26 agosto 2013
Juan
Tortosa
Yo quiero tener quien
me defienda. Tengo claro que solo, frente a la vocación depredadora del patrón,
no soy nada. Por eso quiero que existan los sindicatos. Por eso me parece
básico que su existencia sea, como lo es, un derecho constitucional.
Ahora que atraviesan
horas bajas creo que es el momento de gritar a los cuatro vientos que los
sindicatos son imprescindibles y que no podemos dejar que nos los quiten por
mucho corrupto que se demuestre que hay o ha habido en sus filas. La campaña
que desde hace ya varios años llevan a cabo buena parte de los medios de
derechas contra los sindicatos no tiene por objeto, contra lo que parece,
denunciar corruptelas puntuales ni personas concretas sino poner en cuestión la
esencia misma de la organización a la que pertenecen los denunciados.
Como en tantas otras
instituciones, en las filas sindicales también hay corruptos a los que la
justicia, previa denuncia y presentación de pruebas, acabará poniendo en su
sitio. Con absoluciones o condenas a personas que forman parte de una
organización, pero no a la organización misma. Sin embargo, la machacona
propaganda de la derecha más rancia ha conseguido que cale en la sociedad una
propensión hacia el desprestigio no de unas personas, sino de unas
instituciones imprescindibles para impedir que los defensores del liberalismo
más salvaje acaben campando a sus anchas sin ninguna fuerza social que ataje su
avaricia depredadora.
Es verdad que los
sindicatos, tal como los conocemos hoy, han quedado anticuados, que se mueven
entre teorías y mecanismos de acción que han perdido mucha eficacia. Es ya
imprescindible que espabilen cuanto antes y se dejen de tentaciones sectarias y
corporativistas. Pero también es verdad que a los sindicatos les debemos mucho
en este país y es el momento de no olvidarlo. Es el momento de no olvidar el
sacrificio personal y vital de personas como Marcelino Camacho (CCOO),
encarcelado durante años por luchar por nuestros derechos. Es el momento de
poner en valor los muchos méritos de Nicolás Redondo (UGT), entre los
que figura no haber dudado en enfrentarse a su propio partido cuando le pareció
que éste escoraba hacia la derecha de una manera a su juicio inaceptable.
Gracias a Camacho,
Redondo y a quienes les acompañaban en la lucha hace cuarenta años se
consiguieron mejoras sustanciales en la calidad de vida de millones de
trabajadores. Se pelearon, y se ganaron, derechos sociales y laborales que
ahora nos quieren arrebatar sin piedad, a poco que nos despistemos y perdamos
la memoria o la perspectiva.
Como dijo no hace
mucho Iñaki Gabilondo: “Qué bien asfaltado les estamos
dejando el camino a quienes realmente nos explotan cada día. ¡Acabemos con los
sindicatos! Sí. Dejemos que la patronal y los bancos regulen los horarios, las
pensiones, los sueldos, las condiciones laborales y los costes del despido.
Verán cómo nos va a ir con la reforma del mercado laboral, cuando los
sindicatos dejen de existir y no puedan convocarse huelgas ni manifestaciones”.
A los
jóvenes que abominan de los sindicatos dado el pésimo momento por el que
atraviesa su prestigio, yo les digo: ¿Por qué no os planteáis remozar, remover
y modernizar las organizaciones sindicales de clase desde dentro? Cambiadlo
todo si así lo creéis oportuno, pero los sindicatos están ahí para aprovechar
su existencia lo mejor posible. Con sus consolidadas infraestructuras, son un
instrumento de resistencia y de lucha indispensable. No olvidemos nunca eso.
Porque se trata de un dique de contención imprescindible para que los
desaprensivos que mueven los hilos de nuestra desesperanza no acaben, como
sueñan, machacándonos sin piedad. Por mucho corrupto que se acabara demostrando
que hay en los sindicatos, yo quiero tener quien me defienda.
Fuente:
www.publico.es
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