Artículos de
Opinión | EDUARDO FEBBRO* | 01-03-2013 |
Un informe
elaborado por tres cardenales lo terminó de convencer de que era imposible
limpiar el Vaticano, donde hasta la Cosa Nostra guarda sus fondos. La
abdicación como manera de sacudir el tablero en la Iglesia.
Los expertos
vaticanistas alegan que el papa Benedicto XVI decidió renunciar en marzo del
año pasado, después de regresar de su viaje a México y a Cuba. En ese entonces,
el Papa que encarna lo que el especialista y universitario francés Philippe
Portier llama “una continuidad pesada” con su predecesor, Juan Pablo II,
descubrió la primera parte de un informe elaborado por los cardenales Julián
Herranz, Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi. Allí estaban resumidos los abismos
nada espirituales en los que había caído la Iglesia: corrupción, finanzas
oscuras, guerras fratricidas por el poder, robo masivo de documentos secretos,
pugna entre facciones y lavado de dinero. El resumen final era la “resistencia
en la curia al cambio y muchos obstáculos a las acciones pedidas por el Papa
para promover la transparencia”.
El Vaticano
era un nido de hienas enardecidas, un pugilato sin límites ni moral alguna
donde la curia hambrienta de poder fomentaba delaciones, traiciones,
zancadillas, lavado de dinero, operaciones de Inteligencia para mantener sus
prerrogativas y privilegios al frente de las instituciones religiosas y
financieras. Muy lejos del cielo y muy cerca de los pecados terrestres. Bajo el
mandato de Benedicto XVI, el Vaticano fue uno de los Estados más oscuros del planeta.
Josef Ratzinger tuvo el mérito de destapar el inmenso agujero negro de los
curas pedófilos, pero no el de modernizar la Iglesia y dar vuelta la página del
legado de asuntos turbios que dejó su predecesor, Juan Pablo II.
Ese primer
informe de los tres cardenales desembocó, en agosto del año pasado, en el
nombramiento del suizo René Brülhart, un especialista en lavado de dinero que
dirigió durante ocho años la Financial Intelligence Unit (FIU) du
Liechtenstein, o sea, la agencia nacional encargada de analizar las operaciones
financieras sospechosas. Brülhart tenía como misión poner al Banco del Vaticano
en sintonía con las normas europeas dictadas por el GAFI, el grupo de acción
financiera. Desde luego, no pudo hacerlo. El pasado turbio le cerró el paso.
Benedicto
XVI fue, como lo señala Philippe Portier, un continuador de la obra de Juan
Pablo II: “Desde 1981 siguió el reino de su predecesor acompañando varios
textos importantes que él mismo redactó a veces, como la Condena de las
teologías de la liberación de los años 1984-1986, el Evangelium Vitae de 1995,
a propósito de la doctrina de la Iglesia sobre temas de la vida, o Splendor
Veritas, un texto fundamental redactado a cuatro manos con Wojtyla”. Estos dos
textos citados por el experto francés son un compendio práctico de la visión
reaccionaria de la Iglesia sobre las cuestiones políticas, sociales y
científicas del mundo moderno.
La segunda
parte del informe de los tres cardenales le fue presentada al Papa en
diciembre. Desde entonces, la renuncia se planteó de forma irrevocable. En
pleno marasmo y con un montón de pasillos que conducían al infierno, la curia
romana actuó como lo haría cualquier Estado. Buscó imponer una verdad oficial
con métodos modernos. Para ello contrató al periodista norteamericano Greg
Burke, miembro del Opus Dei y ex miembro de la agencia Reuters, la revista Time
y la cadena Fox. Burke tenía por misión mejorar la deteriorada imagen de la
Iglesia. “Mi idea es aportar claridad”, dijo Burke al asumir el puesto.
Demasiado tarde. Nada hay de claro en la cima de la Iglesia Católica.
La
divulgación de los documentos secretos del Vaticano orquestada por el mayordomo
del papa, Paolo Gabriele, y muchas otras manos invisibles fue una operación
sabiamente montada cuyos resortes siguen siendo misteriosos: operación contra
el poderoso secretario de Estado, Tarcisio Bertone, conspiración para empujar a
Benedicto XVI a la renuncia y poner a un italiano en su lugar, o intento de
frenar la purga interna en curso y la avalancha de secretos, los vatileaks
sumergieron la tarea limpiadora de Burke. Un infierno de paredes pintadas con
ángeles no es fácil de rediseñar.
Benedicto
XVI se hizo aplastar por las contradicciones que él mismo suscitó. Estas son
tales que, una vez que hizo pública su renuncia, los tradicionalistas de la
Fraternidad de San Pío X fundada por monseñor Lefebvre saludaron la figura del
Papa. No es para menos: una de las primeras misiones que emprendió Ratzinger
consistió en suprimir las sanciones canónicas adoptadas contra los partidarios
fascistoides y ultrarreaccionarios de monseñor Lefebvre y, por consiguiente,
legitimizar en el seno de la Iglesia esa corriente retrógrada que, de Pinochet
a Videla, supo apoyar a casi todas las dictaduras de ultraderecha del mundo.
Philippe
Portier señala al respecto que el Papa “se dejó sobrepasar por la opacidad que
se instaló bajo su reino”. Y la primera de ellas no es doctrinal, sino
financiera. El Vaticano es un tenebroso gestor de dinero y muchas de las
querellas que se destaparon en el último año tienen que ver con las finanzas,
las cuentas maquilladas y las operaciones ilícitas. Esta es la herencia
financiera que dejó Juan Pablo II y que para muchos especialistas explica la
crisis actual. El Instituto para las Obras de Religión, es decir el banco del
Vaticano, fundado en 1942 por Pío XII, funciona con una oscuridad tormentosa.
En enero, a pedido del organismo europeo de lucha contra el blanqueo de dinero,
Moneyval, el Banco de Italia bloqueó el uso de las cartas de crédito dentro del
Vaticano debido a la falta de transparencia y a las fallas manifiestas en el
control de lavado de dinero. En 2011, los cinco millones de turistas que
visitaron la Santa Sede dejaron 93,5 millones de euros en las cajas del
Vaticano, ahora deberán pagar al contado. El IOR gestiona más de 33.000 cuentas
por las que circulan más de seis mil millones de euros. Su opacidad es tal que
no figura en la “lista blanca” de los Estados que participan en el combate
contra las transacciones ilícitas.
En
septiembre de 2009, Ratzinger nombró al banquero Ettore Gotti Tedeschi al
frente del Banco del Vaticano. Cercano al Opus Dei, representante del Banco de
Santander en Italia desde 1992, Gotti Tedeschi participó en la preparación de
la encíclica social y económica Caritas in veritate, publicada por el Papa en
julio. La encíclica exige más justicia social y plantea reglas más
transparentes para el sistema financiero mundial. Tedeschi tuvo como objetivo
ordenar las turbias aguas de las finanzas vaticanas. Las cuentas de la Santa
Sede son un laberinto de corrupción y lavado de dinero cuyos orígenes más
conocidos se remontan a finales de los años ’80, cuando la Justicia italiana
emitió una orden de detención contra el arzobispo norteamericano Paul
Marcinkus, el llamado “banquero de Dios”, presidente del Instituto para las
Obras de la Religión y máximo responsable de las inversiones vaticanas de la
época.
Marcinkus
era un adepto a los paraísos fiscales y muy amigo de las mafias. Juan Pablo II usó
el argumento de la soberanía territorial para evitar la detención y salvarlo de
la cárcel. No extraña, le debía mucho, ya que en los años ’70 y ’80 Marcinkus
había utilizado el Banco del Vaticano para financiar secretamente al hijo
predilecto de Juan Pablo II, el sindicato polaco Solidaridad, algo que Wojtyla
no olvidó jamás. Marcinkus terminó sus días jugando al golf en Arizona y en el
medio quedó un gigantesco agujero negro de pérdidas (3,5 mil millones de
dólares), inversiones mafiosas y también varios cadáveres.
El 18 de
junio de 1982 apareció un cadáver ahorcado en el puente londinense de
Blackfriars. El cuerpo pertenecía a Roberto Calvi, presidente del Banco
Ambrosiano y principal socio del IOR. Su aparente suicidio corrió el telón de
una inmensa trama de corrupción que incluía, además del Banco Ambrosiano, la
logia masónica Propaganda 2 (más conocida como P-2), dirigida por Licio Gelli,
y el mismo Banco del Vaticano dirigido por Marcinkus. Gelli se refugió un
tiempo en la Argentina, donde ya había operado en los tiempos del general
Lanusse mediante un operativo llamado “Gianoglio” para facilitar el retorno de
Perón.
A Gotti
Tedeschi se le encomendó una misión casi imposible y sólo permaneció tres años
al frente del Instituto para las Obras de Religión. Fue despedido de forma
fulminante en 2012 por supuestas “irregularidades en su gestión”. Entre otras
irregularidades, la fiscalía de Roma descubrió un giro sospechoso de 30
millones de dólares entre el Banco del Vaticano y el Credito Artigiano. La transferencia
se hizo desde una cuenta abierta en el Credito Artigiano pero bloqueada por la
Justicia a causa de su falta de transferencia. Tedeschi salió del banco pocas
horas después de que se detuviera al mayordomo del Papa y justo cuando el
Vaticano estaba siendo investigado por supuesta violación de las normas contra
el blanqueo de capitales. En realidad, su expulsión constituye otro episodio de
la guerra entre facciones. En cuanto se hizo cargo del puesto, Tedeschi empezó
a elaborar un informe secreto donde consignó lo que fue descubriendo: cuentas
cifradas donde se escondía dinero sucio de “políticos, intermediarios,
constructores y altos funcionarios del Estado”. Hasta Matteo Messina Denaro, el
nuevo jefe de la Cosa Nostra, tenía su dinero en el IOR. Allí empezó el
infortunio de Tedeschi. Quienes conocen bien el Vaticano alegan que el banquero
amigo del Papa fue víctima de un complot armado por consejeros del banco con el
respaldo del secretario de Estado, monseñor Bertone, un enemigo personal de
Tedeschi y responsable de la comisión cardenalicia que vigila el funcionamiento
del banco. Su destitución vino acompañada por la difusión de un “documento” que
lo vinculaba con la fuga de documentos robados al Papa.
Más que las
querellas teológicas, es el dinero y las sucias cuentas del Banco del Vaticano
lo que parecen componer la trama de la inédita renuncia del Papa. Un nido de
cuervos pedófilos, complotistas reaccionarios y ladrones, sedientos de poder,
impunes y capaces de todo con tal de defender su facción, la jerarquía católica
ha dejado una imagen terrible de su proceso de descomposición moral. Nada muy
distinto al mundo en el que vivimos: corrupción, capitalismo suicida,
protección de los privilegiados, circuitos de poder que se autoalimentan y
protegen, el Vaticano no es más que un reflejo puntual de la propia decadencia
del sistema.
efebbro@pagina12.com.ar
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