Juan Carlos ha abdicado a los 76 años de
edad. Si Felipe quiere ser sexto, que someta su nombramiento a las urnas.
nuevatribuna.es | Por Pedro
L. Angosto | 03 Junio 2014 - 18:20 h.
Tras los golpes de Estado de Pavía y Martínez Campos y
la pasividad del general Serrano, a la sazón Presidente interino del Gobierno
post-republicano, Alfonso XII regresó a España y fue proclamado rey en 1876
tras ser recibido por una multitud enloquecida en las calles de Madrid. Cuenta
Indalecio Prieto en su libro Palabras al Viento que abrumado por los
gritos efusivos de un hombre, Alfonso XII paró su caballo y le preguntó: “¿Por
qué gritáis con tanto entusiasmo?, respondiéndole el gritador: “Esto no es nada
para la que armamos cuando echamos a la puta de la reina”. La puta de la reina
era Isabel II, su madre. Cánovas del Castillo, hombre hábil, socarrón, cínico y
conservador, ideó para la ocasión una Constitución que suponía un retroceso
enorme respecto a la revolucionaria de 1869, pero que era un traje a medida
para la perduración del régimen monárquico. Dado al chiste y al sarcasmo, quiso
Cánovas que el primer artículo de la Carta Magna dijese que “es español todo
aquel que no puede ser otra cosa”, aunque nunca llegó discutirse.
El sistema político elaborado por Cánovas era
esencialmente corrupto y autoritario. Para evitar las “turbulencias” del pasado
y darle una falsa estabilidad, dos partidos, el liberal y el conservador, se
turnarían pacíficamente en el poder independientemente de lo que votasen los
ciudadanos ya que una amplia red caciquil y clientelar repartida por todo el
país se encargaría de “guiar” el voto al lugar adecuado, terminando de transformase
el sufragio en las estafetas de correos y, por fin, en el ministerio de la
Gobernación. Muy dividido, el republicanismo se refugiaba en tertulias,
redacciones, círculos, ateneos y conciliábulos, siendo la universidad uno de
sus últimos reductos de poder. Decidido a acabar con él, el ministro de
Fomento, Manuel Orovio, decretó el fin de la libertad de cátedra y la expulsión
de la Universidad de todos aquellos catedráticos que impartiesen doctrinas
contrarias a la religión católica, a la monarquía o al sistema político
vigente. De aquella decisión brutal, nació la Institución Libre de Enseñanza de
Giner de los Ríos, Salmerón y Calderón, y con ella la primera y más temprana
quiebra el régimen, puesto que la Institución sería la mayor y mejor escuela de
ciencia, librepensamiento y republicanismo que ha tenido España. Alfonso XII
murió, triste de él, en 1885 mientras conservadores y liberales se sucedían en
el poder repartiendo prebendas a clientes y amigos de todos los territorios del
país. Durante la regencia y el reinado de Alfonso XIII, republicanos,
socialistas y anarquistas crecieron al otro lado del régimen mientras se
perdían las colonias, nacían los nacionalismos periféricos y las guerras de
África cortaban de cuajo la vida a miles de soldados pobres que no habían
podido pagar la cuota que les habría eximido de demostrar su amor a la patria
frente al moro. La muerte de los dos líderes históricos de los partidos
dinásticos –Cánovas y Sagasta-, la intromisión constante de Alfonso XIII en los
asuntos políticos, económicos y militares del país, la corrupción generalizada
y la fuerte contestación obrera en las principales ciudades terminaron por
arrinconar a un régimen que no había nacido para servir al país sino a los
intereses de la Corona y de la oligarquía dominante. En Septiembre de 1923, el
general Primo de Rivera acabó con los partidos políticos y desde Barcelona
estableció la dictadura que lleva su nombre. La primera Restauración había
muerto.
Leyendo los diarios de aquel tiempo, pese a la
censura, se concluye que hasta el propio Primo de Rivera estaba convencido de
la interinidad de su mandato: Era muy difícil ignorar que la mayoría de la
población por unos u otros motivos se había separado definitivamente de la
monarquía y pensaba que su libertad y su progreso dependía de un régimen
diferente en el que no existiesen los derechos de sangre ni los privilegios de
casta o clase. La II República fue un sueño que los brutos, al asesinarla,
convirtieron en la mayor pesadilla de nuestra historia: La criminal dictadura
franquista. Por decisión unilateral, Franco designó a Juan Carlos de Borbón
como su sucesor para que perpetuase en el poder el orden de cosas que habían
nacido bajo su tiranía: Poder ilimitado de la plutocracia, ideología
nacional-católica, predominio de la enseñanza clerical, corrupción y
clientelismo como verdaderos valores de la España eterna que “sacude el
yugo de la esclavitud” e impunidad de los poderosos. Juan Carlos y sus asesores
de dentro y de fuera no cumplieron al pie de la letra los mandatos de Franco,
pero teniendo en cuenta el shock traumático que para la inmensa mayoría de la
población había sido y seguía siendo la guerra civil y la posguerra, decidieron
crear un régimen político con apariencia democrática que permitió la presencia
en las elecciones de la mayoría de los partidos existentes, dejando fuera a los
restos del republicanismo del exilio: La única condición para ello fue que
todos tenían que aceptar que la cuestión regimental quedaba fuera de cualquier
debate. Y se aceptó.
Durante dos décadas más o menos la cosa funcionó,
contribuyendo ETA de forma muy considerable al rearme de las fuerzas políticas
más reaccionarias que son las que hoy ocupan el poder central. Después de
cuarenta años de dictadura sangrienta, España carecía de cuadros suficientes
para armar un verdadero sistema democrático y muchos de los protagonistas de
ese periodo salieron de los salones oscuros de la dictadura para mezclarse sin
rubor con quienes la habían combatido. Inoculado en el pueblo español el virus
del apoliticismo, logreros, manigeros, medradores y sinvergüenzas de toda laya
se mezclaron en las cúpulas de los partidos con quienes de verdad creían que
era posible un cambio democrático real, terminando por constituir eso que Pablo
Iglesias Turrión ha denominado “la casta”. De nuevo, como en la primera
Restauración, bajo el pretexto de la estabilidad fiada a la persistencia de la
monarquía, un régimen se ponía al servicio de su titular y de la oligocracia
dominante sin que nadie de entre ellos se percatase de que estaba pasando algo
similar a lo sucedido en los últimos años del reinado de Alfonso XIII, que la
clase dirigente se había separado del pueblo, que no había renovación, que el
régimen se había anquilosado, que las palabras se habían vuelto huecas y que
todos los pernios chirriaban cada vez que se movía una puerta. La mayoría de
las demandas ciudadanas no sólo no podían ser satisfechas por los nuevos
partidos del turno pacífico en el poder, sino que eran combatidas por ellos con
dureza inusitada. Otra vez, como entonces, se había impuesto la vieja política
de que hablaba Ortega y Gasset, otra vez la España vital había quedado excluida
del sistema
Juan Carlos ha abdicado a los 76 años de edad y tanto
él como sus partidos presentan a su hijo como persona muy preparada. Bien. Si
es persona muy preparada que se presente a unas oposiciones cuando al actual
gobierno le salga convocarlas, o que emigre como tantos otros jóvenes a países
dónde pueda demostrar su supuesta valía, pero eso no es mérito alguno para
imponerlo como rey, mucho menos sus derechos de sangre. La corrupción, el
inmovilismo, el sufrimiento de millones de españoles por las políticas
austericidas, la impunidad de los grandes delincuentes y la refracción cada vez
mayor de la sociedad, avisan que la Segunda Restauración agoniza. Todo lo que
se haga siguiendo designios antidemocráticos será prolongar por la fuerza un
régimen que ha dilapidado la poca legitimidad que le quedaba. Si Felipe quiere
ser sexto, que someta su nombramiento a las urnas. No queda otra.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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