16 de Marzo 2013
Javier Parra
El otro día
se produjo la siguiente conversación entre dos niños de Paterna que apenas
sobrepasarían los 12 años: “Pues yo estoy de acuerdo con que la educación sea
privada, porque si no los que no tienen dinero también podrán estudiar y nos
podrán quitar el trabajo”. Pocas veces me he sorprendido más de la profundidad
del análisis que un niño tan joven puede hacer desde un punto de vista de
clase, de la clase dominante por supuesto.
La historia
del mundo es la historia de la lucha de clases, y esta lucha no deja al margen
a los niños por el hecho de ser niños. Desconozco si esos niños pertenecían a
una familia adinerada o simplemente a una familia de clase trabajadora de las
pocas que aún no se han visto afectadas por el paro, los recortes y la
precariedad. Sea como sea, esa frase es el resultado de una batalla dialéctica,
de una batalla ideológica en la que el dominador ha hecho su entrada triunfante
en la casa y en la mente de esos niños.
La realidad
es que hoy crecen y se educan (o se deseducan) los jóvenes que mañana decidirán
el rumbo que debe tomar este país y ese futuro dependerá muy mucho de las
herramientas y los espacios que pongamos a su disposición, de la confianza que
depositemos en ellos, de los mensajes que reciban, de nuestro ejemplo, y de cómo
con todo ello actúen en el entorno que les ha tocado vivir.
En más de
una ocasión he manifestado mi esperanza en las nuevas generaciones de jóvenes,
no sólo en los estudiantes universitarios que están plantando batalla y
empezando a crecer políticamente de manera muy rápida, sino en los que aún
están en el instituto, en los que apenas acaban de salir del colegio. Esos a
los que el año pasado apaleaban en Valencia por pedir calefacción, esos que se
están generando en un entorno de presión máxima como los diamantes. Esa es la
generación decisiva, la de los jóvenes que mañana decidirán si entran o no en
el ejército, de si entran o no en la policía. La de los jóvenes que tienen
claro que “la clase
obrera tiene que organizarse, demostrar que aquí el que realmente tiene el
poder es el pueblo, porque la producción de una fábrica no sería posible sin
los hombres y mujeres que están produciendo a la vez que les arrebatan sus
derechos y su salario, y que a veces tienen que trabajar gratis mientras que el
dueño de la fábrica les hace sentir que han de estarle agradecidos porque les
está dando trabajo, pero un trabajo precario que hace que los trabajadores no
puedan dar de comer a sus hijos y pagar la hipoteca al mismo tiempo”. La de los jóvenes que tienen claro
que “para no ser esclavos de sistema tenemos que aprovechar la situación
terminal que vive el capitalismo y no dar paso al fascismo. Tenemos que
conseguir que la frase Socialismo o Barbarie sea un clamor popular, hacer
ver que la única opción posible es construir el socialismo, y eso se hace desde
abajo”.
Hay
esperanza. Yo la tengo entre otras cosas porque lo entrecomillado de este
artículo lo ha escrito otro chaval, esta vez de 16 años, para un trabajo de
clase en el Instituto que debía leer ante sus compañeros, también en
Paterna. Así sí.
Fuente: http://javierparra.eu/
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