Artículos de
Opinión | Luis Britto García | 26-08-2013 |
1
¿Qué hacer
contra la corrupción? ¿Cambiar las leyes? ¿Cambiar la cultura? Ante todo,
hacer. De nada sirven leyes que no se aplican o valores que no se imponen.
Nuestro Código Penal tipifica una impresionante batería de delitos contra la
cosa pública ¿Qué tal si comenzamos por aplicarlo?
2
A grandes
males, grandes remedios. Si la corrupción desborda los mecanismos
institucionales, es imperativo fortalecerlos. Desde la mitad del siglo pasado,
todos los presidentes venezolanos han tenido Poderes Extraordinarios. De
acuerdo con el numeral 8 del artículo 236 de la Constitución, una Ley
Habilitante debería conferir al Presidente electo poderes para legislar por
decreto, entre otras materias, en la de la corrupción. Vergüenza para quien se
oponga.
3
Un mal que
abarca todos los poderes del Estado debe ser combatido por todos ellos. El
Poder Legislativo debería dictar una drástica Ley Anticorrupción. Asimismo,
debería ampliar facultades y competencias contra la corrupción mediante
reformas puntuales en la Ley Orgánica de la Hacienda PúblicaNacional, la Ley
Orgánica de la Contraloría General de la República, la Ley de la Administración
Pública, la Ley Orgánica de la Administración Pública Descentralizada, la Ley
Orgánica de la Fiscalía General de la República, la Ley Orgánica de la
Procuraduría General de la República y el Código Penal, entre otras.
4
Siembra
trámites, cosecharás corrupción. La ocasión hace al ladrón, y el trámite al
gestor. No basta con una cosecha de leyes nuevas: se requiere una poda de
requisitos y procedimientos inútiles. Ley de Simplificación de Trámites
Administrativos en mano, el Poder Ejecutivo debe emprender el estudio del
conjunto de trámites exigidos para que cada ciudadano pueda gozar de sus
derechos, con vistas a su agilización, eliminación de los innecesarios o
redundantes. Se debe lograr la informatización real y funcional de la
administración. Nada de informática reposera, de páginas web que nunca abren o
se van a dormir la siesta. Mucho menos informática peatonal, que obliga al
infeliz ciudadano a empezar el trámite en computadora para concluir llevando
una planilla a pie. No estaría de más que una oficina siguiera el irresistible
crecimiento de algunas fortunas vernáculas, y llevara un estudio actualizado
del movimiento de capitales desde los países vecinos y su posible legitimación
en nuestro país.
5
El Poder
Judicial debe sentenciar implacablemente, aplicar los poderes de la judicatura
para vigilar el correcto funcionamiento de jueces y tribunales, y sugerir al
Legislativo las reformas legales necesarias, sobre todo en las medidas
cautelares, recurso favorito del corrupto y del delincuente financiero para
obtener un juicio en libertad que se traduce en fuga permisada.
6
La
corrupción en Venezuela tiene raíces históricas. Quizá un modo de producción no
sea más que un modo de corrupción estabilizado. La Conquista fue una colosal
operación de saqueo, que apropió por la fuerza los bienes y el trabajo comunes
para beneficio de una minoría ínfima. En la sociedad colonial de castas los
cargos se vendían, y su estratificación discriminatoria se prolongó durante la
República, dejando como principal recurso de ascenso social la riqueza rápida.
La República Oligárquica y otros sistemas mantuvieron esa desigual distribución
de la riqueza proveniente del latrocinio. Con la irrupción de la economía
petrolera y minera, los bienes e ingresos públicos superan a la economía
privada, y surge una hornada de nuevos ricos y nuevos corruptos del tráfico de
concesiones y del ordeño del Estado. No se han creado sistemas institucionales
jurídicos y contables eficaces para obligar a un manejo pulcro de la cosa
pública, e incluso cuando los hay no se aplican, por lo cual algún político
señaló que en Venezuela no había motivos para no robar. En fin, así como no hay
una sanción jurídica, tampoco la hay social. La única sanción es la colectiva,
que termina desplomando el cadáver insepulto en el basurero de la Historia,
donde se derrumbó la Cuarta República y esperemos que no concluya la esperanza.
7
Terminamos
así por donde debimos empezar. El poder más importante es el social. La
corrupción declinará cuando sea execrada y no celebrada. Las organizaciones
populares deben aplicar la contraloría social, la vigilancia del cumplimiento
de sus tareas por la administración y la denuncia de las fallas de ésta. El
sistema educativo debe consolidar los valores de la solidaridad, la cooperación
y el desinterés en lugar del saqueo. Los medios deben combatir la cultura del
latrocinio y de la riqueza a toda costa. De nada valen todas las prédicas
educativas ante una narconovela o una manifestación para glorificar corruptos
atrapados in fraganti. La corrupción empieza en el espíritu. Un escalofrío nos
sacude cada vez que vemos transar principios, mercadear valores o a
revolucionarios venderle el alma a oportunistas.
Fuente: www.tercerainformación.es
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