jueves, 3 de abril de 2014

"DECÍAN QUE ERAN OBRAS DE CARIDAD, PERO NOS DEJARON ENORMES SECUELAS PSÍQUICAS"

"Nosotros nos encargamos de todo"

Una de las víctimas pertenecientes a la asociación SOS bebés robados de Madrid, durante una concentración celebrada el pasado mes de octubre. (EFE)


30/03/2014 (06:00)

“Estado de desesperación permanente”. Así describe la situación de las víctimas del supuesto robo y tráfico de recién nacidos Francisco González de Tena, sociólogo y presidente de la Federación Coordinadora X24 (de asociaciones de víctimas por el Robo de Niños en España). “Muchas madres llevan 30 años llamando a todas las puertas para intentar aclarar lo sucedido con sus hijos y exigir justicia, pero ninguna administración las ha querido escuchar”, lamenta el sociólogo.

En el ensayo Nos encargamos de todo (Clave Intelectual), González de Tena repasa de manera exhaustiva, y con la aportación de estremecedores testimonios, el origen, las causas y las consecuencias de lo que considera “delitos de lesa humanidad durante un período de más de medio siglo”. A pesar de que para el autor las secuelas personales, familiares y sociales de estos crímenes continuados son “incalculables”, sí puede asegurar, después de entrevistarse con una multitud de víctimas, que los niños arrebatados a sus padres “arrastran secuelas irreversibles en la edad adulta”.


Francisco González de Tena.

Según las cifras aportadas por el autor, el número de ciudadanos con identidades cambiadas superaría los 300.000. De Tena reconoce que no se trata de una cuantificación estricta, sino de una proyección, “pero que el actual ministro de Justicia no desmintió cuando se le presentó el informe”. Durante varias décadas, añade, existieron “verdaderas redes de tráfico de menores”. Las ciudades en las que tuvieron más incidencia fueron Tenerife, Madrid, Valencia y Barcelona. “Los contactos esporádicos entre sí denotan una connivencia dolosa”, insiste.

El silencio como estrategia de defensa psicológica

El desarrollo de lo que el autor denomina “redes de tráfico de niños” nunca podría haber llegado a tales cotas si no fuese gracias a la complicidad y silencio de una buena parte de la sociedad. El concepto que utiliza el sociólogo es el de “socialización del silencio”. Una especie de autocensura compartida entorno a los temas escabrosos del régimen franquista “asumida aún hoy en día por muchos españoles, como una estrategia de defensa psicológica.

‘¡Con el dinero que me has costado! ¡Podría haber comprado una piara de cerdos!’, le solía reprochar una madre a la niña que había adoptado mediante las Hermanas de la Caridad

Una forma de encubrimiento que, para el autor, ha causado mucho dolor innecesario. “Con un poco de dignidad y humanidad podría haberse evitado”. Sin embargo, en el contexto de la época se trataba más de una obligación que de una opción. El papel protagonista de la jerarquía eclesial en estos hechos también ejercía una tremenda influencia dentro y fuera de sus filas: “Estando la Iglesia de por medio, ‘seguro que se trata de obras de caridad’, pensarían muchos”.

Un silencio que si se rompía se interpretaría como una afrenta directa. De hecho, no fueron pocas las hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, una de las más activas en la reasignación de neonatos, que se vieron obligadas a abandonar la congregación por presiones e incompatibilidad moral con lo que se estaba haciendo. Uno de los testimonios más aterradores de estas desertoras es el de la hermana Mercedes Sánchez, que no rompió su silencio mediático hasta 2011.

Se sabía, pero si lo hacía la Iglesia era “caridad”

En su momento, Sánchez ya se atrevió a cuestionar internamente la legalidad de las adopciones que se llevaban a cabo. La madre superiora de la orden, sor Juana Alonso, nunca se lo perdonó. “Como primera medida me envió a Sevilla con otras Hijas de la Caridad para que reflexionara. La superiora de allí me dijo que estaba a tiempo de arrepentirme. Tuve una crisis de fe gordísima. Dejé de creer en los curas y en las monjas y decidí de dejar de serlo yo misma”.


 
             
Sor María. (EFE)
De Tena, que ha tenido oportunidad de entrevistarse con varias hermanas, sólo critica la falta de valor que tuvieron en su día para denunciar lo que estaban viendo, aunque entiende las dificultades que acarreaba el contexto y el momento. “Sin que honestamente se puedan hacer extensivas estas prácticas a la totalidad de ciertas asociaciones de carácter religioso asistencial, como las Hermanas de la Caridad, es innegable que algunas de sus responsables ejercieron durante años una influencia nefasta que ha dañado injustamente su reputación como colectivo”.

Por otra parte, el autor destaca que la “rígida y piramidal estructura jerárquica de la Iglesia, así como la evidente laxitud disciplinar de sus máximos representantes de autoridad, demostraron durante decenios una grave responsabilidad in vigilando”.

Los traumas y las secuelas perviven años después

Uno de los casos más paradigmáticos entre las víctima que destaca el sociólogo es el de Carmen C., que se identifica como ‘gotas de lluvia’ en las redes sociales. Cuando González de Tena habló con ella por primera vez aún sufría un trastorno que se conoce como “repudio familiar vicario”. Situación que se caracteriza por un entorno familiar que asume pautas de rechazo o de acoso, como es el caso, en sustitución de quien personificaba en otro tiempo (de ahí su calificación como vicario) el maltrato de la víctima. “Su situación actual es angustiosa, toda vez que su madre y sus hermanas la siguen haciendo culpable de su temprano embarazo y por haberse emparejado con un chico de raza negra”, recuerda.

El número de ciudadanos con identidades cambiadas superaría los 300.000

Los progenitores de Carmen no dudaron en internarla en el Reformatorio de las Oblatas, con el fin de cortar de raíz una relación mal vista socialmente y tratar así de convencerla para que dejara una relación indeseable para la familia. Y ahí fue donde comenzó el calvario en el que actualmente aún se encuentra.

Del reformatorio la confiaron a una institución de acogimiento de embarazadas, María Madre, de la que era responsable Mercedes Herrán de Gras, mediante la que se distribuían a los recién nacidos para “prohijarlos”, según la jerga de la época. Desde entonces, y hasta que su difícil situación económica se lo impidió, Carmen siempre estuvo bajo tratamiento psicológico.

No menos traumática fue la vida de Liberia Hernández, niña adoptiva pero a la que sus padres nunca trataron como a una hija. “¡Con el dinero que me has costado! ¡Podría haber comprado una piara de cerdos!”. Este fue el reproche, por parte de su madre adoptiva, que más veces escuchó Hernández. Y es que, “con el tiempo, cuando le pregunté por qué me habían adoptado para tratarme tan mal, me confesó que le habían pedido a su sobrina, sor María Soler, que les buscara a alguien para que les cuidara el día de mañana, cuando fueran mayores. Y ese alguien fui yo”. 


 

 

 

 

 

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