Aníbal Malvar
07 junio 2014
Apéname
sobremanera que nuestro futuro rey, Felipe VI, no mantenga la tradición
borbónica de jurar, en su proclamación como rey, los Principios del Movimiento Nacional, como hace 39 años hizo su
padre (ver vídeo).
Un estamento tan garantístico (perdón por la horterez, pero me pone)… Decía que
un estamento tan garantístico de nuestra libertad como la monarquía no debería
de cambiarnos las tradiciones así tan rápido, cada 40 años, porque es que nos
revoluciona y nos despista en un muy corto periodo de tiempo. Estos principios
de 1958, jurados por Juan Carlos en 1975, arrancan así, bello prólogo:
“Yo, Francisco Franco Bahamonde, caudillo de España, consciente de mi
responsabilidad ante Dios y ante la Historia, en presencia de las Cortes del
Reino, promulgo como principios del Movimiento Nacional, entendido como
comunión de los españoles en los ideales que dieron vida a la Cruzada, los
siguientes: (…) El principio II declara el acatamiento de la Nación española a
la Ley de Dios formulada por la Iglesia Católica, cuya doctrina inseparable de
la conciencia nacional, inspirará las leyes. (…) El principio VII instaura la
Monarquía como forma política, con las notas de la tradición católica, social y
representativa”. Esto es lo que juró nuestro democrático rey Juan Carlos, y lo
que ahora se niega a jurar este advenedizo del Felipe.
Cáusame
estupor, por tanto, que no haya una misa de la coronación, coreografiada por la
Casa Real y nuestra curia, para que Felipe VI declare el acatamiento de la
Nación española a la Ley de Dios formulada por la iglesia católica, que no otra
cosa es lo que anhelamos los españoles. O sea, que no se va a dar misa. Y que
no hay acatamiento. Dios y Franco nos cojan confesados.
A mí una coronación sin misa no me da demasiada
legitimidad, así que lo mismo mañana me vuelvo republicano. Que no os extrañe.
Franco no lo sospechaba, pero esto de la monarquía nos está llevando, a pasos
agigantados, al precipicio de la modernidad. Qué digo modernidad. Nos
está abocando a ese otro peligro aun mayor llamado contemporaneidad.
En
España, ideológicamente, nunca ha habido nada peor que ser contemporáneo. El
contemporáneo es un parásito del presente que no cree en milagros ni en
cruzadas ni en quemar brujas ni libros ni cree en nada. El contemporáneo
es un snob que no pega a su mujer ni hace entrar a su hijo la letra con sangre.
El contemporáneo es un ignaro que no sabe escribir la Historia de España,
porque la Historia de España siempre se escribe hacia atrás, y para escribir
hacia atrás son necesarios el docto don del analfabetismo, la ignorancia, la
superstición y el consejo de un cura.
Cuando
me enteré de que Felipe VI iba a tener su coronación sin misa, mi camello me
tuvo que dar las sales. Ay, que deflación muscular, me dije mientras caía
inconsciente sobre el reclinatorio. España está cambiando, y para mal. Yo creo
que si Felipe VI se corona sin misa y sin jurar los Principios del Movimiento
Nacional, lo mismo la gente se acaba inventando que Letizia es
divorciada y abortista. Que de muy mala lengua sí están dotados nuestros rojos.
Abandonar
dogmas como los Principios del Movimiento o la religión católica, tal que está
haciendo nuestro Felipe el Futuro, es como admitir las teorías heliocentristas
de Galileo antes de que pasen cinco siglos. Una precipitación
innecesaria. Viendo España, todo el mundo nos damos cuenta de que no es urgente
ningún cambio. Está más que perfecta. No la toques más, que así es la rosa,
decía Juan Ramón Jiménez.
Aunque cuente con las simpatías del partido, del
socialista, del obrero y del español, Felipe VI no debería de coquetear con
estas veleidades de no jurar los principios del Movimiento, pues de esta forma
le podrán caer hostias desde la derecha, desde el centro y desde la izquierda.
Son hostias por muchos lados. Y uno, por muy rey que sea, solo tiene dos
mejillas.
Además, si Felipe VI se coronara en misa,
satisfaría a la mayoría absoluta del pueblo español. Porque todo el mundo sabe
que Rubalcaba, Zapatero, Felipe González, la mano
incorrupta alzada de Manuel Fraga, y otros millardos de progresistas
españoles, asistirían con ecuménico entusiasmo a esa misa. Y
al terminar el oficio dirían, cuando el cura lo mande, como ya
la han dicho tantas veces, esa progresista y revolucionaria palabra que se
pronuncia amén.
Fuente: www.publico.es
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