Una de las víctimas pertenecientes a la asociación SOS
bebés robados de Madrid, durante una concentración celebrada el pasado mes de
octubre. (EFE)
30/03/2014
(06:00)
“Estado de
desesperación permanente”. Así describe la situación de las víctimas del
supuesto robo y tráfico de recién nacidos Francisco González de Tena,
sociólogo y presidente de la Federación Coordinadora X24 (de asociaciones de
víctimas por el Robo de Niños en España). “Muchas madres llevan 30 años
llamando a todas las puertas para intentar aclarar lo sucedido con sus
hijos y exigir justicia, pero ninguna administración las ha querido escuchar”,
lamenta el sociólogo.
En el ensayo
Nos encargamos de todo (Clave Intelectual), González
de Tena repasa de manera exhaustiva, y con la aportación de estremecedores
testimonios, el origen, las causas y las consecuencias de lo que considera
“delitos de lesa humanidad durante un período de más de medio siglo”. A pesar
de que para el autor las secuelas personales, familiares y sociales de estos
crímenes continuados son “incalculables”, sí puede asegurar, después de
entrevistarse con una multitud de víctimas, que los niños arrebatados a sus
padres “arrastran secuelas irreversibles en la edad adulta”.
Francisco González de Tena. |
Según las
cifras aportadas por el autor, el número de ciudadanos con identidades
cambiadas superaría los 300.000. De Tena reconoce que no se trata de una
cuantificación estricta, sino de una proyección, “pero que el actual ministro
de Justicia no desmintió cuando se le presentó el informe”. Durante varias
décadas, añade, existieron “verdaderas redes de tráfico de menores”. Las
ciudades en las que tuvieron más incidencia fueron Tenerife, Madrid, Valencia y
Barcelona. “Los contactos esporádicos entre sí denotan una connivencia dolosa”,
insiste.
El silencio
como estrategia de defensa psicológica
El
desarrollo de lo que el autor denomina “redes de tráfico de niños” nunca podría
haber llegado a tales cotas si no fuese gracias a la complicidad y
silencio de una buena parte de la sociedad. El concepto que utiliza el
sociólogo es el de “socialización del silencio”. Una especie de autocensura
compartida entorno a los temas escabrosos del régimen franquista “asumida aún
hoy en día por muchos españoles, como una estrategia de defensa psicológica.
‘¡Con el dinero que me has costado! ¡Podría haber comprado una piara de
cerdos!’, le solía reprochar una madre a la niña que había adoptado mediante
las Hermanas de la Caridad
Una forma de
encubrimiento que, para el autor, ha causado mucho dolor innecesario. “Con un
poco de dignidad y humanidad podría haberse evitado”. Sin embargo, en el
contexto de la época se trataba más de una obligación que de una opción. El
papel protagonista de la jerarquía eclesial en estos hechos también ejercía una
tremenda influencia dentro y fuera de sus filas: “Estando la Iglesia de por
medio, ‘seguro que se trata de obras de caridad’, pensarían muchos”.
Un silencio
que si se rompía se interpretaría como una afrenta directa. De hecho, no fueron
pocas las hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, una de las más activas
en la reasignación de neonatos, que se vieron obligadas a abandonar la
congregación por presiones e incompatibilidad moral con lo que se estaba
haciendo. Uno de los testimonios más aterradores de estas desertoras es el de
la hermana Mercedes Sánchez, que no rompió su silencio mediático hasta
2011.
Se sabía,
pero si lo hacía la Iglesia era “caridad”
En su
momento, Sánchez ya se atrevió a cuestionar internamente la legalidad de las
adopciones que se llevaban a cabo. La madre superiora de la orden, sor Juana
Alonso, nunca se lo perdonó. “Como primera medida me envió a Sevilla con
otras Hijas de la Caridad para que reflexionara. La superiora de allí me dijo
que estaba a tiempo de arrepentirme. Tuve una crisis de fe gordísima.
Dejé de creer en los curas y en las monjas y decidí de dejar de serlo yo
misma”.
Sor María. (EFE) |
Por otra
parte, el autor destaca que la “rígida y piramidal estructura jerárquica de la
Iglesia, así como la evidente laxitud disciplinar de sus máximos
representantes de autoridad, demostraron durante decenios una grave
responsabilidad in vigilando”.
Los traumas
y las secuelas perviven años después
Uno de los
casos más paradigmáticos entre las víctima que destaca el sociólogo es el de
Carmen C., que se identifica como ‘gotas de lluvia’ en las redes sociales.
Cuando González de Tena habló con ella por primera vez aún sufría un trastorno
que se conoce como “repudio familiar vicario”. Situación que se
caracteriza por un entorno familiar que asume pautas de rechazo o de acoso,
como es el caso, en sustitución de quien personificaba en otro tiempo (de ahí
su calificación como vicario) el maltrato de la víctima. “Su situación actual
es angustiosa, toda vez que su madre y sus hermanas la siguen haciendo culpable
de su temprano embarazo y por haberse emparejado con un chico de raza negra”,
recuerda.
El número de ciudadanos con identidades cambiadas superaría los 300.000
Los
progenitores de Carmen no dudaron en internarla en el Reformatorio de las
Oblatas, con el fin de cortar de raíz una relación mal vista socialmente
y tratar así de convencerla para que dejara una relación indeseable para la
familia. Y ahí fue donde comenzó el calvario en el que actualmente aún se
encuentra.
Del
reformatorio la confiaron a una institución de acogimiento de embarazadas,
María Madre, de la que era responsable Mercedes Herrán de Gras, mediante
la que se distribuían a los recién nacidos para “prohijarlos”, según la
jerga de la época. Desde entonces, y hasta que su difícil situación económica
se lo impidió, Carmen siempre estuvo bajo tratamiento psicológico.
No menos
traumática fue la vida de Liberia Hernández, niña adoptiva pero a la
que sus padres nunca trataron como a una hija. “¡Con el dinero que me has
costado! ¡Podría haber comprado una piara de cerdos!”. Este fue el reproche,
por parte de su madre adoptiva, que más veces escuchó Hernández. Y es que, “con
el tiempo, cuando le pregunté por qué me habían adoptado para tratarme tan mal,
me confesó que le habían pedido a su sobrina, sor María Soler, que les
buscara a alguien para que les cuidara el día de mañana, cuando fueran mayores.
Y ese alguien fui yo”.
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