Jordi Évole Periodista
Lunes, 23 de febrero del 2015
Estoy en Grecia, en un centro de salud montado por
voluntarios. Y es que las condiciones del rescate de Bruselas han supuesto
tanto recorte que hay barrios atenienses donde, si no fuera por el
voluntariado, ya no habría sanidad gratuita. Mientras visito esta especie
de centro de asistencia primaria, veo a dos señoras que charlan. Oigo que una
dice: «Hoy haré macarrones para comer». Y la otra apostilla: «Ojalá tuviera yo
macarrones». La sanidad pública, enferma; comer macarrones, un lujo para
algunos griegos. ¿Es esto razonable? Hay tanta precariedad en el país que, si
el panorama no cambia, resultará más coherente que al menos su capital cambie
de nombre y en vez de Atenas pase a llamarse Apenas.
Si uno de esos que tienen más pasta que macarrones -sea Merkel,
Guindos o cualquier jefazo de la troika- me dice que las deudas hay que
pagarlas, yo lo entiendo. Incluso entiendo perfectamente que desde Bruselas o
Berlín dejen pringando a Grecia por todo lo que hizo, como falsificar sus
cuentas. Lo que no entiendo es que intenten asfixiar a los griegos. Una
reacción desproporcionada. Eso, como mínimo, tendría que ser un intento de
austericidio en primer grado. ¿Qué sentido tiene tanta austeridad si ese
afán de los ricos por el rigor termina provocando rigor mortis en los
pobres? Y si la austeridad no solo la patrocinan los ricos sino también
España, cuya banca también fue rescatada, entonces ya es para morirse de la
risa. La semana pasada, cuando los mandatarios griegos negociaban con los jefes
de Europa, al Gobierno español no se le ocurrió otra cosa que ponerse de parte
de los jefes. En vez de ponerse en el lugar de Grecia, cosa que no costaría
demasiado, nuestros dirigentes se comportaron como el típico subordinado
pelota.
Defender a los ciudadanos
Yo no sé si las conclusiones de la negociación van a servir
para mejorar la vida de los helenos. En cambio, lo que sí sé es que Grecia
tiene un Gobierno que ha sido capaz de hacer algo extraordinario que
tendría que ser lo más normal del mundo: defender a sus ciudadanos. Sobre todo,
a esos que las pasan canutas. Me gustaría tener un Gobierno así, que no se
plegase a las primeras de cambio ante las exigencias que se dictan desde fuera,
como han hecho aquí tanto Rodríguez Zapatero como Rajoy.
Durante mi estancia en Atenas, más de un griego me ha dejado claro esto: «No
voté a Syriza, pero admiro lo que hace». Seguramente el acuerdo no es el que
soñaban los líderes del nuevo Gobierno griego, que luchan por no estamparse
contra la realidad contra la que se han estampado otros. Pero por lo menos
parece que enseñan la patita de una forma de hacer política que ya habíamos
olvidado, aunque sea tímidamente, aunque sea desde ese lugar donde nos
enseñaron a debatir, a dialogar, a consensuar, aunque ese lugar se haya
convertido en la nueva Galia de Europa. Sin pócimas mágicas.
Fuente: www.elperiodico.com
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