martes, 24 de febrero de 2015

«OJALÁ TUVIERA YO MACARRONES»



Jordi Évole Periodista
Lunes, 23 de febrero del 2015
Estoy en Grecia, en un centro de salud montado por voluntarios. Y es que las condiciones del rescate de Bruselas han supuesto tanto recorte que hay barrios atenienses donde, si no fuera por el voluntariado, ya no habría sanidad gratuita. Mientras visito esta especie de centro de asistencia primaria, veo a dos señoras que charlan. Oigo que una dice: «Hoy haré macarrones para comer». Y la otra apostilla: «Ojalá tuviera yo macarrones». La sanidad pública, enferma; comer macarrones, un lujo para algunos griegos. ¿Es esto razonable? Hay tanta precariedad en el país que, si el panorama no cambia, resultará más coherente que al menos su capital cambie de nombre y en vez de Atenas pase a llamarse Apenas.

Si uno de esos que tienen más pasta que macarrones -sea Merkel, Guindos o cualquier jefazo de la troika- me dice que las deudas hay que pagarlas, yo lo entiendo. Incluso entiendo perfectamente que desde Bruselas o Berlín dejen pringando a Grecia por todo lo que hizo, como falsificar sus cuentas. Lo que no entiendo es que intenten asfixiar a los griegos. Una reacción desproporcionada. Eso, como mínimo, tendría que ser un intento de austericidio en primer grado. ¿Qué sentido tiene tanta austeridad si ese afán de los ricos por el rigor termina provocando rigor mortis en los pobres? Y si la austeridad no solo la patrocinan los ricos sino también España, cuya banca también fue rescatada, entonces ya es para morirse de la risa. La semana pasada, cuando los mandatarios griegos negociaban con los jefes de Europa, al Gobierno español no se le ocurrió otra cosa que ponerse de parte de los jefes. En vez de ponerse en el lugar de Grecia, cosa que no costaría demasiado, nuestros dirigentes se comportaron como el típico subordinado pelota

Defender a los ciudadanos
Yo no sé si las conclusiones de la negociación van a servir para mejorar la vida de los helenos. En cambio, lo que sí sé es que Grecia tiene un Gobierno que ha sido capaz de hacer algo extraordinario que tendría que ser lo más normal del mundo: defender a sus ciudadanos. Sobre todo, a esos que las pasan canutas. Me gustaría tener un Gobierno así, que no se plegase a las primeras de cambio ante las exigencias que se dictan desde fuera, como han hecho aquí tanto Rodríguez Zapatero como Rajoy. Durante mi estancia en Atenas, más de un griego me ha dejado claro esto: «No voté a Syriza, pero admiro lo que hace». Seguramente el acuerdo no es el que soñaban los líderes del nuevo Gobierno griego, que luchan por no estamparse contra la realidad contra la que se han estampado otros. Pero por lo menos parece que enseñan la patita de una forma de hacer política que ya habíamos olvidado, aunque sea tímidamente, aunque sea desde ese lugar donde nos enseñaron a debatir, a dialogar, a consensuar, aunque ese lugar se haya convertido en la nueva Galia de Europa. Sin pócimas mágicas.

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