Juan
Torres López | Economista
nuevatribuna.es
| 25 Febrero 2015 - 12:02 h.
Los
medios de comunicación y los centros de poder económico y político de Europa
tratan de hacer creer que las dificultades para llegar a un acuerdo con Grecia
provienen de las exigencias y de las malas prácticas de este país y que es la
posición del nuevo gobierno heleno lo que justifica que sea tratado con
intransigencia por sus socios europeos, con Alemania a la cabeza.
Lo
cierto es, sin embargo, que Grecia ha cumplido a rajatabla las imposiciones de
la Troika pero que éstas se han mostrado como un completo fracaso para
recuperar la economía, disminuir la deuda y mejorar la vida de las personas, lo
que justificaría que se iniciara un camino diferente. Además, lo que está planteando
el nuevo gobierno no es sino tratar de encontrar fórmulas que permitan hacer
frente a estos problemas de una manera más efectiva y no haciendo oídos sordos
a los compromisos anteriores sino replanteándolos. Y a ello se une que lo que
necesita Grecia para salir adelante es un montante de recursos o una
generosidad de los demás realmente ínfimos si se comparan con los que se han
dedicado hasta ahora a los bancos o incluso a economías mucho más prósperas
como la alemana. Tanto es así, que hasta alguien tan poco sospechoso de
simpatías con Syriza como el presidente Obama ha manifestado que lo razonable
sería no presionar tanto a Grecia y ayudarle a recobrar el crecimiento para que
pueda salir de su situación.
Por
eso creo que lo necesario para entender la intransigencia de la señora Merkel y
de sus aliados no es mirar tanto a Grecia sino precisamente a Alemania y a lo
que viene sucediendo con su economía en los últimos tiempos.
A
menudo los europeos no somos conscientes de que Alemania no es para nosotros un
socio más, una especie de hermano mayor más grande y poderoso. No. Alemania es
mucho más que eso. Alemania es la cuarta potencia mundial, tras Estados Unidos,
Japón y China, y, sobre todo, es la segunda economía exportadora del mundo. Es
decir, es una economía gigantesca, en consecuencia obligada a pensar
principalmente en sí misma, y que necesita permanentemente de los mercados
exteriores, lo que significa que ha de condicionar cualquier otra de sus
estrategias a disfrutar de una posición adecuada (es decir, de ventaja) en el
entorno en el que actúa. En los últimos diez años, prácticamente la mitad del
crecimiento de su economía ha dependido de sus exportaciones netas. Y creo que
es en esa naturaleza de la economía alemana donde hay que encontrar la razón de
la intransigencia con la que viene imponiendo sus intereses en la Unión Europea
y ahora frente a Grecia.
En
ese sentido, hay tres factores que en esos momentos están influyendo
decisivamente en la estrategia alemana.
En
primer lugar, que el comercio mundial se está resintiendo fuertemente y no solo
con carácter coyuntural. Según un estudio reciente de economistas del FMI y del
Banco Mundial (Slow trade), en 2012-2013 creció menos de la mitad que en
los 20 años anteriores y por debajo de lo que crece la economía mundial, lo que
no había ocurrido en las últimas cuatro décadas. Eso significa que las
economías exportadoras, como la alemana, van a tener en los años venideros
muchas dificultades para lograr los mismos ritmos de crecimiento que en etapas
anteriores.
En
segundo lugar, hay que tener en cuenta que las exportaciones alemanas están
cambiando de destino en los últimos años. En 1990, el 50% de ellas se destinaba
a los países que ahora forman la zona euro y en 2014 solo el 40%. Y el
crecimiento medio anual registrado en sus exportaciones a la Eurozona desde el
año 2000 (4,5%) es justamente la mitad del aumento de las destinadas a otras
zonas como Europa central (9%) o Asia (10%). Alemania, por tanto, está
empezando a tener otros socios comerciales preferentes.
En
tercer lugar, hay que considerar también que la propia situación interna de la
economía alemana está cambiando. Otro artículo publicado en diciembre pasado
por el departamento de investigación del Banco Nacional de París (BNP) Paribas
(Inflexible Allemagne) mostraba al respecto que, además de
problemas futuros por la caída en el comercio internacional, Alemania se
encuentra ante dos retos internos de gran envergadura. El primero, el
envejecimiento creciente de su población, que la ha convertido en el segundo
país del mundo (tras Japón) con más porcentaje de población mayor de 65 años,
el 21% (Por cierto, por haber dificultado mucho la compatibilidad entre la
maternidad y el desarrollo de la carrera profesional de las mujeres). Algo que
puede producir, entre otras cosas, una caída muy fuerte en su tasa de ahorro
interno en los próximos años. Además de eso, Alemania viene descuidando en los
últimos años la inversión interna (la privada ha caído 7 puntos en los últimos
20 años y la dedicada a infraestructuras públicas es un 30% menor que la media
de la OCDE), lo que hace que hoy día presente unas carencias muy importantes.
Según este estudio del BNP Paribas, la brecha acumulada de 1999 a 2012 entre la
tasa de inversión observada y la óptima supondría un 40% del PIB. Y a eso se
añade que al haber dedicado los excedentes obtenidos en las últimas décadas a
inversión exterior (en gran parte para financiar burbujas especulativas en
otros países) ha descuidado su renta interior, lo que también ha provocado que
la tasa de pobreza alcanzara un nuevo record en 2013: afectaba al 16,1%
del total de la población, al 69% de los desempleados, al 35,2% de los
monoparentales y al 5,7% de los niños y niñas.
Lo
que está ocurriendo, por tanto, es que el futuro para Alemania no será tan
halagüeño, que no le resultará tan fácil obtener excedentes exteriores, que su
focos de interés comercial van a dejar de estar en sus socios del euro (a los
que parece que ya ha exprimido del todo), y que va a tener que dedicar mucha
más atención que hasta ahora a sus problemas y demandas de inversión internas.
Alemania
no va a tomar la iniciativa para romper el actual status quo del euro porque
eso se vería como una agresión en toda regla al proyecto europeo. Pero sí va a
imponer con más rigidez que nunca condiciones frente a los terceros que ya no
considera socios de interés o de preferencia. Y no le importará, por tanto,
apretar la soga hasta que no les quede otro remedio que rendirse o
autoexcluirse del euro. Alemania ya mira sobre todo a un nuevo eje europeo de
referencia con Francia y Polonia. Es por eso que no esperan buenos tiempos
dentro del euro a países como Grecia, España, Portugal, Chipre o incluso
Italia. Lo sensato sería que todos ellos se empezaran a plantearse si se
conforman con ser invitados de piedra o simples comparsas de un euro diseñado
en favor de Alemania o si tienen en común algo más que ser despreciados por
esta gran potencia.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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