La política económica debe conseguir
reactivar con fuerza el crecimiento para estabilizar la deuda
Robert
Solow, premio Nobel de Economía, en una visita a Madrid me enseñó la mejor
definición de deflación que conozco: “Es una caída generalizada y prolongada
del nivel de precios en una economía” En octubre el indicador adelantado de
precios al consumo ha caído una décima. Por lo tanto, no podemos hablar de
deflación aún.
No obstante,
si analizamos más en detalle el índice y las dinámicas que explican esa caída
de precios la señal es muy preocupante. El pasado año el Gobierno subió el IVA
tres puntos porcentuales, pero la tasa anual de octubre ya incluye esa subida
en la comparación. Es cierto que, eliminando los combustibles, la inflación de
bienes y servicios aún no está en negativo. Pero usando solo los bienes y
servicios cuyos precios no son regulados por el Gobierno han registrado caídas
durante todo el año. Esto sí sería deflación y recuerda mucho a lo sucedido en
Japón en los últimos tres lustros.
La variable
que acaba determinando los precios de bienes y servicios domésticos son los
salarios y las previsiones anticipan que seguirán cayendo en 2014. Por tanto,
la deflación continuará. Los precios industriales mundiales están casi
estancados y el euro se ha apreciado con fuerza en los últimos meses. Por eso
también habrá deflación importada.
Sin embargo,
algunos precios hoteleros, sobre todo en Baleares, han subido este año. La
llegada de turistas ha llevado los niveles de ocupación a máximos y los
empresarios han podido subir precios sin reducir la demanda. Parece evidente
que la causa de la deflación es la depresión de la demanda interna, que ha
provocado los errores de política económica europeos desde 2010 y especialmente
los de 2012.
Con una
caída de precios se puede salir de la recesión. Pero con deflación es imposible
resolver una crisis de deuda. Además, la economía es muy vulnerable a entrar de
nuevo en recesión, como nos enseñó la crisis japonesa. El problema de una
crisis tan profunda y prolongada es que la economía descarrila de su senda de
crecimiento potencial. La brecha de producción en España supera los 10 puntos
de PIB.
Mientras esa
brecha no se cierre, las presiones deflacionistas continuarán. Por eso, como
nos ha enseñado EE UU desde 2009, la política económica debe conseguir
reactivar con fuerza el crecimiento para cerrar la brecha cuanto antes y
estabilizar la deuda. El FMI anticipa un escenario desolador ya que en el
próximo lustro nos cerraremos la brecha y en breve la Comisión sacará un
escenario similar.
El otro
problema es que la deflación hace aumentar la deuda y deteriora la capacidad de
pago. Además, los beneficios empresariales se estancan, las empresas no
invierten, no crean empleo y la tasa de paro elevada se institucionaliza. Con
deflación los bancos no ganan dinero y no pueden sanear sus pérdidas derivadas
de la morosidad y del sobreendeudamiento de buena parte de sus clientes.
Los salarios
son determinantes para fijar el precio de la vivienda, especialmente en un
entorno de intensa restricción de crédito. Las bancos son inmobiliarias y verán
cómo sus viviendas pierden valor y erosionan su capital, lo cual restringirá
aún más el crédito. Encima padecemos emigración, cae la población y el consumo.
Lo peor no es que nos encontremos en
un círculo vicioso. Lo peor es que nos sigan recomendando más bajadas de
salarios y nos digan que todos estos efectos son beneficiosos. La solución es
una inflación controlada, depreciación del tipo de cambio y reestructuración de
las deudas que no se podrán pagar. Pero, lamentablemente, la solución en España
y en Europa ni está ni se la espera.
Fuente: www.elpais.com
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