Artículos de Opinión | João Pedro Stedile y Osvaldo León |
27-06-2014 |
Desde la década de los ’80, nos encontramos en una nueva
fase del capitalismo hegemonizada por el capital financiero y las
transnacionales, que pasaron a controlar la producción de las principales
mercancías y el comercio mundial, suscitando cambios estructurales en la
producción agrícola.
Este control del capital financiero sobre los bienes, que
circula en el mundo en proporciones cinco veces mayor a su equivalente en la
producción (255 billones de dólares en moneda, para tan sólo 55 billones de
dólares en bienes anuales), transformó los bienes de la naturaleza -como la
tierra, el agua, la energía, los minerales- en meras mercancías bajo su
control. Y es por eso que se ha producido una enorme concentración de la
propiedad de la tierra, de los bienes de la naturaleza y de los alimentos.
En efecto, actualmente alrededor de 100 empresas
agroalimentarias transnacionales (como Cargill, Monsanto, Dreyfus, ADM,
Syngenta, Bunge, etc.) controlan la mayor parte de la producción mundial de
fertilizantes, agroquímicos, pesticidas, agroindustrias y el mercado de
alimentos. Porque ahora, los alimentos se venden y especulan en las bolsas de
valores internacionales, como cualquier materia prima (hierro, petróleo, etc.),
y los grandes inversionistas financieros adquieren millones de toneladas de
alimentos para especular. Millones de toneladas de soja, maíz, trigo, arroz,
hasta zafras venideras, ni siquiera sembradas, de 2018, ya están vendidas. O
sea, esos millones de toneladas de granos que no existen, ya tienen dueño.
A este modelo de producción que el capital está
implementando en todo el mundo se le conoce como el agronegocio (agribusiness)
que, básicamente, busca organizar la producción agrícola en forma de
monocultivo en escalas de extensiones cada vez mayores, con uso intensivo de
máquinas agrícolas y de agrotóxicos, y la creciente utilización de semillas
transgénicas.
De modo que esta matriz productiva del agronegocio es
socialmente injusta, pues cada vez más expulsa a la mano de obra del campo; es
económicamente inviable, pues depende de la importación de millones de
toneladas de fertilizantes químicos; está subordinada a las grandes
corporaciones que controlan las semillas, los insumos agrícolas, los precios,
el mercado y que se quedan con la mayor parte de las ganancias de la producción
agrícola; es insustentable para el medio ambiente, pues practica el monocultivo
y destruye toda la biodiversidad existente en la naturaleza, con el uso
irresponsable de agrotóxicos que destruyen la fertilidad natural de los suelos
y sus micro-organismos, contaminan el medio ambiente y, sobre todo, los
alimentos producidos, con consecuencias gravísimas para la salud de la
población.
En Brasil, el Instituto Nacional del Cáncer (Inca) advirtió
en febrero que se pronostica para este año 546.000 nuevos casos de cáncer en el
país, la mayor parte originada por alimentos contaminados con pesticidas, sobre
todo cáncer de mama y de próstata, ya que son las células más frágiles donde
los principios activos de los venenos químicos actúan.
Soberanía alimentaria
Ante este modelo del agronegocio que busca la producción de
dólares y commodities, y no de alimentos, precisamos urgentemente renegociar en
todo el planeta el principio de que los alimentos no pueden ser una mercancía.
La alimentación es un derecho de supervivencia, por lo que cada ser humano debe
tener acceso a esta energía para reproducirse como un ser humano, de manera
equitativa y sin ningún tipo de restricción.
En la Vía Campesina hemos desarrollado el concepto de
soberanía alimentaria, que es la necesidad y el derecho de que en todos los
lugares del mundo cada pueblo tiene el derecho y el deber de producir sus
propios alimentos. Es de este modo que se ha garantizado la supervivencia de la
humanidad, incluso en las condiciones más difíciles. Y está demostrado
biológicamente que en todas partes de nuestro planeta se puede producir
alimentos para la reproducción humana, a partir de las condiciones locales.
La cuestión clave es cómo garantizar la soberanía
alimentaria de los pueblos. Y para eso tenemos que defender la necesidad de que
todos los que cultivan la tierra y producen los alimentos, los agricultores,
los campesinos, tengan el derecho a la tierra y al agua; como derecho de los
seres humanos. De ahí la necesidad de la política de repartición de los bienes
de la naturaleza (tierra, agua, energía) entre todos, lo que llamamos reforma
agraria.
Precisamos garantizar que haya soberanía nacional y popular
sobre los bienes fundamentales de la naturaleza. No podemos someterlos a las
reglas de la propiedad privada y del lucro. Los bienes de la naturaleza no son
fruto del trabajo humano. Por lo mismo, el Estado, en nombre de la sociedad,
debe supeditarlos a una función social, colectiva, bajo el control de la
sociedad.
Tenemos que asegurarnos de que las semillas, las diferentes
razas de animales y sus mejoras genéticas hechas por la humanidad, a lo largo
de la historia, sean accesibles a todos los agricultores. No puede haber
propiedad privada de las semillas y los seres vivos, como nos impone la fase
actual del capitalismo con sus leyes de patentes, transgénicos y mutaciones
genéticas. Las semillas son un patrimonio de la humanidad.
En cada localidad, región, es preciso asegurar que se
produzcan los alimentos necesarios que proporciona la biodiversidad local, a
fin de preservar los hábitos alimenticios y la cultura local, como una cuestión
inclusive de salud pública. Los científicos, médicos y biólogos nos dicen que
la alimentación de los seres vivos, para su reproducción saludable, debe estar
en armonía con el hábitat y la energía local.
Necesitamos políticas gubernamentales que fomenten la
práctica de técnicas agrícolas de producción de alimentos, que no sean
predadoras de la naturaleza, que no utilicen venenos y que produzcan en armonía
con la naturaleza y la biodiversidad, y en abundancia para todos. A estas
prácticas es lo que llamamos agroecología.
Precisamos impedir que las empresas transnacionales
continúen controlando cualquier parte de la producción de los insumos
agrícolas, la producción y distribución de los alimentos. Y a la vez, avanzar
en la adopción de prácticas de comercio internacional de alimentos entre los
pueblos, basadas en la solidaridad, la complementariedad y el intercambio. Y no
más en el oligopolio de empresas, dominado por el dólar estadounidense.
Además, cabe al Estado desarrollar políticas públicas que
garanticen el principio de que la comida no es una mercancía, que es un derecho
de todos los ciudadanos. Y la gente sólo vive en sociedades democráticas, con sus
derechos mínimos garantizados, si tiene acceso al alimento-energía necesario.
Un nuevo modelo de producción
Bajo la hegemonía de este modelo del agronegocio, en Brasil
asistimos a un proceso acelerado de concentración de la propiedad de la tierra
y de la producción agrícola y los bienes de la naturaleza están cada vez más
concentrados en manos de menos capitalistas. Hubo una avalancha de capital
extranjero y financiero para controlar más tierra, más agua, más agroindustrias
y prácticamente todo el comercio exterior de los commodities agrícolas.
Además, con este modelo del agronegocio, se ha afianzado una
alianza ideológica de clases entre los grandes terratenientes y empresarios de
los medios de comunicación, especialmente la televisión, revistas y periódicos,
que se han tornado en promotores y propagandistas permanentes de las empresas
capitalistas en el campo, como único proyecto posible, moderno e insustituible.
Hay una simbiosis entre los grandes propietarios de medios de comunicación, las
empresas del agronegocio, los presupuestos de publicidad y el poder económico.
En estas nuevas condiciones, la lucha por la tierra y por la
reforma agraria cambió de naturaleza. Por eso, en el VI Congreso Nacional del
MST, realizado el pasado mes de febrero, se adoptó el programa de Reforma
Agraria Popular, porque ella interesa a todo el pueblo. Ya no es más una
reforma agraria de los sin tierra, porque apunta a contribuir a los cambios
estructurales necesarios para el conjunto de la sociedad.
Una política de reforma agraria no se reduce simplemente a
la distribución de la tierra para los pobres, si bien puede ocurrir para
resolver problemas sociales emergentes localizados. Se trata de un camino hacia
la construcción de un nuevo modelo de producción en la agricultura. Es urgente
la reorganización de la agricultura para producir, en primer lugar, alimentos
sanos para el mercado interno y para toda la población brasileña. Para ello, es
necesaria y urgente la implementación de políticas públicas que garanticen
estímulos para una agricultura diversificada en cada bioma, produciendo con
técnicas de agroecología.
Al gobierno le corresponde destinar más recursos en la
investigación agrícola para la alimentación y no solo para beneficiar a las
transnacionales. Como también la puesta en marcha de un gran programa de
implantación de agroindustrias pequeñas y medianas en la modalidad de
cooperativas, para que los pequeños agricultores puedan tener sus
agroindustrias a fin de agregar valor y crear mercado a los productos locales.
Entre otras medidas.
Obviamente que la reforma agraria popular tomará más tiempo
y será más difícil, porque vamos a tener que concientizar a la gente de la
ciudad para que también se movilice, por ejemplo, por comida sana, por el
etiquetado de los productos alimentarios que indique si contienen o no veneno,
si tienen o no componente transgénico. Y, en general, por las contradicciones
del agronegocio respecto a los alimentos, al cambio climático, al medio
ambiente, al empleo.
Como señala el Programa del MST, ahora estamos ante nuevos
desafíos, como:
- “a)
La reforma agraria popular debe resolver los problemas concretos de toda
la población que vive en el campo:
- b)
La reforma agraria tiene como base la democratización de la tierra, pero
busca producir alimentos saludables para toda la población; objetivo que
el modelo del capital no consigue alcanzar;
- c)
La acumulación de fuerzas para este tipo de reforma agraria depende ahora
de una alianza consolidada de los campesinos con los trabajadores urbanos.
Solitos los sin tierra no conseguirán la reforma agraria popular.
- d)
Ella representa una acumulación de fuerzas para los campesinos y toda
clase trabajadora en la construcción de una nueva sociedad.”
- -
João Pedro Stedile es miembro de la Coordinación Nacional del MST y de la
Vía Campesina Brasil.
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Osvaldo León es Director de “América Latina en Movimiento.
* Este texto es parte de la Revista América Latina en
Movimiento, No., 496 de junio de 2014, que trata sobre el tema de "
Políticas y alternativas en el agro en el año de la agricultura familiar"
- http://www.alainet.org/publica/496.phtml
URL de este artículo: http://alainet.org/active/74923
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