Cuando estamos a punto de
cumplir el 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín, sigue observándose
una clara división entre la cultura política de oriente y occidente.
nuevatribuna.es
| Por Jaime Aznar | Historiador
y Analista | 01 Agosto 2014 - 12:58 h.
Plamen Oresharski
Por Jaime Aznar | Cuando
estamos a punto de cumplir el 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín,
sigue observándose una clara división entre la cultura política de oriente y
occidente. La caída de la colación que gobernaba Bulgaria desde hace 14 meses
(a consecuencia del fracaso electoral del Partido Socialista Búlgaro el pasado 25 de mayo), ha dejado ver las evidentes
lagunas del sistema. Gran parte de la impopularidad cosechada por el ejecutivo
de Plamen Oresharski se debe a su conexión con intereses oligárquicos. La corrupción
también ha sido su seña de identidad, tal y como evidenció la trama de venta de
pasaportes destapada por el cotidiano británico “The Telegraph”. Sin
embargo esta no es la primera vez que la opinión pública se vuelve contra sus
dirigentes, pues a principios de 2013 el gobierno Boiko Borisov se vio forzado
a dimitir a causa del prohibitivo encarecimiento de la energía.
En esta sucesión de
acontecimientos se aprecia cierta similitud con la crisis ucraniana, al menos
en su origen. Antes de que el nacionalismo lograra sepultar la protesta social,
las calles de Kiev eran un clamor contra oligarcas y malversadores. Igual ha
venido ocurriendo en Sofía desde el verano de 2013, a raíz de las
desafortunadas decisiones del nuevo gobierno. Pero los parecidos razonables no
terminan aquí. Las relaciones con Rusia a cuenta del gas también han creado
cierta polémica. Si a principios de la década el ya mencionado Borisov firmó un
acuerdo con Vladimir Putin para permitir el tránsito del gaseoducto South
Stream por suelo búlgaro, su sucesor declaró recientemente: “He ordenado
suspender las actividades del inicio de la construcción de la tubería mientras
transcurran las consultas con la Comisión Europea”. A pesar del visto bueno de
Italia, Austria y Serbia, la negativa búlgara supone un serio revés para la
viabilidad del proyecto. Ni que decir tiene que la diplomacia rusa ha lamentado
dicho incumplimiento, pero la batalla por el control del centro y este de
Europa no parece hacer muchas concesiones.
Por otro lado, y hablando
en clave económica, Bulgaria viene siendo motivo de preocupación desde hace
algún tiempo. En 2010 y a pesar de haber recibido cuantiosos préstamos del FMI
y BCE, las autoridades europeas comenzaron a sospechar que el gobierno
falseaba sus cuentas. En 2012 y 2013 el país tenía la mayor tasa de pobreza de
la UE, no muy lejos de la española por cierto. Recientemente una supuesta
conspiración para tumbar la economía nacional, hizo cundir el pánico entre los
ahorradores quienes comenzaron a sacar dinero de sus respectivos bancos,... Si
a ello sumamos la sucesión de dos gobiernos dimisionarios en apenas un año,
nuestras dudas se disparan. No es sin embargo la única nación del entorno con
serios problemas institucionales, Rumanía y Hungría son ejemplos igualmente
comparables. En conclusión puede afirmarse que la estabilidad a orillas del
Danubio es excesivamente vulnerable. Tumultos, escándalos y elecciones
anticipadas forman parte de un paisaje que en cualquier otro contexto
resultaría inaceptable, por eso es necesario que la región de los Balcanes
entre más pronto que tarde en la senda de la modernidad. Otros países del
antiguo Telón de Acero han conseguido un nivel de progreso satisfactorio, como
Chequia o Polonia, por lo que no se trata de un objetivo inalcanzable.
La democracia europea no
puede tener varias velocidades.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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