Artículos de Opinión | Pedro Luna Antúnez | 01-04-2014 |
Hoy hace 75
años finalizó oficialmente la guerra civil. Oficialmente según la propaganda de
los vencedores. En realidad la República había expirado cuatro días antes
cuando las tropas franquistas entraron en Madrid. Con la toma de la capital que
sonreía con plomo en las entrañas habían caído las últimas esperanzas de la
República. Cuenta Manuel Tagüeña en sus memorias cómo el coronel Casado dio la
orden de rendición del ejército republicano de la zona centro el 28 de marzo, y
que tras volar a Valencia, prometió que nadie sería perseguido “si no había
cometido crímenes”. Era la segunda traición de Casado, quien con la
aquiescencia de Julian Besteiro ya había dado un golpe de Estado el 6 de marzo
contra el gobierno de Juan Negrín con un firme propósito: entregar la República
al enemigo.
El 75
aniversario del fin de la Segunda República ha coincidido con los fastos del
funeral de Estado dedicado a Adolfo Suárez. A la muerte del Duque de Suárez, no
pocos han sido los que han destacado la importancia histórica del personaje,
elevándolo a la categoría de prócer de la libertad y primer presidente de la
democracia. Curiosas alabanzas para alguien que fue procurador de las cortes
franquistas y ministro secretario general del movimiento. Pero es ahí donde
quizás radique la naturaleza política de la transición; en el hecho de que la
transición, que no la democracia, fue obra de las élites franquistas con el fin
de adaptarse a un nuevo tiempo político. No en vano, fue el propio régimen
franquista el que sentó las bases de la transición a partir de la Ley para la
Reforma Política un año después de la muerte del dictador. Obviamente, no hubo
un proceso de ruptura con la dictadura sino que se trató de una hábil y
sibilina reforma de las estructuras del franquismo bajo el disfraz de la
democracia. Y como a finales de marzo de 1939, la izquierda, bajo el síndrome
de Casado, se aprestó a negociar con el enemigo. Como hace 75 años volvió a
entregar la República.
Han pasado
75 años desde la caída de la República, y una vez desmoronado el mito de la
transición, asistimos a una profunda regresión democrática al socaire de una
vasta ofensiva por desmantelar los derechos fundamentales de la mayoría de la
población. Y el enemigo vuelve a ser el mismo. Los mismos que tomaron Madrid
hace 75 años y los herederos que propiciaron la segunda restauración borbónica
hace 35. Hoy como hace 35 años vuelven a hacerlo, y lo hacen de nuevo en nombre
de la democracia. En nombre de la democracia dejan sin hogar a familias,
apalean a manifestantes y abocan a la pobreza a más de dos millones y medio de
menores de edad. Y claro, en nombre de la democracia nos venderán la enésima
reforma del régimen. Es decir, en nombre de la democracia nos venderán menos
democracia.
Cabe esperar
que la izquierda no recupere el “nadie sería perseguido si no ha cometido
crímenes” del coronel Casado, ni acabe asumiendo que es posible reformar el
régimen. De lo contrario volveremos a cometer las traiciones y los errores de
antaño. Podremos ondear la tricolor el próximo 14 de abril pero no tendremos ni
República ni democracia. Ambas las perdimos hace 75 años. Perdimos la que a día
de hoy sigue siendo la última democracia.
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