Por José Manuel Erbez.
El
14 de abril de 1931, hace ahora 83 años, las calles de las principales ciudades
de España se veían inundadas por un tremolar de banderas tricolores que
celebraban la proclamación de la Segunda República, y trece días más
tarde el Gobierno Provisional promulgaba un decreto que determinaba en su
artículo 1º la adopción como bandera nacional de la formada "por tres
bandas horizontales de igual ancho, siendo la roja la superior, amarilla la
central y morada oscura la inferior", una disposición ratificada
posteriormente por la nueva Constitución. Con estas disposiciones se
rompía una tradición bicolor que contaba ya con casi siglo y medio de
existencia.
La bandera que la nueva República adoptaba
como propia era la misma que numerosos grupos republicanos -aunque no todos-
habían venido usandocomo alternativa a la enseña rojigualda, identificada por
ellos con la monarquía, y por tanto representaba una idea de cambio
radical en el sistema de gobierno del país. Su disposición en tres franjas
de distinto color estaba probablemente influenciada por la tríada jacobina de
" Libertad, Igualdad, Fraternidad " que los revolucionarios
franceses habían extendido por toda Europa, pero la característica más
llamativa de la nueva enseña era la introducción del color morado.
Este
color era justificada en el Decreto por ser el "que la tradición admite
por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad", dando con
ello acogida y validez a una tradición que, a pesar de haber sido refutada por
prestigiosos investigadores, había conseguido arraigar en las más diversas
capas de la sociedad española: la tradición, leyenda o mito -como queramos
llamarlo- del pendón morado de Castilla.
Ya
en 1869, tras el derrocamiento de Isabel II y en medio de las convulsiones
políticas que condujeron a la proclamación de la I República, una comisión del
Ayuntamiento popular de Madrid presentó una proposición a las Cortes
Constituyentes para que adoptasen por bandera nacional la tricolor de faja
morada, propuesta que fue rechazada, por lo que la roja y gualda siguió siendo
la bandera representativa incluso durante el efímero periodo republicano.
Ciudad
Real, 2 de junio de 2014
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Dicha
proposición defendía el color morado como propio de Castilla por la presencia
del mismo en numerosos emblemas y enseñas relacionados de una u otra forma con
el antiguo reino, y sobre todo sostenía que de ese color había sido el
pendón que los comuneros habían alzado en su rebelión contra Carlos V. En
este sentido se hacía eco de una extendida visión de la revuelta comunera como
una rebelión popular y democrática, que defendía las libertades castellanas
frente al carácter centralizador y autoritario de la idea imperial de Carlos V.
Por tanto, los comuneros habrían sido los precursores de todos los movimientos
progresistas de España, desde los liberales de Riego a los federalistas. Sin
embargo, y aparte de que los estudios más serios han desmontado esta imagen
romántica, en ningún documento comunero de los conservados aparece alusión
alguna al supuesto pendón morado, constando sin embargo que en la batalla
de Villalar (1521) se distinguieron de sus enemigos mediante cruces rojas,
mientras que los imperiales las usaron blancas. Luego, hasta donde
sabemos, si hubo un color distintivo comunero fue el rojo de sus cruces.
Parece
que el origen del malentendido se remonta al bienio constitucional abierto en
1821 con el pronunciamiento de Riego contra el absolutismo de Fernando VII,
cuando surgieron las discordias en el seno de los liberales entre moderados y
exaltados. Entre estos últimos fue muy activa una sociedad secreta -con
una considerable presencia en Sevilla- conocida como Los Comuneros
(probablemente por la razón antes apuntada), que usaban una bandera morada con
un castillo. La radicalidad de sus posturas y lo llamativo de sus
actitudes, con extravagantes pruebas de iniciación y ceremonias copiadas de la
masonería, debió dar lugar a una identificación entre la causa revolucionaria y
el color morado que ellos exhibían no sólo en sus banderas, sino también como distintivo
personal, además de contribuir a la relación entre este color y el nombre de
comuneros y, por extensión, de Castilla. Una prueba de lo primero es el
hecho de que la bandera que en 1831 bordara en Granada Mariana Pineda para ser
usada en un levantamiento liberal, y que le costó la ejecución, tuviera ese
color.
De
esta forma el morado comenzó a ser utilizado junto con los dos colores
históricos en algunos ambientes republicanos, especialmente en los de tendencia
federalista, ya que consideraban que el rojo y el amarillo, aparte de su
identificación con la monarquía, sólo representaba a una parte de los pueblos
integrantes de España, los vinculados con la antigua Corona de Aragón, por lo
que el otro gran pueblo hispánico, el castellano, debía estar presente en la
bandera mediante el color que, según la tradición, le era propio. Así, en
tiempos próximos a la Revolución de 1868 la faja tricolor fue adoptada como
distintivo de los concejales del Ayuntamiento madrileño, y de ahí la referida
propuesta.
Por
lo tanto, desde el punto de vista político la bandera tricolor representó
durante la mayor parte del siglo XIX la idea de un cambio radical que trajese a
España un régimen republicano en el que los distintos pueblos de España
estuviesen representados equitativamente.
Pero
como veremos en la segunda parte, no eran sólo las ansias de cambio las que
hicieron popular al color morado.
Cuadro
de Antoni Estruch
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LA
TRICOLOR. BREVE HISTORIA DE LA BANDERA REPUBLICANA (2ª parte)
En
el artículo anterior veíamos cómo la inclusión del color morado en la bandera
republicana estaba influida por la creencia en el "pendón morado de
Castilla", y cómo dicho color había adquirido una significación
revolucionaria.
Sin
embargo, en otros ambientes de signo totalmente opuesto también arraigó esta
tradición. Lo más significativo probablemente sea el que en 1833, cuando
se produce la proclamación de Isabel II, se adopta un estandarte real morado,
lo que reflejaba tanto un recuerdo del controvertido "pendón" como el
apoyo de los liberales a la reina niña frente a los carlistas.
Este
fenómeno confluye con otro que se produce en el ámbito militar, y que parece
arrancar del Regimiento de Infantería de Castilla, actualmente denominado
Inmemorial del Rey y considerado como el más antiguo del Ejército español, que
adoptó uniforme morado en 1693, al parecer en recuerdo de haber tenido origen
en unas tropas reclutadas por un obispo castellano en tiempos de Fernando III,
lo que determinaría el color eclesiástico morado que fue su distintivo. Por
ello fue conocido vulgarmente como Tercio de Morados, y de esta
forma, el nombre de Castilla y el color morado se reunieron en las aspiraciones
de antigüedad, y por lo tanto, de precedencia y privilegios, de una unidad
militar que, dado su prestigio, despertó deseos de emulación entre otras
unidades. Así, el Regimiento de Reales Guardias de Infantería Española obtiene
desde su creación en 1703 el color morado para su bandera principal o coronela,
en lugar de la blanca reglamentaria. El Regimiento de Castilla quiere también
recuperar un color que considera propio, y solicitará repetidas veces el morado
para su bandera, hasta que le es concedido en 1830, siendo imitado en los años
posteriores por otros cuerpos y unidades. Cuando además, la propia monarquía
adopta este color para su principal enseña, el estandarte, se refuerza en estas
unidades el deseo de mostrar su vínculo con dicha institución mediante la
exhibición del morado en sus banderas.
Pero
quizá en el origen de todas estas historias subyazca una simple confusión
cromática. Por una parte, la confusión terminológica entre púrpura, que en
castellano designa a un tinte de un color rojo intenso, y que en realidad
equivaldría a encarnado o carmesí, y el termino heráldico homónimo que se
representa mediante el color morado, lo que habría dado lugar a que
enseñas que en su origen eran rojas, al ser descritas como "púrpuras"
acabasen siendo representadas como moradas. Esto es bastante evidente en un
ámbito paralelo, en el caso de la figura del león que aparece en el escudo de
España, y que siendo descrito durante siglos como "púrpura" era
representado como de color rojo, y sólo a principios del siglo XIX empezó a ser
pintado de púrpura heráldico, es decir, de morado. Por otra parte, es un hecho
demostrado que la acción del tiempo puede hacer que los tintes rojos se
oscurezcan hasta adoptar una tonalidad violácea, lo que se ha comprobado
al examinar algunas banderas identificadas como "Pendón de Castilla",
y que al ser sometidas a un detallado análisis han resultado ser rojas. Y
tampoco hay que olvidar la amplia presencia del color morado en el ámbito
religioso, desde vestiduras a ornamentos y estandartes, lo que sin duda
debió influir en la aceptación de dicho color en un país de tan arraigada
religiosidad.
De este modo, en
vísperas del advenimiento de la Segunda República se producía la gran paradoja
de que los republicanos como innovadores, y amplios sectores militares como
inmovilistas, coincidían en considerar el color morado como representativo de
Castilla.
Por
ello, debe admitirse que en 1931 el color morado contaba con una tradición, no
por infundada menos valiosa, que si no justificaba al menos hacía comprensible
su inclusión en una enseña que pretendía simbolizar la pluralidad de los
pueblos de España, desde un espíritu a la vez rupturista y respetuoso con el
pasado. Sin embargo, cabe preguntarse si la decisión del nuevo régimen de
adoptar la tricolor no fue un error que contribuyó a enajenar las voluntades de
todos aquellos que consideraban a la bandera rojigualda como el verdadero
símbolo de España, y no de la monarquía, sectores de la población cuya
aceptación de la Segunda República se podría haber ganado conservando, como
hizo la Primera, y como cuarenta y cinco años después hizo la Transición, los
colores del paño y cambiando simplemente el escudo.
Con
respecto al escudo, y para finalizar con una nota local, quisiera decir a
título de curiosidad que uno de los pocos ejemplares que se conservan del
escudo republicano con la corona mural se encuentra en la comisaría de la
Policía Nacional de Alcalá. Después de setenta años, se trata de un auténtico
testigo de nuestra agitada historia.
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