Jueves, 14 de abril de 2011
Personalmente, encuentro
muchas razones para ser republicana. Algunas, emocionales, como el recuerdo de
un bisabuelo republicano hasta las trancas al que no conocí; otras,
intelectuales, como la actitud rebelde e inconformista ante lo que me rodea,
que parece haber nacido conmigo. Sin embargo, realmente existe una única razón
de peso para que yo lo sea, y esa única razón es suficiente.
Yo soy republicana por principios.
Yo soy republicana por principios.
En primer lugar, por el
principio de que todas las personas somos iguales ante la ley. Ya sé que este
principio se lo saltan a la torera en todos los países, republicanos o no;
pero, al menos, en el papel mojado de una constitución republicana no se
cometen las incoherencias que encontramos en una monárquica. Según nuestra
constitución, todos somos iguales, pero yo nunca he podido optar a ocupar el
puesto de representante del Estado, ni podré optar nunca al mismo mientras esta
carta siga vigente. Si todos somos iguales, todos deberíamos disfrutar, al
menos en teoría, de una igualdad de oportunidades para acceder a cualquier
cargo. Y esto no ocurre en una monarquía, porque en ella sólo representas al
Estado si eres hijo biológico de quien antes que tú lo representó, lo cual
reduce la igualdad a cero. Es decir, en una monarquía la igualdad no existe,
porque la desigualdad forma parte de su esencia. Por eso soy republicana.
En segundo lugar, por el
principio de que la organización del Estado debe tener en cuenta la diversidad
de sus habitantes, y mostrarse neutral ante sus diferencias; particularmente,
en el caso de la diversidad de creencias. A este respecto, elijo un Estado
laico que respete la libertad de conciencia, incluida la de aquellos que no
creen en la existencia de ningún dios, como es mi caso. Y esto resulta
imposible cuando se mantiene un derecho sucesorio basado en la consanguineidad,
derecho que sólo se comprende y sustenta al contemplar la intervención divina.
La monarquía se basa en la idea que una sola familia ha sido elegida por dios
para guiar a su pueblo, y que dicha elección es, por tanto, sagrada. Ya sé que
a lo largo de la Historia la familia elegida ha ido cambiando a través de
intervenciones plenamente humanas, como las guerras; pero, en origen, esa
categoría de “elegidos” es la única que justifica que ellos puedan acceder a un
honor que los demás ciudadanos tenemos vetado, por lo que monarquía y religión
están íntimamente unidas. Y como yo soy atea, también soy republicana.
Finalmente, por el principio
de respeto a la autonomía de las personas y a la autodeterminación de los
pueblos. Yo creo que las personas de manera individual y los grupos en que
decidimos organizarnos tienen derecho a gobernar su vida personal y social como
consideren y decidan. Por eso, entiendo que la Democracia participativa es el
sistema de gobierno que más respeta este principio, pues en ella no sólo los
cargos, sino también las decisiones que estos tomen, están abiertos a la
población. Para que esto tenga lugar, los ciudadanos deben poder ostentar un
poder del que evidentemente carecen en una monarquía. Así, porque creo en la
verdadera soberanía popular, soy republicana.
Cuando escucho a alguien
decir que mantener a la familia real es muy caro, y que por eso sería más
rentable ser una República… el argumento se me queda corto.
¡VIVA EL 14 DE ABRIL!
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