Al estallar la Primera Guerra
Mundial se produjo un fenómeno político muy similar entre los principales
contendientes de ambos bandos. Las fuerzas políticas y sociales...
nuevatribuna.es | Por Eduardo
Montagut | 01 Agosto 2014 - 12:21 h.
Al estallar la Primera
Guerra Mundial se produjo un fenómeno político muy similar entre los
principales contendientes de ambos bandos. Las fuerzas políticas y sociales
cerraron filas alrededor de la causa militar, considerada como común, aunque
conviene tener en cuenta las peculiaridades de cada sistema político, ya que
entre los beligerantes había democracias desarrolladas frente a otros sistemas
autoritarios y hasta casi una monarquía absoluta.
Si comenzamos por las
democracias, Francia vivió una clara convergencia de los partidos políticos a la hora de apoyar la guerra contra
Alemania. Esta casi unanimidad estaba fundamentada en el profundo revanchismo
que se había alimentado durante décadas por la derrota de Sedán y la pérdida de
la Alsacia y Lorena, uno de los factores clave del antagonismo profundo hacia
Alemania. Las formaciones políticas se agruparon bajo la “Unión Sagrada”, cuyo
objetivo era salvar a Francia del considerado su peor enemigo, por encima de
las claras divergencias ideológicas. En esta unión también estuvieron los
socialistas, recién asesinado Jaurès por un fanático nacionalista y que tanto
había luchado por el pacifismo. Por su parte, es significativo que los
sindicatos no convocaran la huelga general contra la guerra.
Aunque en Gran Bretaña se
produjo también una clara corriente patriótica y de unión ante la guerra, no se
produjo el mismo grado de unanimidad que en su principal aliado. Es cierto que
la oposición conservadora frenó sus críticas hacia el gobierno liberal de
Asquith, pero dos ministros de dicho gobierno dimitieron y un sector del
laborismo liderado por Ramsay McDonald se opuso con decisión a la entrada de
los británicos en el conflicto.
En Alemania funcionó algo
parecido a la “Unión Sagrada” francesa. Todos los partidos del Reichstag votaron
los créditos de guerra, incluido el SPD, que no hizo ningún llamamiento a la
huelga general. Los sindicatos y la patronal acordaron una tregua mientras
durase la guerra. Solamente un sector de la izquierda, con Liebcknecht a la
cabeza, mantuvo un radical rechazo al conflicto. En Alemania, las pulsiones
autoritarias se acrecentaron con el estallido de la Gran Guerra. Los militares
habían demostrado en el verano de 1914 su poder presionando al gobierno para
que optase por una política intransigente en la crisis internacional. A medida
que la guerra avanzaba, el poder militar se hizo cada vez más presente en la
vida política.
Las constantes tensiones
nacionalistas que padecía el Imperio Austro-Húngaro se eclipsaron por un tiempo
ante la guerra, surgiendo una especie de nacionalismo común desconocido hasta
el momento.
Por último, en la Rusia
zarista, el sistema político europeo más autoritario, la guerra también suscitó
un inicial entusiasmo general. En la Duma se apoyó la entrada de Rusia en la
guerra, aunque los mencheviques y bolcheviques se opusieron con energía, siendo
detenidos algunos de ellos. Por su parte, la conflictividad social disminuyó
considerablemente, reduciéndose el número de huelgas.
Cuando se vio que la
guerra iba a ser larga y se empezaron a sufrir sus terribles consecuencias
humanas y económicas, comenzó a resquebrajarse la inicial unanimidad entre las
fuerzas políticas y sociales de cada país contendiente. En otros trabajos
estudiaremos esta evolución política y social.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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