Para
Jordi Mir, que nos enseñó de todo ello tiempo atrás.
Artículos de
Opinión | Salvador López Arnal (*) | 29-03-2013 |
Un
presidente de gobierno, que apenas habla y cuando lo hace supera con frecuencia
las mayores cotas concebibles de insustantividad, disertando sobre las acciones
“profundamente antidemocráticas” de los activistas de las PAH. Una delegada
gubernamental, Cifuentes es su apellido, clon impecable e incluso superador de
doña Esperanza Aguirre, intentando desprestigiar al movimiento relacionándolo
–con rectificación posterior formulada en susurros- con ETA, HB y la lucha
callejera. Dirigentes “populares” tildando de nazis a los miembros de uno de
los movimientos sociales populares más importantes de los últimos años. Una
secretaria general-popular, Cospedal Thatcher, esgrimiendo su muy conocida
batería de insultos rancio-conservadores, peineta incluida, intentando
desprestigiar ante la opinión pública las Plataformas de Afectados siguiendo
consejos de algún docto cortesano servil. Un portavoz del grupo mayoritario en
el Congreso, Alfonso Alonso, escribiendo una carta a sus correligionarios en la
que comenta que “algunos compañeros y sus familias han sufrido situaciones de
acoso que no debemos pasar por alto”, al tiempo que se muestra totalmente
incapaz de entender el “acoso y derribo” de familias trabajadoras que han sido
expulsadas de sus viviendas, arrojadas a la calle y al sálvense quien pueda,
por no poder hacer frente –por despidos laborales y/o estafas con cláusulas
abusivas, nunca por desidia- sus pagos hipotecarios. Don Pons, por supuesto,
poniéndose las botas castrenses y ordenando, con mando en plaza., posición de
firmes a la ciudadanía crítica. Doña Rosa Díez haciendo una defensa cerrada, y
muy pro domo sua, de la clase política a la que pertenece con tanta entrega y
dedicación y desde tiempos casi inmemoriales. Una conocida política
institucional, supuestamente de izquierdas, número dos de su partido, doña
Elena Valenciano, que después de recordar apenada que ella sabe bien, muy bien,
que “la gente” lo está pasando muy mal, gira rápidamente hacia su brazo
conservador, siempre tan a mano, y afirma –vale la pena no olvidar sus
palabras- que “no se puede promover la violencia y el acoso” a gente a la que
se ha votado (es decir, sus amigos del PPSOE), y sí, en cambio, por lo que
parece, ejercer violencia y acoso (aunque sea un “poco doloroso”) a familias
trabajadoras desesperadas a las que ella misma poco ayudó cuando su partido
dirigía -o jugaba a dirigir o decía que dirigía- nada menos que el timón de la
nave del Estado borbónico, sabiamente orientado en la cúspide por el suegrísimo
del yernísimo y su entrañable amiga Frau Wittgenstein (¡Ay di el autor del
Tractatus levantara la cabeza!).
Y así
siguiendo. ¿Conclusión? Es fácil, muy fácil. Que lo estamos haciendo muy bien,
pero que muy bien. Que la PAH -¡una vez más!- ha tocado, está tocando puntos
esenciales de este sistema político-económico en descomposición. Que los
movimientos sociales críticos nos están dando a todos una auténtica lección que
no debemos olvidar, mostrándonos y recorriendo caminos que vale la pena
transitar junto a ellos
El gran
maestro e historiador Josep Fontana señaló recientemente que estamos viviendo
una época en la que los miembros de las clases dominantes están más sosegados,
tranquilos y seguros de su fuerza y poder que nunca. Jamás soñaron una
situación así, tan a su gusto y medida, en estos dos últimos siglos. Se trata
de corregir la situación; lo estamos intentando. La PAH está enseñando que es
posible derribar estos muros.
Veamos
algunos vértices político-culturales de la situación a propósito de los
escraches:
Llamamos
coacción a ejercer fuerza o violencia contra alguien para obligarle a que diga
o ejecute algo contra su voluntad. También al poder legítimo del Derecho para
imponer su cumplimiento o prevalecer sobre su infracción. En Biología, coacción
es la interacción ecológica de dos o más especies que conviven en un biotipo.
Dejemos al
lado la segunda y tercera acepción. No vienen al caso. ¿El escrache es una
coacción antidemocrática? ¿Equivale a ejercer fuerza o violencia contra alguien
para obligarle a que diga o haga algo en contra su voluntad?
No, no lo
parece. El escrache, ha señalado Escudier [1], es una forma de protesta que
consiste en acudir a un lugar público o no tan público (no es fácil presionar
en ciertos ámbitos protegidos, en su propio terreno, en territorio comanche
para la ciudadanía) donde trabaje o se mueva un responsable político servil, un
empresario desalmado, un ex torturador o incluso algún asesino político que
ande suelto y escondido, y llamar públicamente la atención con la percusión de
algunos instrumentos, con algún que otro testimonio oral airado, con pancartas
de denuncia o, puestos en materia, cantándole las cuarenta a capela cuando sea
imprescindible (y lo es en numerosas ocasiones). No parece muy exagerado, no
parece que sea ningún atentado y menos, desde luego, un atentado violento y
antidemocrático. ¿Alguien ha salido lesionado? ¿Algún familiar de los
interesados ha sido ingresado por traumatismo físico o psíquico? ¿Alguien ha
sido arrojado fuera de su vivienda, a la p. calle como dirían algunos? ¿Alguien
les ha machado, tomando pie en doña Fabra, con un “que se jodan”? ¿No es
razonable denunciar lo que debe ser denunciado usando los resquicios posibles,
incrementando dos décimas y media el desasosiego de gentes acomodadas que ven
las corridas sociales sangrientas desde la barrera, con sombrero y con cuentas
abultadas para protegerse del sol, los desahucios, el desempleo, las
desigualdades y del mal tiempo? ¿Van a seguir viviendo en el mejor de los
mundos posibles mientras gran parte de la ciudadanía vive en la peor de las
pesadillas sociales?
Teniendo en
cuenta sus antecedentes más próximos, su excelente balance democrático y
popular en América Latina en la denuncia de criminales y cómplices [2], no
parece que el escrache sea un procedimiento que merezca ser desdeñado ni
permita una crítica por principio. Ni de entrada ni de salida. ¿No sería
razonable, justo, prudente, democrático e incluso urgente ir a los alrededores
del señor Boi Ruiz, el Atila neoliberal de la conselleria de Salud de la
Generalitat de Catalunya, estén donde estén, y contarle e incluso gritarle, a
él y a los suyos, que también parecen estar sordos, ciegos y muy felices de
conocerse a sí mismo y sus privilegios, el enorme sufrimiento que está
ocasionando entre sectores muy vulnerables de la ciudadanía, los que no son de
lo suyos, ni de sus amigos confortablemente situados, ni tienen acciones en sus
corporaciones amigas con moqueta y aire acondicionado mientras decrementan
sustantivamente la atención y los recursos destinados a los usuarios de la
sanidad pública?
Un lector de
Público se expresaba sobre la experiencia argentina de los escraches en
términos que vale la pena recordar. Los escraches comenzaron en su país,
señalaba, “cuando ni el Poder Ejecutivo, ni el legislativo ni el judicial
dieron respuesta al reclamo de la ciudadanía para sancionar a tantos y tantos
responsables de la dictadura cívico militar. Esos tres poderes se mostraron
cómplices de lo ocurrido al negarse a investigar y sancionar”. En el derecho
romano, recuerda, “existía una figura denominada "muerte civil". En
ella el sujeto carecía de los derechos del resto de los ciudadanos”. Los
escarches, prosigue, buscaron y buscan “visibilizar ante los vecinos a los
responsables de tanto dolor e imposibilitar su disfrute en los espacios en que
se mezclaba con el resto de la ciudadanía”. Aún hoy es posible ver que “si un
genocida aún en libertad asiste a un restaurante/tienda/espectáculo, y es
detectado por otro asistente, éste anuncie a viva voz la presencia del primero
y gran parte de los asistentes amenazan retirarse si el genocida no lo hace”. Para
la sociedad argentina, concluye el lector de Público, “los escraches han
ayudado a impedir el manto de silencio que se pretendía implantar” (¿Y en
España?… ¡Ay, España! Pongamos que hablamos de la transición-transacción y de
la memoria y el olvido históricos).
Por lo
demás, y el punto no es marginal, ha habido entre nosotros alguna reacción, no
las ya esperadas, que ha podido sorprender por su singular “razonamiento” y por
la atalaya “crítica” desde la que estaba formulada.
Fernando
Savater escribía sobre el tema el pasado lunes en ese diario del que es tan
amigo [3]. Lo hacía en estos términos. “Que el ejercicio de la política
necesita una revisión a fondo en muchos países europeos —entre ellos, desde
luego España— es una evidencia que apenas cabe discutir”. Bien por ahora. “Los
representantes electos dan a menudo la impresión de formar una casta cerrada
sobre sí misma, impermeable a todas las demandas populares difíciles de
encauzar según las rutinas burocráticas, expertos en disculpar los errores
propios agigantando los ajenos y para quienes siempre lo que se hace es lo
único que puede hacerse, por mucho sudor y lágrimas que cueste… a la sufrida
ciudadanía”. Mejor si cabe. “Pero la docilidad resignada (o desesperada) de esta
parece a punto de acabarse. Hay grupos muy dinámicos que quieren hacerse oír
saltándose a los habituales intermediarios y que están dispuestos a llevar a
las calles los debates que se echan en falta en el Parlamento”. No está mal,
nada mal.
Va a ser
cada vez más corriente, vaticina don Fernando, “que los ciudadanos reclamen
directamente a sus representantes y les expongan sus quejas, con maneras mejor
argumentadas o más tumultuosas”. Eso sí, señala el amigo de Cioran sin venir
mucho a cuento, que “una cosa es ser escuchados y otra ser obedecidos” (como
resulta evidente para todos sin necesidad de señalarlo). Los representantes
electos, prosigue, no escribe “los políticos” porque “políticos son también,
para lo bueno y lo malo, quienes les interpelan” obviando don Fernando
diferencias de calado, de mucho calado, incluso distancias años-luz entre unos
y otros, “deben tomar en consideración las voces ciudadanas apremiantes que les
llegan, aunque no sea por el conducto reglamentario”. Aunque no sea, repito, por
conducto reglamentario deben tomar en consideración esas vindicaciones. Parece
justo.
Bien, bien
en general hasta aquí. Pero llega Mr Hyde y entonces, el estudioso de
Schopenhauer, señala que “tienen que decidir de acuerdo con su leal saber y
entender pues para eso fueron votados por mucha más gente de la que suele
manifestarse”, olvidándose, como resulta evidente para él mismo y para todos,
que muchos votantes de esos representantes electos desconocen sus oscuras
intenciones en numerosos casos y, sobre todo, los intereses corporativos y
finalidades afines que esos mismos representantes suelen defender con ahínco y
compensaciones, arrojando programas y palabras de campaña al archivo de los
gestos inútiles y teatrales. La política, dicen, es realismo sucio.
Añade don
Fernando por su parte: “Que se vean escarnecidos en sus vecindarios,
coaccionados con simulacros de linchamiento y se intimide a sus familias no
solo es democráticamente intolerable sino que arroja sombras de sospecha sobre
la “espontaneidad” de los que protestan”. Las comillas de espontaneidad, nada
inocentes, son suyas, de don Fernando, y la exageración y falsedad de la
descripción lleva su firma, sin que el catedrático de Ética argumente por qué
resulta democráticamente intolerable presionar (es decir, gritar y denunciar) a
gentes con poder que actúan antidemocráticamente y agreden, ellos sí, sin
miramientos y sin simulacros (aunque, eso sí, a distancia y apretando botones
de votaciones) a gentes muy desprotegidas que viven situaciones que están a
siglos-luz de su privilegiada situación. ¿Qué deberían hacer estos ciudadanos?
¿Enviarles una carta cortés y muy, pero que muy filosófica? ¿Intentar dictar
una conferencia en el rellano de sus domicilios sobre las razones profundas del
mal y la injusticia? ¿Promover un curso de argumentación sobre el héroe y su
tarea mientras no tienen lo mínimo para ir tirando y buscan refugio en casas de
amigos o en viviendas sociales?
No acaba
aquí la cosa, no acaba aquí la carga muy-culta de la cultivada caballería savateriana.
Quienes se desgañitan, prosigue, “diciendo que si no se les hace caso no hay
democracia son poco de fiar”.¡Poco de fiar! ¿Por qué? Pues “porque la
democracia consiste también en procedimientos, garantías y respeto
institucional: lo demás es demagogia y populismo, o sea democracia basura”. ¿Lo
demás, lo que no sea procedimientos, garantías y respeto institucional, es
democracia basura? ¿Pero no había señalado lo contrario don Fernando quince
líneas arriba? ¿Debemos y podemos respetar, como soldados de un Ejército
imperial, unas instituciones ciegas, y sus procedimientos anexos, ante el
sufrimiento de sectores sociales muy pero que muy vulnerables? ¿Lo demás es
basura? ¿Incluso las sentencias del Tribunal europeo de Justicia? ¿Quiénes han
acordado, quienes respetan de hecho, esos procedimientos, esas garantías e
intervienen en la arena política siguiendo ese supuesto “respeto
institucional”? ¡Qué bien vive don Fernando! ¡Qué alejado está de todas estas
situaciones desesperadas!
La guinda
final está a la altura de los pasos citados del artículo. El que crea, señala
el autor de la Ética para Amador, “que una buena causa justifica malos modos
[¡malos modos!] debe recordar que abre la puerta a que sean empleados para
otras menos de su gusto”. Por ejemplo -son de don Fernando las ilustraciones-
para abolir la despenalización del aborto (¿por qué no dirá nada de las enormes
presiones del Opus y de grupos próximos en Nafarroa a los médicos para que se
declaren objetores?) o “la doctrina Parot, quizá para reivindicar la pena de
muerte”. ¿Es una cuestión de malos modos, de descortesía, de falta de
educación? ¿De verdad de la buena don Fernando?
La sentencia
final de la nota está a la altura del profundo conservadurismo
político-cultural de alguien que de joven coqueteó con el anarquismo y escribió
en contra de las patrias y a favor de Spinoza: “Bienvenida la participación más
amplia y enérgica de los ciudadanos, no de los borrokas”. ¡El paso, sin duda,
es un ejemplo de procedimiento político-lingüístico impecable, cortés, afable y
respetuoso! ¡Mejor imposible! ¡Qué buenos modos, qué procedimientos tan
exquisitos los usados por don Fernando!
Pero no
todo, afortunadamente, lo están llenado este tipo de declaraciones y
“reflexiones”.
Jordi Mir,
el gran discípulo de Francisco Fernández Buey, excelente conocedor de los
movimientos sociales alternativos, ha recordado cosas tan básicas como la
siguiente: “Nuestra sociedad es más sensible a la alteración del orden que a la
violencia estructural, como la pobreza, cuando el verdadero sufrimiento lo
padecen los afectados por la crisis, el desempleo y los desahucios”. Ada Colau
ha rematado el argumento: “Nos estamos volviendo locos y hemos dejado de ver el
conjunto. El límite no lo han traspasado los ciudadanos sino la praxis bancaria
y los gobiernos que les inyectan dinero público mientras la gente se tira por
la ventana”. Jaume Funes, por su parte, ha recordado oportunamente al mejor
Hegel, el que gustaba a Heine: “La legalidad es un concepto construido. Lo
legal debe ser legítimo y lo legítimo debería hallar un cauce de legalidad”. Y
no siempre es así; también éste es un ámbito en construcción.
Sugerencia
final: si los políticos institucionales, conservadores y no tan conservadores,
suelen estar y actuar al servicio de poderosos centros corporativos y grandes
grupos financieros dispuestos a casi todo menos a modificar sus prácticas de
extorsión, ¿no deberíamos extender las “molestias”, estos “malos modos” al
decir de don Fernando estas quejas democráticas críticas, intolerables para los
que suelen defender leyes y órdenes injustos e intolerables, a los
representantes más conocidos de esos centros sin alma y sentimientos y deseos
irrefrenables e insaciables de rapiña, explotación y expropiación popular?
Parece razonable. Nos va la justicia, la dignidad y nuestra misma protección en
ello.
PS: Un
ejemplo sobre desahucios y solidaridad a tener muy en cuenta [4]. Verónica Del
Río Ferreira tendría que haber abandonado hace pocos días el piso en el que
vivía desde que en 2008 fue desahuciada de su vivienda por no poder hacer
frente a la hipoteca. Su suegro, que la había acogido junto con su hija de
nueve años, también tuvo que dejar la casa. La Xunta de Galicia le retiró la
ayuda para el alquiler que tenía desde hacía cinco años.
Llegada la
fecha del desalojo, “a esta joven madre solo se le presentaba la posibilidad de
instalarse en el hostal América, con cargo al Ayuntamiento”. Las trabas eran
muchas. A pesar de que le habían ofrecido ayuda para el traslado de sus
enseres, esa semana -con muchos festivos- no iba a ser posible. Estaba también
el almacenaje de sus cosas mientras se hospedaba en el hostal. La alternativa
era el local de la Asociación Veciñal de Esteiro. A Verónica no le parecía muy
apropiado tener sus pertenencias alli. Aunque agradeció el ofrecimiento.
Es aquí
donde entra “María”, una vecina de Ferrol que, tras haberse enterado del caso,
contactó con un periódico gallego para llegar a la afectada. “María” le ofreció
la posibilidad de contratarle el alquiler de un piso –Verónica no puede: carece
de nómina o pensión– y sufragarle el importe durante un año. Verónica,
agradecida, consideró que el piso era muy grande para ella y su hija. Buscan
otras alternativas. “Tienen de plazo hasta el domingo, fecha en la que la joven
tiene que entregar las llaves de su vivienda actual”.
“María”, que
no quiere que se publique su nombre real ni el de su marido, ha declarado.
“Somos un matrimonio de pensionistas que, gracias a Dios, estamos a cubierto,
porque tenemos nuestro piso, y queremos arrimar el hombro a quien lo necesita.
Es muy triste que la gente se quede en la calle”. La Cocina Económica y Cáritas
hacen una extraordinaria labor, señala, “pero hay mucha gente sin techo que
necesita de la ayuda de todos”. Resta importancia a su gesto. “Es lo que
debemos hacer, porque todos necesitamos encontrar un corazón amigo que te ayude
a salir de los baches. Esos son los valores que hay que cultivar”.
Verónica
confía en que no sea necesario prolongar la ayuda un año. Su compañero se
marchó hace una semana a trabajar a Madagascar. Pronto podrá aportar dinero a
la familia. Como en los viejos tiempos de silencio y emigración forzada.
Notas:
[2] ¿Y por
qué nunca en España con políticos franquistas y torturadores policiales y
especies racionales y no racionales afines, incluyendo, por ejemplo, médicos
(juramento hipocrático no transgredido) al servicio de la Ley, el Orden, la
barbarie y el sufrimiento?
[3] Fernando
Savater, “Democráticamente intolerable”, El País, 23 de marzo de 2013, p. 34.
(*) Salvador
López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre
d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de
Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
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