Saltan las alarmas en la Casa del Rey por la
creciente espiral de abucheos a la familia real
Ciudadanos
abucheando a la Reina, ayer en Valencia
José L. Lobo - 01/11/2012 (06:00h)
Hubiera
resultado casi impensable hace sólo unos años. Pero el profundo malestar
ciudadano por los efectos combinados de la crisis y los recortes, y sobre todo
el desplome de la credibilidad en la Corona a causa de episodios como el caso
Urdangarín o la cacería de elefantes en Botsuana, han convertido las
expresiones públicas de rechazo a la familia real en una imagen habitual. Felipe
de Borbón y su esposa, Letizia Ortiz, fueron abucheados la semana
pasada a su llegada al teatro Campoamor de Oviedo para presidir la entrega de
los Premios Príncipe de Asturias. Y una sonora bronca recibió ayer a la reina Doña
Sofía en la Lonja de Valencia, que albergó la ceremonia de los Premios Jaime
I.
La de ayer
fue la tercera exhibición de hostilidad hacia un miembro de la familia real en
poco más de un mes. El pasado 17 de septiembre, los abucheos a los Príncipes
eclipsaron el acto de inauguración del curso escolar
en un colegio público de Fuensalida (Toledo). Es cierto que el grueso de las
expresiones de descontento fue dirigido contra el ministro de Educación, José
Ignacio Wert, y la presidenta de Castilla-La Mancha, María Dolores de
Cospedal, por los recortes educativos. Pero el heredero y su esposa tampoco
se libraron de la ruidosa pitada que les dedicó un nutrido grupo de
estudiantes, profesores y padres de alumnos, una representación de esa España cabreada cuya
confianza en la clase dirigente está bajo mínimos.
Quienes peor
parados están saliendo de esta creciente espiral de descontento popular son los
Príncipes de Asturias, precisamente las dos figuras que la Casa del Rey trata
de proteger y potenciar, dada su condición de futuros Reyes de España. La
paradoja es que, al tener una agenda oficial mucho más intensa, Don Felipe y
Doña Letizia son también los miembros de la familia real más expuestos
públicamente y, por tanto, los que sufren un mayor desgaste. El pasado mes de
mayo, la pareja ya fue increpada por un grupo de ciudadanos cuando recorría las casetas de la Feria del
Libro de Madrid, pocas horas antes de que el Príncipe, esa misma
noche, aguantase impertérrito los silbidos al himno nacional y
las burlas al Rey durante la final de Copa en el estadio Vicente Calderón.
El contacto
directo de Don Juan Carlos con la ciudadanía en actos públicos se
ha visto sensiblemente reducido desde el estallido del caso Urdangarín y
el escándalo provocado por el safari en Botsuana. Una de las razones de esa
agenda menguante está, obviamente, en el desgaste del monarca provocado por la
edad -el próximo 5 de enero cumplirá 75 años- y por sus intervenciones
quirúrgicas, las dos últimas hace tan sólo seis meses, tras romperse la cadera
durante la polémica cacería africana. Pero hay otro argumento de peso, menos
evidente, para justificar su progresivo alejamiento de la calle: preservar en
lo posible su figura de jefe del Estado de la ira popular. Esa estrategia
explica que en los últimos meses el Rey haya limitado su agenda oficial, casi
en exclusiva, a audiencias en La Zarzuela y viajes al extranjero.
Esfuerzos
baldíos
Los
esfuerzos de la Casa del Rey por relanzar la imagen de la Corona y rescatarla
de los estragos causados por el último annus horribilis no han
calado en amplias capas de la sociedad, a juzgar por las continuas muestras de
rechazo en la calle. Ningún gesto de La Zarzuela parece suficiente para acallar
ese imparable malestar: desde el castigo a Iñaki Urdangarín, apartándolo
de la agenda oficial de la familia real y forzando su salida de Telefónica, a
las disculpas públicas del monarca por la cacería en Botsuana, pasando por la
mayor transparencia en las cuentas de la institución monárquica, el recorte en
su presupuesto o el diseño, mucho más moderno, de la nueva web de la Casa Real.
Todo parece quedarse corto.
La Casa del
Rey asiste con una mezcla de estupor y resignación a esta escalada de
animadversión ciudadana, que unas veces se expresa de forma espontánea y, en
otras ocasiones, responde al llamamiento de grupos organizados, ya sean
sindicatos, colectivos de funcionarios o miembros de plataformas como el 15-M.
"Cuando la calle está incendiada, como ocurre ahora, hay que aguantar y
poner buena cara", asegura un portavoz de La Zarzuela. "Frente a ese
malestar no podemos hacer mucho más, salvo ser más selectivos a la hora de
confeccionar la agenda oficial", añaden las mismas fuentes.
Tampoco
ayuda a rebajar la tensión el hecho de que los miembros de la familia real
vayan siempre acompañados en sus apariciones públicas, como es preceptivo, por
un miembro del Gobierno o alguna autoridad autonómica, ya que son éstos los que
suelen atraer las mayores muestras de rechazo y descontento. Ayer en Valencia,
por ejemplo, las banderas republicanas y los pitos con que fue recibida la
Reina por un centenar de ciudadanos se mezclaron con los gritos de
"¡ladrones!" dirigidos al presidente de la Comunidad Valenciana, Alberto
Fabra, y a la alcaldesa de la ciudad, Rita Barberá.
Fuente: www.elconfidencial.com
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