Las bases republicanas son conscientes de
que su condición de blancos es cada vez más minoritaria
Últimamente,
John Kasich, gobernador republicano de Ohio, ha hecho algunas cosas
sorprendentes. En primer lugar, sorteó a la asamblea legislativa de su Estado
—controlada por su propio partido— para llevar adelante el programa Medicaid,
financiado con fondos federales y una pieza importante de la reforma sanitaria
de Obama. Luego, en defensa de su actuación, disparó contra sus aliados
diciendo: “Me preocupa el hecho de que, en apariencia, se está librando una
guerra contra los pobres. O sea, que si eres pobre es que, de alguna manera,
eres un incompetente y un vago”.
Evidentemente,
Kasich no es el primero en hacer esta observación. Pero el hecho de que venga
de un republicano bien considerado (aunque, a lo mejor, ya no tanto),
precisamente de alguien que tenía fama de ser un agitador de ideas
conservadoras, es revelador. La hostilidad republicana hacia los pobres y los
desfavorecidos se ha exacerbado hasta tal punto que en realidad el partido ya
no defiende otra cosa, y solo un observador obstinado en su ceguera puede ser
incapaz de verlo.
La gran
pregunta es: “¿Por qué?”. Pero antes vamos a hablar un poco de qué está
corroyendo a la derecha.
A veces aún veo
a algunos expertos declarar que lo que mueve al Tea Party es básicamente la
preocupación por los déficits presupuestarios. Fantasías. Lean el chorrero de
Rick Santelli, de la CNBC: no hay ni una sola mención a los déficits. En
cambio, sí una andanada contra la posibilidad de que el Gobierno ayude a los
“perdedores” a evitar la ejecución de sus hipotecas. O lean las transcripciones
de Rush Limbaugh o de otros invitados radiofónicos de la derecha. No contienen
mucho acerca de la responsabilidad fiscal, pero sí acerca de cómo el Gobierno
recompensa a los vagos que no lo merecen.
La hostilidad
republicana hacia los pobres y los desfavorecidos se ha exacerbado
Los líderes
republicanos intentan moderar un tanto su lenguaje, pero es cuestión más bien
de tono que de contenido. No cabe duda de que les sigue enardeciendo la idea de
asegurarse de que los pobres y los desafortunados reciben la menor ayuda
posible, y de que —tal como lo expresó el diputado Paul Ryan, presidente de la
Comisión Presupuestaria de la Cámara de Representantes— el colchón de
protección social se está convirtiendo en “una hamaca en la que se acuna a
gente físicamente sana para que vivan de la dependencia y la complacencia”. Sus
propuestas presupuestarias incluyen recortes salvajes de los programas de
protección social como los cupones para alientos o el programa Medicaid.
Toda esta
hostilidad contra los pobres ha culminado con la negativa verdaderamente
increíble de muchos Estados a participar en la ampliación de Medicaid.
Recuerden que el Gobierno federal pagaría esta ampliación, y que el dinero que
se gastase iría en beneficio de los hospitales y de la economía local tanto
como de los receptores directos. Pero resulta que la mayoría de los Gobiernos
de los Estados bajo control republicano están dispuestos a pagar un alto precio
económico y fiscal para asegurarse de que la ayuda no llega a los pobres.
La cuestión
es que las cosas no siempre han sido así. Retrocedamos por un momento a 1936,
cuando Alf Landon fue nombrado candidato a presidente por los republicanos. En
muchos sentidos, su discurso de investidura anticipaba temas que los
conservadores hacen suyos hoy día. Se lamentaba de que la recuperación
económica era incompleta y de la persistencia del desempleo elevado, y atribuía
la debilidad crónica de la economía a una excesiva intervención del Estado y a
la incertidumbre que, según él, esta provocaba.
Pero también
dijo: “De la Depresión se desprende no solo la dificultad de la recuperación,
sino también el problema igualmente grave de la protección de los desempleados
hasta que se alcance la recuperación. Darles asistencia en todo momento es
simplemente un deber. Nosotros, los miembros de mi partido, nos comprometemos a
no descuidar nunca esta obligación”.
"Si el mercado
siempre tiene razón, entonces la gente que acaba en la pobreza es porque merece
ser pobre"
¿Pueden
imaginarse a un candidato republicano decir algo así hoy día? Desde luego, no
en un partido comprometido con la idea de que los desempleados lo tienen muy
fácil; de que el seguro de desempleo y los vales de comida los tiene tan
consentidos que no encuentran ninguna motivación para salir y buscar trabajo.
Entonces,
¿cuál es el quid de la cuestión? En un reciente ensayo, el sociólogo Daniel
Little insinuaba que una de las razones es la ideología del mercado: si el
mercado siempre tiene razón, entonces la gente que acaba en la pobreza es
porque merece ser pobre. Y yo añadiría que algunos dirigentes republicanos
representan en sus mentes fantasías libertarias adolescentes. “Es como si en
este momento estuviésemos viviendo en una novela de Ayn Rand”, decía Paul Ryan
en 2009. Pero, como afirma Little, también está el estigma que nunca se borra:
la raza.
En un
informe reciente citado en múltiples ocasiones, Democracy Corps, una organización
de tendencias demócratas dedicada a los estudios de opinión, exponía las
conclusiones de los grupos de debate con miembros de diferentes facciones
republicanas. Descubrieron que las bases republicanas son “muy conscientes de
su condición de blancos en un país en el que esto es cada vez más minoritario”,
y que consideraban que el sistema de protección social ayuda a los otros, no a
la gente como ellos, y vincula a la población no blanca al Partido Demócrata.
Y, efectivamente, la ampliación del programa Medicare que muchos Estados están
rechazando habría favorecido de forma desproporcionada a los negros pobres.
Así que es
verdad que se está librando una guerra contra los pobres, coincidiendo con —y
ahondando en— el padecimiento que ocasiona una economía con problemas. Y esa
guerra es ahora el asunto central y definitorio de la política en Estados
Unidos.
Paul Krugman es profesor de Economía de
Princeton y premio Nobel de 2008.
© New York
Times Service 2013.
Traducción de News Clips.
Fuente: www.elpais.com
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