nuevatribuna.es |Ernesto
Ruiz Ureta | 26 Febrero 2015 - 12:15 h.
“Los cien milmillonarios más ricos añadieron 240 mil
millones de dólares a su riqueza en 2012, esto es, lo suficiente para acabar
con la pobreza en el mundo cuatro veces”
Una sociedad como la española que basa su organización en el
trabajo, o al menos de él intentan vivir la mayor parte de sus ciudadanos, debe
dar respuesta a una de las grandes contradicciones del actual capitalismo. Me
refiero por una parte a la escasez de puestos de trabajo y como consecuencia
del elevado paro y por otra parte al trabajo indecente, precario y mal
remunerado.
La aceleración de las mejoras aportadas por el mundo
tecnológico, la globalización de los mercados y la preponderancia del mundo
financiero debe alertarnos sobre las consecuencias que ya estamos viviendo. El
mundo se está convirtiendo en un foso en el que luchan dos clases bien
diferenciadas. Por una parte aquellos que se han hecho con la mayor parte del
pastel, los que han venido a llamar la plutocracia y, por otra parte, aquellos
que les ha tocado hacer el trabajo sucio si lo encuentran y que se ha
denominado el precariado, pero que está formado por todos aquellos que buscan
un puesto de trabajo, cada vez más escaso, o tienen que ir aprovechando los
escasos recursos que le va dando la vida para alimentarse y cobijarse. Si hay
suerte, pueden ir viviendo y poniendo buena cara a los problemas (porque hay
que aplicar la filosofía positiva que al cambio sale mejor), si no hay suerte,
pueden ir malviviendo de las escasas prestaciones que el Estado del Bienestar
(si se puede llamar así) está dispuesto a dar o de la solidaridad,
especialmente de la familia, aunque en algunos casos, sin trabajo y sin medios
de vida, tienen que buscar en los contenedores los desperdicios de este mundo
consumista y despilfarrador.
En la historia de la humanidad pocas sociedades han
conseguido evitar la existencia de pobres. Aquellas que lo han evitado han sido
pequeñas comunidades. Desde que el dinero es el amo, encontrar una comunidad
igualitaria en el que al menos todos sus integrantes tengan lo mínimo para
vivir decentemente se me antoja bastante difícil. Hoy hasta los africanos que
viajan en patera a este otro mundo que les parece de ensueño tienen que pasar
por una clasificación y discriminación en el lugar a ocupar en la misma, más o
menos seguro, que tiene que ver con el dinero que han pagado para el viaje.
Parece que estamos condenados a que siempre haya pobres y que las diferencias
de poder económico no dejen que nos olvidemos de las distintas clases o castas.
No obstante, “Siempre habrá pobres entre nosotros; pero ser pobre quiere decir
cosas bien distintas según entre quiénes de nosotros esos pobres se encuentren.
No es lo mismo ser pobre en una sociedad que empuja a cada adulto al trabajo
productivo, que serlo en una sociedad que -gracias a la enorme riqueza
acumulada en siglos de trabajo- puede producir lo necesario sin la
participación de una amplia y creciente porción de sus miembros. Una cosa es
ser pobre en una comunidad de productores con trabajo para todos; otra,
totalmente diferente, es serlo en una sociedad de consumidores cuyos proyectos
de vida se construyen sobre las opciones de consumo y no sobre el trabajo, la
capacidad profesional o el empleo disponible[1].”
En economía hay que hacer distinción entre la microeconomía
que es la parte que se encarga del comportamiento de cada agente económico de
forma individual, como pueden ser las familias, las empresas o los trabajadores
y la macroeconomía que se encarga de estudiar el funcionamiento económico en
general, así como las políticas económicas que se llevan a cabo a gran escala,
por ejemplo en un país, teniendo en cuenta agregados como la demanda interna,
la oferta, la masa monetaria, etc. Es decir, engloba a la sociedad en su
conjunto funcionando de una sola vez, no de forma independiente. Por esta
razón, no nos debemos dejar engañar cuando se nos dice que debemos aplicar las
mismas reglas para la economía casera que para la economía nacional. En la
economía casera si tú gastas por encima de tus recursos te tienes que endeudar
y quedas atado a las condiciones del crédito. En la economía nacional
encontramos un detalle importante: el gasto de uno es el ingreso de otro y si
el dinero fluye y se mueve a cierta velocidad la economía alcanza niveles
aceptables. El problema, a mi juicio, de esta economía tiene más que ver
con el reparto más o menos igualitario de la renta generada.
“La lógica microeconómica querría que [los] ahorros en
tiempo de trabajo se tradujeran en ahorros en salarios para las empresas que
han conseguido tales economías: al producir con costes más bajos, serán más
competitivas y capaces (en ciertas condiciones) de vender más. Pero desde
el punto de vista macroeconómico, una economía que, como utiliza cada vez menos
trabajo humano, distribuye cada vez menos salarios, cae inexorablemente por la
pendiente deslizante del desempleo y la pauperización. Para evitar ese
deslizamiento, la capacidad de compra de los hogares tendría que dejar de
depender del volumen de trabajo que consume la economía. Aun dedicando mucho
menos tiempo al trabajo, la población tendría que ganar lo suficiente para
comprar el creciente volumen de bienes producidos: la reducción del tiempo de
trabajo no debería traer consigo una reducción de la capacidad de compra[2]”.
Parece claro que “Las empresas capitalistas, obligadas por
la competencia, tienen que crecer o arruinarse en un incremento constante de la
productividad que se realiza o bien por un aumento del grado de explotación de
sus trabajadores o bien mediante la progresiva sustitución del trabajo humano
por tecnología...A su vez la sustitución del trabajo humano por máquinas
estrecha el único lugar del que proviene el plusvalor, y por tanto los
beneficios, que es la explotación del trabajo humano. Lo que sigue obligando a
intensificar la productividad en una carrera demencial...[3]” La innovación y
las mejoras tecnológicas no hacen más que profundizar en este sentido y “Como
consecuencia del aumento exponencial de la capacidad de los ordenadores,
categorías enteras de empleos tradicionales están en peligro de ser
automatizadas en un futuro no muy distante. La idea de que las nuevas
tecnologías crearán empleo a una velocidad que compense esas pérdidas es pura
fantasía”...“En el futuro, la automatización recaerá en gran medida sobre los
trabajadores del conocimiento y en particular sobre los trabajadores mejor
pagados[4]”. La conclusión nos tiene que llevar a pensar que permitir la
eliminación de empleos por millones sin tener ningún plan concreto que solvente
la situación de las personas que se quedan sin trabajo nos conduce a un
desastre seguro.
La realidad que nos muestra la actual crisis es todavía más
sombría y no hace más que empeorar las cosas en términos desigualdad y pobreza:
“Los cien milmillonarios más ricos añadieron 240 millardos[5] de dólares a su
riqueza en 2012, esto es, lo suficiente para acabar con la pobreza en el mundo
cuatro veces[6]”. No podemos, por ello, cerrar los ojos a lo que nos dice David
Harvey en su último libro: “Gran parte de la población mundial se está
convirtiendo en desechable e irrelevante desde el punto de vista del capital,
lo que aumentará la dependencia de la circulación de formas ficticias de
capital y construcciones fetichistas de valor centradas en la forma dinero y en
el sistema de crédito[7]”. Hay que insistir, por tanto, en la necesidad de
orientar hacia otro rumbo la convivencia. Hay una brecha abierta, por otra
parte cada vez más profunda, entre la productividad que crece a pasos
agigantados y la renta de los trabajadores que baja y seguirá bajando si no
modificamos la forma de organizarnos. Y, como ya se ha demostrado con la crisis
que todavía estamos viviendo, es una gran locura incentivar el consumo de los
que menos tienen, a base de créditos y deudas, para intentar absorber la, cada
día, mayor producción. Esto nos llevará, sin duda, a un mundo enajenado que
habrá perdido la dirección de su felicidad y pondrá en peligro su seguridad y
la del medio ambiente en el que habita. De momento ya nos hemos internado en
este camino y una gran parte de nuestros semejantes se encuentran con la cruda
realidad y cuando buscan trabajo, o no lo encuentran o sólo encuentran
pobreza.
[1] Bauman, Zygmunt (2000:11). Trabajo, consumismo y nuevos
pobres. Gedisa Editorial.
[2] Gorz, André. Crítica de la razón productivista. Antología, Madrid, Libros de la Catarata, 2008.
[3] Santiago Muiño, Emilio (2014). Colapso capitalista y reencantamiento civilizatorio. Salamandra núm. 21-22.
[4] Martin Ford, The Lights in the Tunnel: Automation, Accelerating Technology and the Economy of the Future, Estados Unidos, Acculant TM Publishing, 2009, p. 62.
[5] Mil millones.
[6] Oxfam Media Briefing, 18 de enero de 2013. El coste de la desigualdad: cómo la riqueza y los ingresos extremos nos dañan a todos.
[7] Harvey, David (2014:118). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo.
[2] Gorz, André. Crítica de la razón productivista. Antología, Madrid, Libros de la Catarata, 2008.
[3] Santiago Muiño, Emilio (2014). Colapso capitalista y reencantamiento civilizatorio. Salamandra núm. 21-22.
[4] Martin Ford, The Lights in the Tunnel: Automation, Accelerating Technology and the Economy of the Future, Estados Unidos, Acculant TM Publishing, 2009, p. 62.
[5] Mil millones.
[6] Oxfam Media Briefing, 18 de enero de 2013. El coste de la desigualdad: cómo la riqueza y los ingresos extremos nos dañan a todos.
[7] Harvey, David (2014:118). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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