Juan Carlos Escudier
24 de febrero de 2015
La secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio,
es rica de familia, y eso está muy bien. Ha estudiado en el extranjero, lo cual
es estupendo. Del apareamiento y reproducción de los primates sabe lo que no
está en los escritos, algo que nos llena de orgullo y satisfacción. De lo que
no acaba de ser consciente es de que no todos tenemos un papá rico, ni hemos
tenido becas en Cambrigde ni somos monos de estudio.
Gomendio ha proclamado este lunes que el sistema
universitario español es insostenible, y para demostrarlo lo comparó con el de
Estados Unidos, donde son las familias quienes sufragan el coste, el de los
países nórdicos, sostenido por impuestos muy elevados, y el de Alemania y
Holanda, que impone duras restricciones de entrada a la universidad. Alérgica
al norte de Europa, que al parecer es muy frío, la mano derecha e izquierda de
Wert insinuó sus preferencias: que no se deje entrar a cualquiera en las
universidades sino a quien pueda pagarlas.
Lo que en el fondo viene a sostener doña Montserrat es que
el problema no es de financiación sino de cantidad de alumnos, de manera que si
no diera entrada a esa chusma, que aun aprobando no alcanza la “excelencia” y
que en vez de abogados o arquitectos podrían dedicarse perfectamente a pintar
al gotelé, habría más recursos para las lumbreras. Para conseguirlo basta con
elevar las tasas, de manera que sólo tengan acceso a la Universidad los hijos
de ricos como ella y los pobres muy listos, a los que se becaría, o imponer una
criba de entrada, que sería más igualitaria si no fuera porque los hijos de los
ricos menos avispados siempre tendrían la posibilidad de matricularse en
universidades privadas o irse al extranjero. Como el asno de Buridano, entre
esos dos haces de heno se debate Gomendio, aunque está descartado que se muera
de hambre como le pasó al pobre burro.
En su defensa del nuevo sistema de grados, el famoso 3+2
rebautizado por Educación como 4-1, rozó la antología. Según Gomendio estudiar
tres años no implica una menor formación que estudiar cuatro, de lo que se
deduce que lo estudiantes o los profesores están ahora malgastando el tiempo de
manera miserable. La estrategia es demasiado burda. Primero se da libertad a
las universidades para que decidan si los grados duran tres o cuatro años hasta
que éstos últimos acaben desapareciendo porque, a efectos prácticos, esto es
laborales, la diferencia entre un graduado y otro será nula.
A partir de ahí, quien quiera complementar su educación
tendrá que hacer los master de dos años y pagarlos de su bolsillo. El resultado
final es que se reducirá la financiación pública, ser graduado no tendrá ningún
valor y los masters se reservarán nuevamente a los hijos de los ricos. El
clasismo de esta pareja –Wert y Gomendio- es enfermizo.
El modelo que se propone es tramposo desde su origen, porque
de todas las variables posibles para mejorar el sistema sólo hay una que se
descarta de antemano: incrementar los recursos. Puede que haya demasiadas
universidades pero es que en la historia reciente de este país el acceso a la
enseñanza superior estaba vedado a amplias capas de la población. Y si algo
consiguió ese régimen del 78 al que reza este Gobierno fue precisamente democratizar
la educación en todos sus niveles.
Se puede estar de acuerdo en reducir el número de centros y
compartir la crítica de que la enseñanza es muy uniforme. Pero para la
especialización vuelve a hacer falta dinero y sufragar los desplazamientos de
los alumnos que viven lejos y cuyas familias no pueden costear su estancia. Uno
puede olvidarse de que la universidad esté al lado de casa si se le asegura que
podrá estudiar lo que quiere sin recurrir a la mendicidad en las calles.
Dice Gomendio que la educación no es gratuita, y lleva
razón. Ni la sanidad tampoco. Ésta última sería más barata si liquidamos a los
enfermos antes de que se pongan a consumir medicamentos como locos, pero no
parece la solución final sea el remedio. Por idéntico motivo, no se puede defender
una eutanasia educativa en la que sólo los más dotados en dinero y talento
disfruten de las oportunidades que se niegan al resto. Esta forma de nazismo es
inaceptable hasta para los simios a los que tanto tiempo ha dedicado la
secretaria de Estado.
Fuente: www.publico.es
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