popular
español, en velocidad y profundidad, en nadie ni en nada como en este ser
escogido. Lo han escogido bien quienes al fusilarlo han querido disparar al
corazón de su raza. Han escogido para doblegar y martirizar a España agotarla
en su perfume más rápido, quebrarla en su respiración más vehemente, cortar su
risa más indestructible. Las dos Españas más inconciliables se han
experimentado ante esta muerte: la España verde y negra de la espantosa pezuña
diabólica, la España subterránea y maldita, la España crucificadora y venenosa
de los grandes crímenes dinásticos y eclesiásticos, y frente a ella la España
radiante del orgullo vital y del espíritu, la España meteórica de la intuición,
de la continuación y del descubrimiento, la España de Federico García Lorca.
Estará muerto él, ofrecido como una azucena, como una
guitarra salvaje, bajo la tierra que sus asesinos echaron con los pies encima
de sus heridas, pero su raza se defiende como sus cantos, de pie y cantando,
mientras le salen del alma torbellinos de sangre, y así estarán para siempre en
la memoria de los hombres.
No sé cómo precisar su recuerdo. La violenta luz de la
vida iluminó sólo un momento su rostro ahora herido y apagado. Pero en ese
largo minuto de su vida su figura resplandeció de luz solar. Así como desde el
tiempo de Góngora y de Lope no había vuelto a aparecer en España tanto creador,
tanta movilidad de forma y lenguaje, desde ese tiempo en que los españoles del
pueblo besaban el hábito de Lope de Vega no se ha conocido en lengua española
una devoción popular tan inmensa dirigida a un poeta. Todo lo que tocaba, aún
en las escalas de esteticismo misterioso, al cual como gran poeta letrado no
podía renunciar sin traicionarse, todo lo que tocaba se llenaba de profundas
esencias, de sonidos que llegaban hasta el fondo de las multitudes.
Cuando he mencionado la palabra esteticismo, no
equivoquemos: García Lorca era el antiesteta, en este sentido de llenar su
poesía y su teatro de dramas humanos y tempestades del corazón, pero no por eso
renuncia a los secretosoriginales del misterio poético. El pueblo, con
maravillosa intuición, se apodera de su poesía, que ya se canta y se cantaba
como anónima en las aldeas de Andalucía, pero él no adulaba en sí mismo esta
tendencia para beneficiarse, lejos de eso: buscaba con avidez dentro y fuera de
sí.
Su antiestetismo es tal vez el origen de su enorme
popularidad en América. De esta generación brillante de poetas como Alberti,
Aleixandre, Altolaguirre, Cernuda, etc., fué tal vez el único sobre el cual la
sombra de Góngora no ejerció el dominio de hielo que el año 1927 esterilizó
estéticamente la gran poesía joven de España. América, separada por siglos de
océano de los padres clásicos del idioma, reconoció como grande a este joven
poeta atraído irresistiblemente hacia el pueblo y la sangre. He visto en Buenos
Aires, hace tres años, el apogeo más grande que un poeta de nuestra raza haya
recibido, las grandes multitudes oían con emoción y llanto sus tragedias de
inaudita opulencia verbal. En ella se renovaba cobrando nuevo fulgor fosfórico
el eterno drama español, el amor y la muerte bailando una danza furiosa, el
amor y la muerte enmascarados o desnudos.
Su recuerdo, trazar a esta distancia su fotografía, es
imposible. Era un relámpago físico, una energía en continua rapidez, una alegría,
un resplandor, una ternura completamente sobrehumana. Su persona era mágica y
morena, y traía la felicidad.
Por curiosa e insistente coincidencia los dos grandes
poetas jóvenes de mayor renombre en España, Alberti y García Lorca se han
parecido mucho, hasta la rivalidad. Ambos andaluces dionisíacos, musicales,
exhuberantes, secretos y populares, agotaban al mismo tiempo los orígenes de la
poesía española, el folklore milenario de Andalucía y Castilla, llevando
gradualmente su poética desde la gracia aérea y vegetal de los comienzos del
lenguaje hasta la superación de la gracia y la entrada en la dramática selva de
su raza. Entonces se separan: mientras uno, Alberti, se entrega con generosidad
total a la causa de los oprimidos y sólo vive en razón de su magnífica fe
revolucionaria, el otro vuelve más y más en su literatura hacia su tierra,
hacia Granada, hasta volver por completo, hasta morir en ella. Entre ellos no
existió rivalidad verdadera, fueron buenos y brillantes hermanos, y así vemos
que en el último regreso de Alberti de Rusia y Méjico, en el gran homenaje que
en su honor tuvo lugar en Madrid, Federico le ofreció, en nombre de todos,
aquella reunión con palabras magníficas. Pocos meses después partió García
Lorca a Granada. Y allí, por extraña fatalidad, le esperaba la muerte, la
muerte que reservaban a Alberti los enemigos del pueblo. Sin olvidar a nuestro
gran poeta muerto recordemos un segundo a nuestro gran camarada vivo, Alberti,
que con un grupo de poetas como Serrano Plaja, Miguel Hernández, Emilio Prados,
Antonio Aparicio, están en este instante en Madrid defendiendo la causa de su
pueblo y su poesía.
Pero la inquietud social en Federico, tomaba otras
formas más cercanas a su alma de trovador morisco. En su troupe La Barraca
recorría los caminos de España representando el viejo y grande teatro olvidado:
Lope de Rueda, Lope de Vega, Cervantes. Los antiguos romances dramatizados eran
devueltos por él al puro seno de donde salieron. Los más remotos rincones de
Castilla conocieron sus representaciones. Por él los andaluces, los asturianos,
los extremeños volvieron a comunicarse con sus geniales poetas apenas recién
dormidos en sus corazones, ya que el espectáculo los llenaba de asombro sin
sorpresa. Ni los trajes antiguos, ni el lenguaje arcaico chocaba a esos
campesinos que muchas veces no habían visto un automóvil ni escuchado un
gramófono. Por en medio de la tremenda, fantástica pobreza del campesino
español que aún yo, yo he visto vivir en cavernas y alimentarse de hierbas y
reptiles, pasaba este torbellino mágico de poesía llevando entre los sueños de
los viejos poetas los granos de pólvora e insatisfacción de la cultura.
Él vio siempre en aquellas comarcas agonizantes la
miseria increíble en que los privilegiados mantenían a su pueblo, sufrió con
los campesinos el invierno en las praderas y en las colinas secas, y la
tragedia hizo temblar con muchos dolores su corazón del sur.
Me acuerdo ahora de uno de sus recuerdos. Hace algunos
meses salió de nuevo por los pueblos. Se iba a representar “Peribáñez”, de Lope
de Vega, y Federico salió a recorrer los rincones de Extremadura para encontrar
en ella los trajes, los auténticos trajes del siglo XVII que las viejas
familias campesinas guardan todavía en sus arcas. Volvió con un cargamento
prodigioso de telas azules y doradas, zapatos y collares, ropaje que por
primera vez veía la luz desde siglos. Su simpatía irresistible lo obtenía todo.
Una noche en una aldea de Extremadura, sin poder
dormirse, se levantó al aparecer el alba. Estaba todavía lleno de niebla el
duro paisaje extremeño. Federico se sentó a mirar crecer el sol junto a algunas
estatuas derribadas. Eran figuras de mármol del siglo XVIII y el lugar era la
entrada de un señorío feudal, enteramente abandonado, como tantas posesiones de
los grandes señores españoles. Miraba Federico los torsos destrozados,
encendidos en blancura por el sol naciente, cuando un corderito extraviado de
su rebaño comenzó a pastar junto a él. De pronto cruzaron el camino cinco o
siete cerdos negros que se tiraron sobre el cordero y en unos minutos, ante su
espanto y su sorpresa lo despedazarón y devoraron. Federico, presa de miedo
indecible, inmovilizado de horror, miraba los cerdos negros matar y devorar al
cordero entre las estatuas caídas, en aquel amanecer solitario.
Cuando me lo contó al regresar a Madrid su voz temblaba
todavía porque la tragedia de la muerte obsesionaba hasta el delirio su
sensibilidad de niño. Ahora su muerte, su terrible muerte que nada nos hará
olvidar, me trae el recuerdo de aquel amanecer sangriento. Tal vez a aquel gran
poeta, dulce y profético, la vida le ofreció por adelantado, y en símbolo
terrible, la visión de su propia muerte.
He querido traer ante vosotros el recuerdo de nuestro
gran camarada desaparecido. Muchos quizá esperaban de mí tranquilas palabras
poéticas distanciadas de la tierra y la guerra. La palabra misma España trae a
mucha gente una inmensa angustia mezclada con una grave esperanza. Yo no he
querido aumentar estas angustias ni turbar nuestras esperanzas, pero recién
salido de España, yo, latino-americano, español de raza y de lenguaje, no
habría podido hablar sino de sus desgracias. No soy político ni he tomado nunca
parte en la contienda política, y mis palabras, que muchos habrían deseado
neutrales, han estado teñidas de pasión. Comprendedme y comprended que
nosotros, los poetas de América Española y los poetas de España, no olvidaremos
ni perdonaremos nunca, el asesinato de quien consideramos el más grande entre
nosotros, el ángel de este momento de nuestra lengua. Y perdonadme que de todos
los dolores de España os recuerde sólo la vida y la muerte de un poeta. Es que
nosotros no podremos nunca olvidar este crimen, ni perdonarlo. No lo
olvidaremos ni lo perdonaremos nunca. Nunca."
Pablo Neruda. Conferencia sobre Federico García Lorca
en la Maison de la Culture de París, dentro de las Jornadas de solidaridad con
la República Española, en las que se rinde homenaje al poeta asesinado. (21 de
enero de 1937).
Recogida en el tomo II de las Obras
Completas de Neruda (B. Aires, Edit. Losada, tercera edición, 1967,
pp.1043-1049).
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