jueves, 28 de marzo de 2013

EL SERMÓN



Artículos de Opinión | Miguel Riera (*) | 27-03-2013 | 
  En los tiempos del franquismo la mentira, la hipocresía y el cinismo camparon a sus anchas en el discurso político y en los medios de comunicación. No importaba demasiado: todos lo sabíamos, habíamos aprendido a leer entre líneas y no era fácil engañarnos.
Después, en la transición, durante un breve tiempo creímos que la mentira podía ser desterrada de la práctica política, y con ella su amiga inseparable: la corrupción.
No tardamos en darnos cuenta –no todos al principio, pero sí bastantes– de que la mentira y la corrupción seguían anidando en el corazón del sistema, de que no se había producido una ruptura completa con los moldes que habían configurado la vida política del pasado: eran los tiempos del Gal, de Filesa, de las recalificaciones urbanísticas, de las palmaditas en la espalda dadas por demócratas –de eso presumían– de CiU o de Alianza Popular a jerarcas locales franquistas cuando ingresaban en sus filas. Era la época en que centenares de jóvenes más o menos revolucionarios aparcaban sus convicciones para arrimarse al sol del PSOE, algunos de buena fe, creyendo que desde el poder se podía transformar la sociedad; otros mostrando ya su natural arribista e interesado. Total, la mentira, la corrupción, el cinismo, siguieron campando a sus anchas, y nosotros, como verdaderos idiotas, lo hemos consentido.
Y así hemos llegado a donde estamos: a una ciénaga putrefacta en la que se hunde la mayor parte de la gente mientras muchos mentirosos, muchos cínicos, muchos corruptos miran por encima del hombro a esos súbditos enfangados en las arenas movedizas de la crisis recordándoles desenfadadamente que eso les pasa por haber vivido por encima de sus posibilidades. ¡Hay que tener cara! Mentira y asco.
Porque nos mienten. Una y otra vez. Nos mienten a la cara. Unos y otros. Tapándose entre ellos las vergüenzas si pueden, o poniendo en marcha el ventilador si el asunto se les va de las manos y hay que entrar en la lógica abyecta del “y tú más”. Y florecen los escándalos de tal modo, que ahora mismo me pregunto cuántas noticia terribles, cuántas corrupciones se harán públicas en los diez días que median entre el momento en se escriben estas líneas y el momento en que llegue la revista a los lectores. Mentira y asco. Verdadero hartazgo.
Y mientras el país entero –entero: a nivel nacional y en cada una de sus autonomías – contempla, atónito e indignado, el fango infecto en que nos revolcamos, ese mismo país, tripulado por una clase política autista e insensible al sufrimiento pero muy dada al parloteo, sigue su trayecto descendiente viendo cómo crece el paro, cómo siguen cerrando miles de pequeñas empresas, cómo se reducen servicios básicos esenciales, cómo perdemos cada vez más los derechos de ciudadanía.
Impasible el ademán, tanto el gobierno como la oposición mayoritaria parecen incapaces –y esa es una apreciación benévola– de sugerir ideas para enderezar el rumbo. No saben, o no quieren.
En un par de días se celebrará (esto se está escribiendo el 18 de febrero) el gran debate del estado de la nación.
Apuesten lo que quieran a que se quedará en mera retórica y palabrería, con abundantes reproches de unos a otros y de otros a unos, y poco más.
¿La salida? Probablemente una crisis de gobierno (ni ésto); algunas caras nuevas para que todo siga igual (tampoco ésto)... Y la oposición, que no está ni se la espera, sigue sin ideas. Y el país hundiéndose... Y los sindicatos... ay, los sindicatos... Y más mentira... Y más corrupción... Y cada vez más gente atravesando la frontera de la desesperación... En definitiva: más de lo mismo. Hartazgo. ¿Hasta cuando?
(*) Miguel Riera es director de la revista mensual El Viejo Topo / 302 / marzo 2013.

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