BRAIS FERNÁNDEZ⎮Viento Sur⎮23 de junio de 2014
La aparición de Podemos ha “desordenado” el panorama
político. En una situación de bloqueo institucional, donde la inestabilidad
parecía más ser fruto de la crisis de los viejos partidos que del surgimiento
de nuevos agentes, Podemos aparece como la gran amenaza para los de arriba y la
gran esperanza para los de abajo. Tras años de movilizaciones y de dinámicas de
lucha esencialmente defensivas, la marea de indignación que abrió el 15M busca
dotarse de instrumentos para luchar por la conquista de cuotas de poder
institucional, provocando un cambio de ciclo donde las clases subalternas ya no
se conforman con protestar, sino que buscan convertir su propio relato en poder
político. Un sector de la población comienza a creer, de nuevo, en la
posibilidad de construir una sociedad igualitaria y democrática: la política ha
sido profanada por la irrupción popular.
En este artículo intentaremos sintetizar algunas
cuestiones: por qué se lanza Podemos, quiénes lo lanzan, la relación entre
Podemos y las identidades de la izquierda, algunos elementos del discurso, las
formas organizativas, y los retos de cara el futuro. Sin duda, se quedarán
muchas cosas interesantes en el tintero: léase simplemente como una reflexión
no acabada o una aportación al debate.
De la lectura de un momento a la creación de un
acontecimiento.
Rompiendo con la idea de que “hay que acumular fuerzas
lentamente”, el lanzamiento de Podemos responde a una visión que combina un
análisis “objetivo” de la coyuntura política con un uso “subjetivo” de la
misma. Por una parte, la coyuntura abre la oportunidad política: las luchas en
defensa de lo público, el descrédito de las organizaciones sociales y políticas
tradicionales, la burocratización de la izquierda institucional, la desafección
y el hartazgo de amplias capas de la población, la búsqueda de una salida
política a la movilización, son algunos de los síntomas que indican que un
proyecto como Podemos puede tener éxito. Por otro lado, una coyuntura de estas
características no conduce por sí misma a ningún tipo de alteración fundamental
del orden político. La coyuntura debe aprovecharse mediante el gesto, para
impulsar la construcción de sujetos que creen acontecimientos en función de las
posibilidades existentes. La realidad deja de ser un puzle donde todas las
piezas tienen que encajar: lo importante es ponerse a construir el puzle con
las piezas que hay, aunque no encajen todas.
Lanzamiento con las fuerzas acumuladas.
Podemos se lanzó entre personas agrupadas en torno a
la tertulia de debate político “La Tuerka”, con Pablo Iglesias como cabeza
visible, y los y las militantes de Izquierda Anticapitalista. Dos culturas
políticas diferentes se encontraban: una muy inspirada por los procesos
latinoamericanos, con una hipótesis basada en la agregación popular en torno a
una figura carismática convertida en el significante en torno al cual agregar
múltiples descontentos y una “movimientista”, basada en la voluntad de
construir una alternativa rupturista desde abajo y a la izquierda, muy marcada
por las experiencias del 15M y las mareas.
El uso de una figura pública “fuerte”, más conocida
por sus apariciones televisivas que por ser un líder del movimiento como puede
ser Ada Colau, ha sido y sigue siendo controvertido. Pero más allá de los
debates, hay que reconocer que sin la figura de Pablo Iglesias, Podemos no
hubiera pasado de ser otro experimento sin poder de agregación popular más allá
de los espacios militantes ya constituidos. Y me refiero a Pablo Iglesias como
figura construida para resaltar un acierto innegable: detrás de esta figura hay
una lectura sobre la necesidad de construir también en el plano mediático, dado
el papel de los “mass media” en las sociedades actuales. Pablo Iglesias es el
producto de una estrategia, pues aunque las oportunidades son siempre
contingentes, hay que saber aprovecharlas. El mérito es de quien ha leído que
había un hueco, una acumulación de fuerzas potencial en ese sentido y ha trabajado
para convertir el potencial en algo concreto. La legitimidad de Pablo Iglesias
en el liderazgo de Podemos e mana de haber sabido construir, a través de los
altavoces mediáticos, una vía de comunicación directa con millones de personas
que se identifican con sus planteamientos. El debate no se articula en torno a
la necesidad o no de un liderazgo de este tipo, que ha demostrado ser muy útil
para impulsar un proyecto amplio basado en la auto-organización popular, sino
que más bien los debates se dan en torno a cómo se combina ese modelo de
liderazgo mediático con la cultura igualitaria y “desde abajo” que surge con el
15M. El intento, no exento de tensiones, de ir ensamblando ambas esferas
explica buena parte del éxito de Podemos. Queda mucho por experimentar en ese
aspecto.
Por otro lado, un sector de la izquierda radical
(radical en el sentido de buscar soluciones de raíz a problemas endémicos) ha
sido capaz de poner sus (pequeñas) fuerzas militantes al servicio de la
apertura de un espacio incontrolable por cualquier organización, que busca
vincular a nuevos sectores sociales más allá de posiciones políticas
predefinidas. De lo que se trata es de poner la organización al servicio del
movimiento, abandonando la idea de que se “interviene desde fuera” o de que
existen campos políticos fijos. La tarea consiste en formar parte de
experimentos masivos, asumiendo contradicciones, y unas formas más impuestas
por los ritmos reales que fruto de un trabajo paciente y organizado. Muchas
veces eso genera ciertas tensiones entre militantes fuertemente ideologizados y
el desarrollo político de un movimiento compuesto mayoritariamente por gente
sin experiencia militante, donde los vínculos muchas veces no se establecen en
base a la militancia tradicional. El riesgo de desacople entre los núcleos
militantes (que no necesariamente provienen de una organización en concreto,
pues hay militantes de muchos tipos) y esa base social difusa y amplia de
Podemos es real y siempre está presente en un movimiento que, por sus propias
características, cuenta con múltiples y variadas formas de vinculación y
participación. Quizás sea necesario un cierto cambio de mentalidad, para que
además de ser “protagonistas” políticos, los militantes asuman también una
cierta vocación de enlace con toda esa gente que se identifica con Podemos,
pero que no está dispuesta a sumirse en dinámicas activistas.
Poner “el hacer” antes del “ser” para volver a “ser”.
La derrota de la izquierda tradicional (caída del
muro, adaptación de la socialdemocracia al neoliberalismo, impotencia de la
izquierda radical) ha provocado que, al contrario que en épocas precedentes en
Europa, la simbología “roja” no sea el elemento de identificación a través del
cual se expresa el descontento anti-capitalista. Lo que pasa a ser central como
elemento a fijar es lo que “hay que hacer”, por encima de lo “que se es” a
priori. Por decirlo en palabras de Miguel Romero, “es posible e importante
crear una organización política cuya fuerza y unidad se establezca más allá de
la ideología, concentrándonos en la definición de las tareas políticas
centrales”.
Eso no significa ni mucho menos que esa prioridad del
“hacer” impida la reconstrucción de identidades, pues en política siempre hay
una relación de tensión con el pasado, una fuerza que nos impulsa que viene de
muy atrás, como explicaba Walter Benjamin. No hay más que ver la fabulosa
recuperación del mitin como teatro político que ha hecho Podemos: puños en
alto, Carlos Villarejo citando a Engels, Teresa Rodríguez saludando las luchas locales
de los trabajadores, las canciones de combate o Pablo Iglesias aludiendo a lo
mejor del movimiento obrero.
Esa concepción del mitin como espacio vivo,
performativo, condiciona la evolución en el plano estético-discursivo de
Podemos: en este teatro “de nuevo tipo” en el que se han convertido los mítines
de Pablo Iglesias y otras caras públicas del movimiento, el público no solo
observa admirado, sino que también actúa, presiona, vive. Esa apertura de
espacios para la expresión popular, el gran mérito de Podemos, ha permitido el
reencuentro del pueblo de izquierdas consigo mismo, pero también ha obligado a
la izquierda a salir de su letargo identitario. Podemos se ha movido en ese
equilibrio, tenso y precario, permitiendo al proyecto partir de la izquierda,
abrir un nuevo campo más allá de esa identidad, para luego recomponerla, pero
sin encerrarse nunca en ella. Ser de izquierdas vuelve a estar de moda, porque
ya no es algo que se viva en soledad y con un símbolo en la solapa.
El juego de los conceptos.
Podemos ha logrado un equilibrio difícil para la
izquierda: aparecer como “lo nuevo” sin dejar de retomar esa fuerza que emana
de mirar al pasado buscando inspiración. Utilizaremos dos ejemplos: la
introducción “desde fuera” del vocablo “casta” y por otro lado, el ataque a uno
de los pilares del régimen constitucional del 78, el PSOE, a partir de la
disputa de la identidad “socialista.”
Un ejemplo de la potencia discursiva de Podemos se ve
claramente en la introducción del término “casta”, un concepto suficientemente
ambivalente y difuso como para fijar un eje antagonista, en un contexto donde
los causantes de la debacle social se muestran invisibles o individualizados.
Tradicionalmente, en la teoría política de matriz marxista, el término “casta”
se ha utilizado para referirse a aquellas capas de la población cuyo poder
emanaba de su relación con el Estado, mientras que “clase” se relacionaba con
la posición en los medios y relaciones productivas y de propiedad. “Casta”
puede recoger esa fusión entre poder económico y los aparatos del Estado típica
del periodo neoliberal, producto de la invasión financiera de campos de gestión
estatal que durante el periodo del “Welfare” reproducían las conquistas
sociales de la clase trabajadora. “Casta” se convierte en esa representación,
sencilla y directa, de los responsables económicos y políticos de la miseria,
de la fusión entre los poderes públicos y privados: podría convertirse en
sinónimo de lo que el movimiento obrero denominó “burguesía”. Esta capacidad
del término “casta” de simbolizar la fusión entre poderes económicos y
políticos tiene también su base material en el movimiento real: remite a aquel
lema que inició el 15M que recordaba que “no somos mercancía en manos de
políticos y banqueros”. Un término tan ambiguo como “casta”, sin esas
experiencias colectivas previas, podría haberse convertido también en la
representación falsa de todos los males, un recurso populista que oculta a los
auténticos responsables de la crisis, como ha ocurrido en Italia, donde el principal
abanderado de la lucha contra la “casta”, el Movimiento 5 Estrellas de Beppe
Grillo, ha terminado pactando con UKIP (el partido de extrema derecha vencedor
de las últimas elecciones europeas en Gran Bretaña) en el parlamento europeo;
un pacto aprobado, por cierto, mediante un referéndum online. Eso no
desprestigia ni el uso de referéndum online (sin duda, una de las herramientas
más útiles para ampliar la participación popular) ni el uso del término
“casta”, pero nos recuerda que el peso decisivo lo tienen los procesos sociales
colectivos, que son los que definen el significado de un significante y
determinan el uso en uno u otro sentido de los mecanismos de participación
online.
No hay que olvidar tampoco que el duelo entre “la
casta” y la “gente” se produce dentro de unas relaciones estructurales de
dominación y explotación capitalistas: la “casta” es explotadora, pero se
sostiene y reproduce en un marco sistémico. Es la acción política de la gente
la que puede desalojar a la “casta”, pero no solo para sustituirla por una
nueva capa de gobernantes “más justos”, sino para desarticular esas relaciones
(relaciones entre el ser humano y el medio ambiente basadas en la rapiña,
expropiación de la riqueza generada por el trabajo por unos pocos, relaciones de
opresión heteropatriarcales) que determinan la vida social. La potencia de
Podemos está en que el concepto no va desligado de la acción real, y así abre
la posibilidad de ligar la lucha contra “la casta” a la posibilidad de superar
las estructuras y relaciones que permiten y condicionan la reproducción de “la
casta”. En ese proceso de lucha se generan elementos de auto-organización
popular, nuevas relaciones sociales que cuestionan las impuestas por la
sociedad capitalista: la lucha contra “la casta” se hace cooperando, debatiendo
y en común, frente a la competencia, aislamiento y soledad que ofrece el
neoliberalismo.
Por otra parte, Podemos ha tenido la audacia (ligada a
la posibilidad abierta por la fragilidad de las lealtades políticas
establecidas por el régimen del 78) de lanzarse a la disputa de las bases
sociales del PSOE. El PSOE ha funcionado durante las últimas décadas como el
principal instrumento partidario en la integración de las clases subalternas en
el Estado Español, un papel muy ligado a su subordinación y fusión con los
aparatos del Estado. Los mecanismos para esa integración han sido múltiples.
Destacan sus vínculos con los sindicatos hasta una política de reformas basada
en estimular un modelo económico que combinaba las ayudas europeas a cambio de
desindustrializar el país, la activación de la deuda como instrumento
compensador del estancamiento salarial, o la financiarización del sistema
productivo. El colapso de ese modelo, a partir de la crisis de 2008, ha
significado también una dura erosión de su referencialidad social para todo ese
sector de la clase trabajadora que anteriormente veía al PSOE como un mal menor
frente a la derecha. Podemos ha sabido retomar el término “socialista” para
posicionarse como una alternativa frente a la ruina de la “marca original”,
incluso a través de recursos como “jugar” discursivamente con el hecho
aleatorio de que el líder de Podemos y el fundador del PSOE comparten nombre.
Podemos acusa al PSOE de abandonar sus objetivos fundacionales, y llama a recuperarlos
en el marco de la construcción de un nuevo sujeto político. Los socialistas
pueden así recuperar el orgullo de serlo, pero fuera del PSOE, percibido como
un marco caduco y en descomposición.
Si entendemos el “sentido común” desde el punto de
vista de Gramsci, es decir, como síntesis entre la ideología de la clase
dominante y las conquistas contra-hegemónicas de los subalternos en su lucha
contra esa ideología dominante, no cabe duda de que la ambivalencia discursiva
de Podemos permite recoger buena parte del capital histórico acumulado tanto
por las luchas y la historia del movimiento de los oprimidos. Pero esa
ambivalencia (imprescindible y tan útil para un proceso de agregación popular
masiva) se verá enfrentada también a retos dictados por la agenda política
imperante, una agenda, que no olvidemos, sigue marcada por hechos heterónomos a
las acciones de Podemos, aunque Podemos ya sea un factor en la ecuación. ¿Qué
pasará el día de la consulta catalana? El sentido común imperante entre muchos
(la mayoría, podríamos decir) de los que se identifican con Podemos no se
orienta precisamente a apoyar el derecho de los catalanes a decidir, a pesar de
que algunos de los dirigentes de Podemos hayan defendido el derecho a decidir
de los catalanes. Va a hacer falta mucha pedagogía y valentía para que no se
imponga en España el sentido común dominante, es decir, el de la unidad de
España, pero por lo menos Podemos ha abierto la posibilidad de que esa
situación se resuelva en un sentido democrático.
Las formas no se inventan.
Es una característica de las épocas de reflujo que la
izquierda haya intentado integrar a la gente en sus estructuras, en vez de ir a
las estructuras que genera la gente. Es comprensible, hasta cierto punto. Si no
hay movimiento, no hay a donde ir, por lo que llega el repliegue y el
aislamiento. Por eso, muchas veces son poco materialistas e injustos los
ataques gratuitos tan de moda entre ciertos sectores contra la izquierda que ha
resistido a toda la oleada neoliberal pre-15M. La tragedia no es esa
resistencia, que no merece más que respeto. La tragedia se suele dar cuando se
da un cambio de época, cuando el movimiento irrumpe en la historia. Los
intentos de no desaparecer en periodos de reflujo o crisis del movimiento
muchas veces se concretan en burocracia, porque sin presión desde abajo, son
las instituciones dominantes las que presionan desde arriba. Así, las
organizaciones tradicionales de la izquierda han tendido a convertirse en
aparatos conservadores, debido a la presión que generan los vínculos con los
aparatos del Estado, y a las dinámicas resistencialistas basadas solo en la
lucha electoral.
Cuando irrumpe de nuevo el movimiento popular, todas
esas rutinas son puestas en cuestión. La marea 15M fue precisamente esa
irrupción del movimiento tras el desierto y la apatía neoliberal. La vuelta a
lo colectivo, a la creación de formas organizativas que respondieran a los
problemas de la mayoría de la población. Unas formas que buscan responder a la
realidad cotidiana de la gente. Emmanuel Rodriguez en su “Hipótesis
Democracia”, describe a la perfección las formas que propone (e impone) el
movimiento 15M: “amplio, asambleario, amorfo, en la calle y en la red.
Espontáneamente, su forma se adapta a la de un movimiento constituyente en el
que puede participar cualquiera. Las asambleas son abiertas y puede participar
cualquiera”.
Podemos tiene su fuerza precisamente en no tratar de
imponer formas, sino en permitir retomar las que ya se habían experimentado en
las plazas, abriendo espacios de participación para la gente. Eso explica la
capacidad que tiene de sumar Podemos: no se pide a la gente que se integre en
una estructura predefinida, sino que se ofrece un espacio a configurar. Eso
diferencia a Podemos del resto de organizaciones políticas. Con Podemos,
hablaríamos más bien de auto-organización, de un “hazlo tu mismo”, opuesto al
modelo de las organizaciones políticas de la izquierda tradicional, donde la
relación entre militante y estructura está preconfigurada de antemano.
Esa gran ventaja no está exenta de problemas. Los
problemas más inmediatos vienen provocados por la necesidad de configurar
estructuras propias, capaces de operar de forma práctica, de adaptarse a los
tiempos impuestos por la vida cotidiana. El reto es adaptar la participación a la
vida, y no la vida a la participación. Para eso, la definición de estructuras
puede ser útil para que tras el momento de euforia inicial no se pierda el
impulso democrático. Está por ver si esa generación de estructuras es capaz de
penetrar desde abajo hasta arriba. Por las propias características del proyecto
(lanzado “desde arriba”), el espacio desde donde se dirige el proyecto está
“cerrado”. De ahí que nos encontremos de facto con dos procesos paralelos en
Podemos que no se interrelacionan. Uno por abajo, experimental, creador,
abierto y uno por arriba, cerrado, mucho más rápido a la hora de operar, que
lanza decisiones al conjunto de Podemos Existe la necesidad de equilibrar
progresivamente esa relación entre “arriba” y “abajo” sin perder de vista lo
que se mueve en los márgenes, generando mecanismos de control y decisión que
recorran todo el espacio de Podemos. El nuevo periodo que se abre, con Podemos
vinculado a las instituciones (y a sus recompensas materiales), es también un
marco abonado para un proceso acelerado de burocratización si no hay un control
fuerte desde la base, si no se construyen canales que fluyan de arriba a abajo
y de abajo a arriba. Eso no significa liquidar la capacidad decisoria de los
espacios ejecutivos, pero sí establecer la posibilidad de elegirlos y
controlarlos asambleariamente, introduciendo principios de rotatividad y
revocabilidad, buscando un equilibrio entre la autonomía de los círculos y el
conjunto del proyecto. El discurso de Podemos ha hecho mucho énfasis en la participación
y el control democrático con el objetivo de alterar la lógica de la
representación: toca crear las condiciones que se han descrito.
No hay que esconder las tensiones que se generan en un
espacio tan heterogéneo como Podemos. Las tensiones solo se pueden gestionar si
se genera un marco estable, en permanente apertura y lo suficientemente fuerte
como para generar una nueva cultura política que haga que todos los debates
sean canalizados por estructuras democráticas, surgidas desde la base, permeables
a la sociedad. Esos mecanismos tienen que tener como objetivo la disputa
política con las clases dominantes, por lo cual no pueden ser paralizantes.
Pero a la vez deben integrar lo que diferencia a Podemos de la simple eficacia
tecnocrática.
Una de las grandes diferencias de Podemos con otras
formaciones es que los mecanismos que vinculan a la gente permiten decidir,
opinar y aspiran a resolver debates políticos. Para ello, más allá del impulso
generado por la ilusión inicial, se hace necesaria una nueva cultura que acabe
con la vieja política basada en las familias, las redes informales o las
reuniones en los pasillos. Estas estructuras solo se pueden construir si el
poder (que al fin y al cabo es una ficción, un acuerdo consensual que todas las
partes aceptan) emana de estructuras visibles, transparentes, basadas en reglas
claras y sencillas. Este tipo de mecanismos son los más útiles para generar una
identidad común basada en “el hacer político”, no excluyente, de pertenencia al
proyecto, por encima de siglas previas, grupos de afinidad o simplemente, no
adscripción identitaria. Este es el reto interno más importante al que se
enfrenta Podemos: pasar de la suma entusiasta a la política del día a día sin
perder vitalidad, energía, emoción y democracia. Difícil, pero posible.
El reto es ganar.
Una de las grandes apuestas de Podemos era romper la
dicotomía entre lo electoral y los procesos de lucha y auto-organización.
Durante todo el proceso previo al 25M, Podemos construyó un movimiento político
electoral masivo, con vocación de continuidad, en un contexto en donde las
movilizaciones callejeras estaban en reflujo, con la excepción del repunte de
las Marchas de la Dignidad. Por un lado, este “proceso constituyente” no
hubiera sido posible sin la acumulación de fuerzas provocada por muchas
movilizaciones anteriores, que siempre marcan la conciencia de épocas
posteriores. Pero también es cierto que Podemos ha utilizado las elecciones
para reordenar el campo político, pues por primera vez no se planteó la batalla
electoral con una “guerra de posiciones” con las fuerzas acumuladas, sino como
una “guerra de movimientos” rápidos, que buscaba sumar nuevos sectores sociales
no vinculados a la acumulación de fuerzas producto de las movilizaciones
anteriores. Producto de ese uso de los procesos electorales se han conformado
los círculos, los cuales han vivido y actuado en la campaña electoral como
agentes de una movilización: buscaba votos a la vez que se abrían espacios para
la auto-organización popular.
Podemos ha nacido con un horizonte concreto: desalojar
a los partidos del régimen de las instituciones. Pero eso no significa
necesariamente “ganar”. Ganar es poder gobernar, es más, es dotar a las clases
populares de mecanismos para el auto-gobierno, a la vez que se desaloja del
poder a las clases dominantes desmantelando sus mecanismos de dominación. Esto
no se consigue por decreto, ni de un día para otro, es un proceso que en esta
coyuntura histórica solo puede iniciarse con una victoria electoral. Podemos
necesita prepararse para ello, afrontando las campañas electorales desde un
prisma ofensivo mientras, paralelamente, se prepara para abordar la cuestión
del gobierno más allá de lo discursivo. ¿Alguien duda de que el programa de
Podemos encontrará resistencias por parte del capital financiero internacional,
de los grandes empresarios, o de la casta vinculada a los aparatos del Estado?
¿Cómo gobernar ayuntamientos endeudados por las políticas neoliberales? ¿Cómo
resistir una fuga de capitales, reacción más que posible ante la implantación
de una fiscalidad fuertemente progresiva? Se hace necesario construir poderes
populares preparados para resistir esa presión que se desatará en caso de ganar
las elecciones. Las amenazas catastróficas de los grandes medios de comunicación
no solo se combaten con desmentidos verbales: la mejor forma de combatirlas es
un pueblo con confianza en sí mismo, preparado para ejercer el poder.
Los círculos Podemos son uno de los espacios
imprescindibles para afrontar esa tarea. Hay que aclarar previamente que los
círculos no son mecanismos de poder popular: son herramientas, una más, para la
construcción de ese poder popular al servicio de un gobierno de los ciudadanos.
Se trata de mantener relaciones constantes y cercanas con la gente en los barrios,
centros de trabajo y de estudios, evitando limitarse a las consultas
cibernéticas, muy útiles e imprescindibles para agilizar mecanismos decisorios,
pero incapaces de construir una política “cálida”, fundamentada en la
deliberación colectiva y en la construcción de comunidades arraigadas en la
vida cotidiana de los territorios. Se trata de combinar las formula virtuales y
las presenciales, utilizando todos los instrumentos a nuestro alcance para
construir, vincular y fomentar la participación de la mayoría social. Eso no
significa, ni mucho menos, que los círculos deban tomar todas las decisiones
que afectan a Podemos, pero sí que deben participar en la elaboración de las
preguntas a la ciudadanía, para evitar que solo unos pocos definan lo que se puede
responder. Solo así, los círculos se convertirán en espacios abiertos,
permeables a la sensibilidad y problemas de los y las de abajo.
Los círculos también pueden ser ese vínculo entre todo
el capital acumulado en el seno de la sociedad civil y las instituciones. Las
tareas son concretas: hablar con las organizaciones sociales no solo para
solidarizarse con ellas, sino para recoger sus experiencias de cara a la
elaboración de una alternativa de gobierno (las Mareas Blanca y Verde o la PAH
tienen una valiosa experiencia que debería ser la base de unas políticas
públicas al servicio del conjunto de la sociedad), generar vínculos entre las
fuerzas vivas de los barrios y ciudades, visibilizar problemas ignorados por
las autoridades, convertirse en un lugar de encuentro abierto para todos los
vecinos, ser mecanismos para la formación política de una ciudadanía que
necesita aprender en común a gobernarse a sí misma..
Todo movimiento transformador tiene muchas patas. El
electorado es una de ellas. Los activistas son otra. Sin duda, los portavoces y
las caras públicas representan otra imprescindible. Hemos hablado de
elecciones, de herramientas discursivas, de cómo utilizar la energía activista
para construir poder popular. Pero queda una cuarta pata por activar: la gente
“invisible”, quienes viven al margen de esa expresión de la vida pública que es
la política. Para eso es necesario entender Podemos como un campo fluido, lejos
de la rigidez de la política tradicional, que solo concibe la construcción de
los sujetos en base a las expresiones visibles. Nos queda el reto inmenso de
ser la esperanza de los que no creen en nada, de los que viven al margen del
ejercicio de la política, de ser la ilusión de los que viven desencantados. Esa
potencia social no se expresará hasta que una fuerza política como Podemos haya
demostrado que no defraudará. El mayor reto de Podemos es generar confianza en
un mundo lleno de suspicacias, donde todo está fallando y nada es excesivamente
creíble. Porque si esa confianza no la genera Podemos, pueden aparecer los
monstruos, las pulsiones totalitarias, los falsos ídolos. La responsabilidad es
quizás excesiva para una fuerza tan joven, pero real. A todos y a todas nos
toca estar a la altura.
22/06/2014
Brais Fernández es militante de Izquierda
Anticapitalista y participa en Podemos.
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