Historiadores topan con la negativa
eclesiástica cuando intentan consultar los expedientes de los sacerdotes
andaluces fusilados por su lealtad a la República: Francisco Fernández en
Málaga y Antonio Sáez en Sevilla
RAFAEL
GUERRERO Sevilla 24/06/2014 00:00
El cura republicano Francisco Fernández.
Los curas
republicanos fueron doblemente represaliados por cometer el pecado mortal de
demostrar que era compatible ser católico y republicano y que, tratándose de
sacerdotes, era incluso más cristiano comprometerse con los más pobres y con la
democracia que con los golpistas. Y es que estos no tuvieron piedad con ellos, que
sufrieron los mismos castigos que el resto de quienes resistieron a la
rebelión: muerte, cárcel y exilio. Pero tampoco tuvo misericordia con ellos
la jerarquía católica española, que aliada con Franco, no les perdonó la osadía
de desmarcarse de la cruzada que bendijo decenas de miles de fusilamientos.
Cierto es
que fueron minoría en el redil eclesial y que fueron muchísimos menos que los
aproximadamente siete mil religiosos que fueron víctimas mortales de la
violencia anticlerical en la retaguardia republicana que se desató como
reacción al golpe militar de julio de 1936. Pero existieron, pese a que también
sobre ellos se haya levantado una doble losa de silencio y de olvido.
Los historiadores
indagan ahora para rescatar del olvido a estos religiosos, dejando que
aflore una verdad bastante incómoda para la Iglesia española. Dos libros de
reciente aparición profundizan en este asunto: Por lealtad a la República,
una biografía del canónico de Córdoba Gallegos Rocafull y Otra Iglesia,
un compendio de biografías de una decena de 'curas rojos'.
Del mismo
modo que se conocen con detalle los datos cuantitativos y cualitativos de los
religiosos asesinados en la retaguardia republicana, será muy difícil saber con
precisión quiénes y cuántos curas fueron represaliados por su actitud crítica
ante el golpe militar y a la cruzada declarada por el episcopado español.
Fusilado por pasarse de cura a maestro y por
"casarse por lo libertario"
De hecho la
historiadora y profesora de la Universidad de Málaga Encarnación Barranquero
lamenta no haber podido consultar el expediente personal en el Seminario del
cura malagueño Francisco Fernández González, que fue fusilado con 41 años en
las tapias del viejo cementerio de San Rafael, donde este año se ha erigido un
monumento en memoria de los miles de fusilados tras la toma de la ciudad y
enterrados en la segunda área de fosas comunes más grande de Europa después de
Sebrenica, en la antigua Yugoslavia.
Este cura
pagó cara la osadía de su compromiso social en las parroquias de Almogía y
Mijas, su posterior decisión de dar clases como maestro, su pertenencia al
comité que depuró a docentes de derechas y, especialmente, su decisión de
"casarse por lo libertario" ya durante la guerra. Francisco Fernández
fue detenido días después de la caída de Málaga, sometido a un consejo de
guerra y condenado a muerte. "De nada le sirvió reivindicar con
insistencia en la cárcel su condición de cura, ni encargar que le trajeran una
sotana, ni firmar sus cartas siempre con su nombre y el añadido de
presbítero", dice Barranquero, que reconstruyó su biografía recurriendo a
otras fuentes no eclesiásticas como "los expedientes de represión, de
preso y de responsabilidades políticas".
Al paredón por protestar por cómo enterraban vivos a
los fusilados
Los archivos
de la Iglesia siguen cerrados a cal y canto a los investigadores como norma
general, salvo que se trate de buscar argumentos para beatificaciones masivas
de "mártires religiosos", que han sido muy criticadas por solventes
investigadores como el monje benedictino Hilari Raguer. El historiador
sevillano José María García Márquez ha intentado en un par de ocasiones,
incluso a través de dos sacerdotes, acceder al expediente de un cura que fue
fusilado durante el verano del 36 por Queipo de Llano sin que se sepa la fecha
exacta de su muerte, "porque no está inscrito en el Registro Civil, ni se
puede entrar en el archivo de la Curia para consultar su expediente". Se
trata de Antonio Sáez Morón, que fue capellán del hospital de San Lázaro y
miembro de la Hermandad de la Macarena, después de haber sido ayudante en la
parroquia del pueblo de Herrera. "Dispongo de testimonios sobre el
asesinato de este cura, que protestó ante Queipo por cómo enterraban vivos a
muchos fusilados en la tapia del cementerio, pero no puedo cotejar la
versión de los testigos con la documentación de su expediente. Se da la
paradoja de que puedes consultar el expediente de un ferroviario, de un
funcionario, de un maestro, pero no el de un cura", se lamenta García
Márquez, que junto al también investigador Francisco Espinosa, acaba de
publicar Por la religión y la patria, sobre el papel que jugó la Iglesia
católica como apoyo del bando franquista en la Guerra Civil española.
El cura
republicano Juan García Morales.
Los 16 curas
vascos fusilados no fueron los únicos que ordenó matar Franco por oponerse a
sus planes totalitarios, sino que hubo otros por España, como Matías Usero en
Galicia y los dos antes referidos en Andalucía, sin que se descarte que
aparezcan más según avancen las investigaciones. Entretanto, todo parece
indicar que fueron más los que lograron huir de la represión e instalarse en el
exilio, como sucedió con el gaditano José Manuel Gallegos Rocafull, un hombre
de una cultura vastísima que alcanzó el doctorado en Filosofía y Teología y que
llegó a ser canónigo de la catedral de Córdoba. Su biógrafo, el investigador
egabrense José Luís Casas sí que pudo consultar su expediente en el obispado
cordobés, así como las actas del Cabildo de la Catedral del que formó parte y
su ficha en el seminario de Sevilla. "He tenido suerte y me considero
afortunado", reconoce Casas, quien destaca que el referido cabildo llegó a
hacerle recientemente un homenaje en sesión interna, "pero aunque no haya
sido público, ha tenido un reconocimiento interno de los canónigos".
De la canongía de Córdoba al exilio, suspendido 'a
divinis'
Gallegos
Rocafull era un intelectual de gran proyección incluso fuera de España que
durante la República daba clase de Filosofía en la Universidad de Madrid y fue
candidato a las elecciones de 1931, sin que obtuviera escaño. Durante la Guerra
Civil, fue enviado a Bruselas para hacer campaña junto a otro cura, Leocadio
Lobo, a favor de la República entre los católicos europeos y allí en la Casa de
España dejó clara su posición política frente a la jerarquía episcopal
entregada a la causa golpista: "Os lo diré de una vez por todas, abierta y
sinceramente: he elegido al pueblo", dijo públicamente.
"Gallegos basó su decisión en un argumento religioso, convencido de que
Cristo habría estado al lado del pueblo, si se le hubiera planteado una
situación similar", asevera José Luis Casas.
Gallegos
mantuvo su enfrentamiento, incluso públicamente y por escrito, con la jerarquía
católica franquista a la que acusó de complicidad con la represión, por lo que
el entonces cardenal primado Gomá le aplicó la suspensión a divinis, por lo que
no pudo volver a oficiar misa en su exilio mexicano hasta que renunció a la
canongía de Córdoba en los años 50. Quid pro quo, que dirían los clásicos.
Hasta su muerte, en México se dedicó a la docencia universitaria y "sus
sermones de alto contenido social se hicieron tan famosos que hasta el poeta
Altolaguirre comentó tras asistir a una misa: he estado a punto de convertirme
otra vez cuando lo he escuchado", comenta José Luís Casas.
No eran analfabetos con sotana ciegos por la fe
Otros dos
curas andaluces que murieron exiliados aparecen en el libro Otra Iglesia
sobre los sacerdotes que se mantuvieron fieles a la democracia republicana. Uno
fue el almeriense Hugo Moreno, que al trasladarse a Madrid cambió su nombre por
el de Juan García Morales y se puso al servicio de la República, escribiendo
infinidad de artículos en los principales periódicos y convirtiéndose en
incansable azote del clero antirrepublicano. Podría decirse que fue un cura
periodista y propagandista, más populista y con menos profundidad ideológica
que otros, que murió en Francia en 1946, olvidado como tantísimos exiliados.
El otro
sacerdote andaluz -en este caso granadino de adopción- tuvo una gran proyección
política, ya que pese a ostentar el cargo de deán de la Catedral de Granada,
llegó a ser diputado a Cortes por el Partido Radical Socialista en la
primera legislatura republicana de 1931, lo que le granjeó la suspensión a
divinis y la excomunión por parte de la jerarquía católica. Trató a García
Lorca y fue amigo del dirigente socialista y ministro Fernando de los Ríos. Se
llamaba Luis López-Dóriga y murió en México en 1962. Sus restos han reposado
durante muchos años olvidados, junto a los de Gallegos Rocafull, en el panteón
español.
No fue fácil
la vida de los curas republicanos, cuyo compromiso político y social fue
reprimido por la Iglesia española incluso antes del golpe militar de
julio de 1936. Después, conforme avanzaba la contienda, la Iglesia acentuó su
repudio contra ellos y el franquismo volcó sobre ellos todas sus iras
represivas.
Como hemos
visto, estos curas republicanos no eran analfabetos con sotana ciegos por la fe
y sin criterio. Eran intelectuales muy conscientes del papel teórico de la
Iglesia ante las desigualdades y el conflicto social de la España de los
años treinta, que sustentaban su base doctrinal en la encíclica Rerum Novarum
de León XIII, a finales del siglo XIX, uno de los principales pilares de la
doctrina social de la Iglesia.
La
eliminación de estos elementos díscolos facilitaría el desarrollo del
nacionalcatolicismo, dando cobertura a la dictadura, y no sería hasta el
tardofranquismo y la Transición cuando la doctrina social de la Iglesia
volvería a tomar cuerpo en los curas obreros con la comprensión tolerante de la
cúpula episcopal presidida por el cardenal Tarancón. Pero esa es otra historia.
Fuente: www.publico.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario