25. febrero 2015 by
Carlos Torres
Sólo hay una cosa peor que estar obligado a
marcharse: tener que volver sin nada. Asumido ese día, facturar en un
aeropuerto la decepción de haber fracasado también en el exilio es un
sobrecoste demasiado caro. Quizá por eso, la protagonista del cortometraje
aplaza su explicación para el aterrizaje, como si todavía guardara la esperanza
de que la extraviaran como a las maletas y poder vagar de
terminal en terminal por las oficinas de objetos perdidos. O es que acaso
los miembros de esa generación con una tasa de paro juvenil mayor al cincuenta
por ciento son para las políticas de austeridad otra cosa que
objetos a los que nadie reclama.
La sorpresa viene en el tren de cercanías, cuando
la chica que regresa con las manos vacías se encuentra a su padre con las manos
llenas de Kleenex que vende para evitar el desahucio familiar y uno
se pregunta cuánta rabia se amotina en en esos pañuelos. Es entonces
cuando, para evitar males mayores, ambos pactan ocultarle a la madre la
verdad. No es la primera vez que Joan Álvarez astilla con sus giros
de guión nuestra frágil estabilidad social. Si antes había puesto a un comando antiERE a
aterrorizar a empresarios, el autor catalán convierte esta vez el
regreso de una joven a España en una Odisea sin héroes donde todos los protagonistas
están vencidos de antemano y ya ni siquiera quedan lugares donde
refugiarnos.
Se hace difícil imaginar que a Celia
Villalobos se le colara este corto por su iPad en un descuido de su
partida al Candy Crush. De lo que estoy seguro es que de haberlo visto antes de
que Rajoy empezara con su tortura dialéctica, habría convenido con el
presidente que, a veces, cuando la crisis golpea, la mentira es la
última esperanza.
Fuente: www.publico.es
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