jueves, 3 de abril de 2014

¿POR QUÉ SE IMPUSO LA MONARQUÍA EN LUGAR DE LA III REPÚBLICA?

Artículos de Opinión | Por Máximo Relti – Canarias-semanal.org | 31-03-2014 |

Parece claro que toda la estructura del régimen político montado durante la denominada "Transición" se desvencija por momentos. Aquella operación de filigranas que dio como resultado la Constitución del 78 y el actual sistema político no tuvo otro "mérito" que la anuencia en la que coincidieron la casi totalidad de las fuerzas políticas y sindicales existentes entonces, con la excepción honrosa de las adscritas a las fuerzas de la izquierda abertzale vasca.
 

LOS ORÍGENES DE LA MONARQUÍA "INSTAURADA"

Pero, desde la perspectiva estrictamente institucional, tratar de enlazar constitucionalmente a una dictadura de rancio pedigrí fascista con un régimen que se pretendía democrático no pasó de ser una chapuza propia de la catadura de los personajes que fueron sus artífices. Los situados a la derecha movimentista, porque su visión autoritaria y cortoplacista solo les permitía calcular las virguerías legales que tenían que poner en marcha para garantizar con formas nuevas la continuidad de la máquina del Estado heredada del Generalísimo. Para aquellos otros que provenían de la dirección del PCE, porque se trataba de hombres que habían envejecido en la dureza del exilio, y los sexagenarios muy difícilmente pueden encabezar procesos políticos revolucionarios que son patrimonio biológico de los más jóvenes. A la incapacidad de los dirigentes comunistas de entonces para captar cuál era la estrategia correcta a aplicar en aquellos momentos se unía su clara deriva hacia posiciones ideológicas eurocomunistas y socialdemócratas. De los psocialistas, tiernistas y demás grupos creados para la ocasión, no vale la pena ni hablar. Su representatividad social no les traspasaba a sí mismos, y su significación política en el Estado español era nula.

¿UNA CORRELACIÓN DE FUERZAS DESFAVORABLE?

A la muerte del dictador, el aparato del Estado que con el concurso de las clases sociales hegemónicas él mismo había construido ya se encontraba herido de muerte. Ese hecho lo han reconocido a lo largo de estas últimas décadas quienes en aquellos momentos lo dirigían. La conflictividad social de la segunda mitad de los setenta no tiene parangón con ninguna situación que nos podamos imaginar hoy . Los capitales huían hacia Suiza con la misma prisa con la que las ratas abandonan un buque en fase de naufragio. La oleada de huelgas que se desarrollaron en todo el Estado español durante aquellos años superó en número a las que se habían producido en acontecimientos históricos como los que precedieron a la Revolución Rusa. Quien luego fuera ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Arias Navarro, José María de Areilza, conde de Motrico, describía muy gráficamente en aquellos días el panorama social: "O acabamos en golpe de Estado de la derecha. O la marea revolucionaria acaba con todo".

LA ARGUMENTACIÓN AD HOC PARA JUSTIFICAR LA ACEPTACION DE LA MONARQUÍA

Aquellos que aún hoy fabrican pretextos ad hoc para justificar las renuncias del PCE durante la "Transición" y su aceptación vergonzante de la Monarquía esgrimen el argumento de que la permanencia en los mandos del Ejército de los mismos oficiales que habían hecho la Guerra Civil hacía imposible acabar con el Régimen y su proyecto de continuidad en la persona del monarca. Se trata de un razonamiento malévolamente tramposo y que está en flagrante contradicción con los principios que hicieron posible el largo itinerario de lucha de los comunistas españoles. El Ejército constituyó siempre la última ratio del estado franquista, y la lucha de los comunistas tuvo siempre en cuenta la existencia de esa premisa. La muerte de Franco aceleró el proceso de deterioro de su régimen, pero el PCE tenía claro desde mucho antes que la desaparición de la persona del dictador no iba a suponer el colapso inmediato del aparato franquista. Sería la lucha perseverante y la influencia que el Partido Comunista había conquistado en la sociedad española lo que podía permitir crear las condiciones para que la caída del franquismo se realizara en las circunstancias más favorables para los intereses populares. No se pretendía, a corto plazo la toma de ningún palacio de invierno, pero sí que el peso de la urdimbre de organizaciones populares existente hiciera posible la imposición de una III República avanzada que conectara históricamente con la II.

LA IMPOSIBLE CONGELACIÓN DE LA HISTORIA

Aunque la historia carece de plazos definibles y precisos, hoy resulta evidente que, más tarde o más temprano, el fraude construido con la "Transición" tenía que quedar un día al descubierto. Y por múltiples razones. Una de ellas, porque la pretensión de intentar borrar el hilo umbilical que necesariamente enlaza a la II República con una hipotética conquista de las libertades democráticas a la postre resulta un proyecto inviable. La prueba de que ello es así la podemos constatar cada día en las calles cuando, de nuevo, vuelven a ondear por miles las banderas tricolores en manifestaciones y eventos públicos. Ya no las portan las viejas generaciones que vivieron los agitados años de la II República y que hicieron de ella la razón de sus vidas. Las enarbolan los integrantes de las generaciones que nacieron sesenta años después. Este hecho no es baladí. Pone de manifiesto que la historia no se puede congelar ni borrar. Y no como resultado de ningún tipo de extraña mística, sino porque sus secuencias políticas, culturales y sociales permanecen enlazadas, dialécticamente enlazadas, en un todo que les da coherencia. Por ello, la asunción por parte de las nuevas generaciones del hecho republicano y su historia es irreversible. ¿Alguien puede imaginarse que la recuperación del republicanismo pueda ser una moda pasajera de los jóvenes, ante el balance pavoroso que ofrecen los 36 años últimos de monarquía borbónica?

 

 

 

 

 

 

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