El Gobierno tiene en
su mano poder e instrumentos suficientes para hacer muchas cosas en su
provecho. Y la abdicación de Juan Carlos confirma que no se van a parar en nada
si consideran que eso les conviene
20/06/2014 - 21:23h
Queda por saber si alguno de
los ciudadanos que dejaron de votar a los dos grandes partidos en las
elecciones europeas o de los que lo hicieron a formaciones críticas con ambos
ha cambiado de actitud tras contemplar los fastos de la proclamación del nuevo
rey. Porque caben pocas dudas de que la sucesión, además de una necesidad
insoslayable, ha sido una gran operación propagandística. No sólo destinada a
paliar el descrédito de la monarquía, sino también a mejorar la imagen de un
Gobierno tocado y la de un partido, el PP, aquejado de muy malas perspectivas
electorales. Y si no se puede descartar que el público más dispuesto a tragarse
cualquier milonga se haya extasiado con los besitos que se prodigó la nueva
pareja real, también cabe sospechar que el espectáculo haya dejado fría a la
gran masa de los descontentos, que es la mayoría.
En definitiva, que estamos
donde estábamos hace dos semanas, cuando el otro rey anunció su abdicación. Y
por si alguien tenía dudas, este viernes el Gobierno ha anunciado su cacareada
rebaja del IRPF que, por encima de cualquier otra cosa, es una medida
electoralista que puede tener consecuencias muy negativas en distintos
capítulos. Porque vista desde el exterior, y no sólo desde la UE y el FMI, sino
también desde los mercados, resulta incomprensible que eso ocurra en un país
que tiene una deuda pública del 96% del PIB y que pronto será del 100%, que
sigue sin reducir el déficit del Estado a pesar de haber recortado brutalmente
el gasto y la inversión públicas y en el que la presión fiscal es un 25%
inferior a la media europea.
Por algo, el comisario europeo
Oli Rehn se ha lamentado de que el Gobierno español no haya consultado a fondo
a la UE. Aunque tal vez más significativo que eso hayan sido las palabras del
subgobernador del Banco de España, Fernando Restoy, que ha dicho que "no
se pueden perturbar los compromisos adquiridos" y que "está en juego
la credibilidad del país". Recordando que hace pocos días el gobernador de
esa institución, Luis María Linde, se había manifestado en contra de una rebaja
del IRPF y, en línea con la opinión de Bruselas y del FMI, había sugerido, en
cambio, que se subieran algunos tipos del IVA para aumentar una recaudación
fiscal que cae cada mes más, podríamos empezar a vislumbrar algo parecido a un
conflicto sin precedentes entre el gobierno y el Banco de España.
Pero a Rajoy y a Montoro no
debe importarle mucho ese riesgo, que seguramente no ha pasado inadvertido a
los analistas internacionales. Nuestro Gobierno va al día. Y hoy debe creer que
puede permitirse despreciar la opinión de la UE porque durante un tiempo,
mientras se produce el relevo en la Comisión Europea, Bruselas no dará la lata.
Y también que los nuevos recortes de gasto que tendrán lugar como consecuencia
de la disminución de ingresos que supone la rebaja del IRPF se pueden dejar
para más adelante, para cuando hayan pasado las elecciones de 2015. Ese es su
estilo. Por algo empezaron su mandato retrasando la publicación de su primer
presupuesto, el de 2012, hasta que se celebraron las autonómicas andaluzas de
ese año, que ni por esas ganaron.
Y ese juego descarado con los
intereses de los españoles no ha hecho más que empezar. A Rajoy y a los suyos
les entró el miedo cuando vieron que cerca de un 40% de sus votantes les habían
dado la espalda en las europeas y, sin expresar en público la mínima reflexión
sobre ese desastre, se han dispuesto a hacer lo que sea para que la onda
expansiva de ese golpe no llegue a las generales y tenga el mínimo impacto posible
en las autonómicas y municipales. La crisis en la que ha entrado el PSOE y el
PSC les ha venido de perlas en ese sentido, aunque algunos de ellos digan que
les preocupa la inestabilidad que de ello pueda derivarse.
Inane el Parlamento, paralizada
la oposición socialista, está claro que el Gobierno tiene en su mano poder e
instrumentos suficientes para hacer muchas cosas en su provecho. Y la
abdicación de Juan Carlos confirma que no se van a parar en nada si consideran
que eso les conviene. Porque caben pocas dudas de que Rajoy ha jugado un papel
protagonista en esa operación.
No sólo porque era tarea
inevitable del Gobierno impedir que el anterior rey siguiera en el cargo el
día, cada vez más próximo, en que el juez Castro imputara a su hija de complicidad
en gravísimos delitos de corrupción por el asunto Noos, en cuyo origen, según
distintos indicios publicados, algo tuvo que ver el propio Juan Carlos. Sino
también porque la sucesión ha sido diseñada, con bastante eficacia, por cierto,
para que la imagen del Gobierno saliera lo más beneficiada posible por la
operación.
El muy bien escrito y
articulado discurso de Felipe VI ante las Cortes es una clara expresión de
ello. Porque más allá de sus insuficiencias y de su fallo democrático de base
–el de dar por hecho que la monarquía es asumida sin discusión alguna por la
ciudadanía–, y por encima de sus benevolentes intenciones, del texto se
desprendía el mensaje de que las decisiones las toma el Gobierno. Lo cual, en
las circunstancias presentes, quiere decir simplemente que el que manda es
Rajoy.
Que eso lo reconozca el
personaje del momento, un rey que llega limpio de polvo y paja al trono –o
cuando menos eso es lo que pretenden sus exégetas, que si alguien se pusiera a
escarbar, algo no del todo impoluto podría encontrar– es muy bueno para el jefe
del PP. Y que tal evidencia se imponga en demérito de todos aquellos, algunos
sospechosamente próximos a La Moncloa, que en los días pasados se han llenado
la boca que Felipe traía la regeneración política bajo el brazo, es un precio
que el líder de la derecha puede muy bien pagar.
Está
claro que con unas y otras cosas Rajoy ha ganado tiempo. Tal vez sólo unas
semanas, lo cual es como decir que se ha colocado a la vuelta del verano. Pero
los lobos quedan para septiembre. Y una cosa más: la irracional represión de
las manifestaciones republicanas del jueves, que un Gobierno mínimamente
inteligente y no permanente atemorizado por lo que pueda decir su caverna se
podía haber ahorrado, son la expresión más nítida de los burdamente que hacen
las cosas los que no mandan. Y eso, aunque también dé miedo, puede sugerir que
pueden meter la pata en cualquier momento.
Fuente: www.eldiario.es
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