Artículos de
Opinión | Noam Chomsky | 26-03-2013 |
Hay
“capitalismo” y luego el “verdadero capitalismo existente”. El término
“capitalismo” se usa comúnmente para referirse al sistema económico de Estados
Unidos con intervención sustancial del Estado, que va de subsidios para
innovación creativa a la póliza de seguro gubernamental para bancos
“demasiado-grande-para-fracasar”.
El sistema
está altamente monopolizado, limitando la dependencia en el mercado cada vez
más: En los últimos 20 años el reparto de utilidades de las 200 empresas más
grandes se ha elevado enormemente, reporta el académico Robert W. McChesney en
su nuevo libro Digital disconnect. “Capitalismo” es un término usado ahora
comúnmente para describir sistemas en los que no hay capitalistas; por ejemplo,
el conglomerado-cooperativa Mondragón en la región vasca de España o las
empresas cooperativas que se expanden en el norte de Ohio, a menudo con apoyo
conservador –ambas son discutidas en un importante trabajo del académico Gar
Alperovitz. Algunos hasta pueden usar el término “capitalismo” para referirse a
la democracia industrial apoyada por John Dewey, filósofo social líder de
Estados Unidos, a finales del siglo XIX y principios del XX. Dewey instó a los
trabajadores “a ser los dueños de su destino industrial” y a todas las
instituciones a someterse a control público, incluyendo los medios de
producción, intercambio, publicidad, transporte y comunicación. A falta de
esto, alegaba Dewey, la política seguirá siendo “la sombra que los grandes
negocios proyectan sobre la sociedad”. La democracia truncada que Dewey
condenaba ha quedado hecha andrajos en los últimos años. Ahora el control del
gobierno se ha concentrado estrechamente en el máximo del índice de ingresos,
mientras la gran mayoría “de los de abajo” han sido virtualmente privados de
sus derechos.
El sistema
político-económico actual es una forma de plutocracia que diverge fuertemente
de la democracia, si por ese concepto nos referimos a los arreglos políticos en
los que la norma está influenciada de manera significativa por la voluntad
pública. Ha habido serios debates a través de los años sobre si el capitalismo
es compatible con la democracia. Si seguimos que la democracia capitalista
realmente existe (DCRE, para abreviar), la pregunta es respondida acertadamente:
Son radicalmente incompatibles. A mí me parece poco probable que la
civilización pueda sobrevivir a la DCRE y la democracia altamente atenuada que
conlleva. Pero, ¿podría una democracia que funcione marcar la diferencia?
Sigamos el problema inmediato más crítico que enfrenta la civilización: una
catástrofe ambiental. Las políticas y actitudes públicas divergen marcadamente,
como sucede a menudo bajo la DCRE. La naturaleza de la brecha se examina en
varios artículos de la edición actual del Deadalus, periódico de la Academia
Americana de Artes y Ciencias.
El
investigador Kelly Sims Gallagher descubre que “109 países han promulgado
alguna forma de política relacionada con la energía renovable, y 118 países han
establecido objetivos para la energía renovable. En contraste, Estados Unidos
no ha adoptado ninguna política consistente y estable a escala nacional para
apoyar el uso de la energía renovable”. No es la opinión pública lo que motiva
a la política estadunidense a mantenerse fuera del espectro internacional. Todo
lo contrario. La opinión está mucho más cerca de la norma global que lo que
reflejan las políticas del gobierno de Estados Unidos, y apoya mucho más las
acciones necesarias para confrontar el probable desastre ambiental pronosticado
por un abrumador consenso científico –y uno que no está muy lejano; afectando
las vidas de nuestros nietos, muy probablemente. Como reportan Jon A. Krosnik y
Bo MacInnis en Daedalus: “Inmensas mayorías han favorecido los pasos del
gobierno federal para reducir la cantidad de emisiones de gas de efecto
invernadero generadas por las compañías productoras de electricidad. En 2006,
86 por ciento de los encuestados favorecieron solicitar a estas compañías o
apoyarlas con exención de impuestos para reducir la cantidad de ese gas que
emiten… También en ese año, 87 por ciento favoreció la exención de impuestos a
las compañías que producen más electricidad a partir de agua, viento o energía
solar. Estas mayorías se mantuvieron entre 2006 y 2010, y de alguna manera
después se redujeron”. El hecho de que el público esté influenciado por la
ciencia es profundamente preocupante para aquellos que dominan la economía y la
política de Estado. Una ilustración actual de su preocupación es la “enseñanza
sobre la ley de mejora ambiental”, propuesta a los legisladores de Estado por
el Consejo de Intercambio Legislativo Estadunidense (CILE), grupo de cabildeo
de fondos corporativos que designa la legislación para cubrir las necesidades
del sector corporativo y de riqueza extrema. La Ley CILE manda “enseñanza
equilibrada” de la ciencia del clima en salones de clase K-12. La “enseñanza
equilibrada” es una frase en código que se refiere a enseñar la negación del
cambio climático, a “equilibrar” la corriente de la ciencia del clima. Es análoga
a la “enseñanza equilibrada” apoyada por creacionistas para hacer posible la
enseñanza de “ciencia de creación” en escuelas públicas. La legislación basada
en modelos CILE ya ha sido introducida en varios estados.
Desde luego,
todo esto se ha revestido en retórica sobre la enseñanza del pensamiento
crítico –una gran idea, sin duda, pero es más fácil pensar en buenos ejemplos
que en un tema que amenaza nuestra supervivencia y ha sido seleccionado por su
importancia en términos de ganancias corporativas. Los reportes de los medios
comúnmente presentan controversia entre dos lados sobre el cambio climático. Un
lado consiste en la abrumadora mayoría de científicos, las academias
científicas nacionales a escala mundial, las revistas científicas profesionales
y el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC). Están de acuerdo
en que el calentamiento global está sucediendo, que hay un sustancial
componente humano, que la situación es seria y tal vez fatal, y que muy pronto,
tal vez en décadas, el mundo pueda alcanzar un punto de inflexión donde el
proceso escale rápidamente y sea irreversible, con severos efectos sociales y
económicos. Es raro encontrar tal consenso en cuestiones científicas complejas.
El otro lado consiste en los escépticos, incluyendo unos cuantos científicos
respetados –que advierten que es mucho lo que aún se ignora–, lo cual significa
que las cosas podrían no estar tan mal como se pensó, o podrían estar peor.
Fuera del debate artificial hay un grupo mucho mayor de escépticos: científicos
del clima altamente reconocidos que ven los reportes regulares del PICC como
demasiado conservadores. Y, desafortunadamente, estos cientí- ficos han
demostrado estar en lo correcto repetidamente. Aparentemente, la campaña de
propaganda ha tenido algún efecto en la opinión pública de Estados Unidos, la
cual es más escéptica que la norma global. Pero el efecto no es suficientemente
significativo como para satisfacer a los señores.
Presumiblemente
esa es la razón por la que los sectores del mundo corporativo han lanzado su
ataque sobre el sistema educativo, en un esfuerzo por contrarrestar la
peligrosa tendencia pública a prestar atención a las conclusiones de la
investigación científica. En la Reunión Invernal del Comité Nacional
Republicano (RICNR), hace unas semanas, el gobernador por Luisiana, Bobby
Jindal, advirtió a la dirigencia que “tenemos que dejar de ser el partido
estúpido. Tenemos que dejar de insultar la inteligencia de los votantes”.
Dentro del sistema DCRE es de extrema importancia que nos convirtamos en la
nación estúpida, no engañados por la ciencia y la racionalidad, en los
intereses de las ganancias a corto plazo de los señores de la economía y del
sistema político, y al diablo con las consecuencias. Estos compromisos están
profundamente arraigados en las doctrinas de mercado fundamentalistas que se
predican dentro del DCRE, aunque se siguen de manera altamente selectiva, para
sustentar un Estado poderoso que sirve a la riqueza y al poder.
Las
doctrinas oficiales sufren de un número de conocidas “ineficiencias de
mercado”, entre ellas el no tomar en cuenta los efectos en otros en
transacciones de mercado. Las consecuencias de estas “exterioridades” pueden
ser sustanciales. La actual crisis financiera es una ilustración. En parte es
rastreable a los grandes bancos y firmas de inversión al ignorar el “riesgo
sistémico” –la posibilidad de que todo el sistema pueda colapsar– cuando
llevaron a cabo transacciones riesgosas. La catástrofe ambiental es mucho más
seria: La externalidad que se está ignorando es el futuro de las especies. Y no
hay hacia dónde correr, gorra en mano, para un rescate. En el futuro los
historiadores (si queda alguno) mirarán hacia atrás este curioso espectáculo
que tomó forma a principios del siglo XXI. Por primera vez en la historia de la
humanidad los humanos están enfrentando el importante prospecto de una severa
calamidad como resultado de sus acciones –acciones que están golpeando nuestro
prospecto de una supervivencia decente. Esos historiadores observarán que el
país más rico y poderoso de la historia, que disfruta de ventajas
incomparables, está guiando el esfuerzo para intensificar la probabilidad del
desastre. Llevar el esfuerzo para preservar las condiciones en las que nuestros
descendientes inmediatos puedan tener una vida decente son las llamadas
sociedades “primitivas”: Primeras naciones, tribus, indígenas, aborígenes. Los
países con poblaciones indígenas grandes y de influencia están bien encaminados
para preservar el planeta. Los países que han llevado a la población indígena a
la extinción o extrema marginación se precipitan hacia la destrucción. Por eso
Ecuador, con su gran población indígena, está buscando ayuda de los países
ricos para que le permitan conservar sus cuantiosas reservas de petróleo bajo
tierra, que es donde deben estar. Mientras tanto, Estados Unidos y Canadá están
buscando quemar combustibles fósiles, incluyendo las peligrosas arenas
bituminosas canadienses, y hacerlo lo más rápido y completo posible, mientras
alaban las maravillas de un siglo de (totalmente sin sentido) independencia
energética sin mirar de reojo lo que sería el mundo después de este compromiso
de autodestrucción. Esta observación generaliza: Alrededor del mundo las
sociedades indígenas están luchando para proteger lo que ellos a veces llaman
“los derechos de la naturaleza”, mientras los civilizados y sofisticados se
burlan de esta tontería. Esto es exactamente lo opuesto a lo que la
racionalidad presagiaría –a menos que sea la forma sesgada de la razón que pasa
a través del filtro de DCRE.
(Tomado de
La Jornada)
Fuente: http://tercerainformacion.es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario