03 de junio de 2014 05:00
El hundimiento electoral del bipartidismo
en las elecciones del 25 de mayo y la abdicación del rey, apenas una semana
después, marcan el final de una época. La crisis económica, pero sobre todo su
gestión y sus terribles efectos en la vida de la inmensa mayoría de la
población, se han trasladado primero a una crisis política y ahora a una crisis
institucional de enormes dimensiones. La arquitectura sobre la que se construyó
la transición española está puesta en cuestión por una sociedad que está llena
de desasosiego pero que demanda, más que nunca, un mayor protagonismo en la
toma de las decisiones.
No seré yo el que ponga en duda los enormes logros que
para la mayoría social ha traído la democracia recuperada tras la muerte del
dictador. Pero esa etapa, que nacía con los límites impuestos por el equilibrio
de fuerzas existente en ese tránsito, ha terminado. La imposición de un rey
desde un régimen no democrático era una de sus principales sombras. Es cierto
que lo legitimó la Constitución de 1978 y que en sus 38 años de reinado ha
jugado un papel en general positivo en la consolidación de la democracia, en
especial ante el golpe del 23-F. Pero también lo es que muchos ciudadanos nunca
hemos olvidado el pecado original con el que nació.
Ahora estamos
en un tiempo nuevo, en un momento histórico diferente, sin los miedos del
pasado. Un tiempo en el que las viejas legitimidades están cuestionadas, en el
que los consensos básicos de la transición están rotos. En la España de hoy las
legitimidades no se heredan, se tienen que ganar. Y los ciudadanos, más que
nunca, quieren ser los que tengan la palabra. Por eso es un enorme error
aplicar el automatismo de la sucesión monárquica sin más, porque tendría la
legitimidad institucional pero no la política y la social.
Un referendo
vinculante sobre la forma del Estado es más que deseable. No solo porque lo
exija una parte no menor de la sociedad española. Lo es, sobre todo, porque la
monarquía española necesita pasar por una moción de confianza, de referendo
popular, de legitimación democrática en las urnas, de romper con ese pecado
original de su reinstauración por decisión de un dictador.
Estamos en
uno de esos momentos friccionales de la historia en los que se muere lo viejo y
tenemos que construir lo nuevo. Un nuevo contrato social para recuperar el
bienestar de la mayoría social, una regeneración de la vida democrática, una
reformulación territorial, una democratización en el funcionamiento de los
partidos políticos, una nueva arquitectura institucional?. Y, sin ninguna duda,
un paso de enorme trascendencia para esa necesaria refundación de la democracia
en España sería depositar en la ciudadanía el poder de decisión sobre qué forma
de estado prefiere.
Es tan
democrática la sociedad sueca, con su casa real, como los alemanes con su
presidente de la República, lo que no es democrático es negar la posibilidad de
elegir entre una u otra fórmula.
Fuente: www.lavozdegalicia.es
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