miércoles, 31 de julio de 2013

RECUPERAR A LA CIUDADANÍA



Superar la desafección hacia la política requiere salir de la crisis de una manera a la vez simple y complicada: corrigiendo los errores cometidos y restableciendo los equilibrios en la UE
EDUARDO ESTRADA
La crisis ha provocado en la ciudadanía una extensión de la desafección hacia la política. Esa desafección no cuestiona el sistema democrático, pero sí la capacidad de lograr que su salida se produzca de una manera rápida y cohesionada. Superar esta desafección es fundamental. Para ello es preciso entender que las causas de la crisis son tanto globales como europeas y nacionales: en cada uno de esos ámbitos, los errores y omisiones alimentan el malestar democrático y la desafección ciudadana. Por un lado, la ciudadanía percibe que, a pesar de haberse generado en el sector financiero, los costes de la crisis se están repartiendo de forma inequitativa entre países, grupos sociales y actores económicos. Por otro, observa que la Unión Europea, que desde la instauración de la democracia ha sido un aliado estratégico a la hora de llevar a cabo reformas que incrementaran el bienestar y la cohesión social, está funcionando de forma sesgada y poco democrática. Por último, la ciudadanía también aprecia nítidamente hasta qué punto el sistema político español, seriamente dañado, se ha convertido en un elemento agravante de la crisis.
En primer lugar, comencemos por recordar que la crisis tiene su origen en los mercados financieros. Su crecimiento en estas dos últimas décadas ha tenido consecuencias positivas, ya que la alta disponibilidad de crédito ha servido para financiar el consumo e inversión y, por tanto, el crecimiento y el empleo en nuestras economías. Sin embargo, al mismo tiempo, la imprudencia de muchos operadores, combinada con la laxitud regulatoria y una insuficiente supervisión, propició asumir una serie de riesgos que a la postre se demostraron fatales para el sector financiero en su conjunto, obligando a los Estados a intervenir con recursos públicos para salvar el sector.
Adoptar medidas que garanticen un mejor funcionamiento de los mercados es imprescindible tanto desde el punto de vista de la lógica de la eficiencia económica como de la legitimidad política y democrática. En ausencia de esas medidas, la globalización se deslegitimará y las sociedades democráticas tendrán que hacer frente a movimientos de carácter populista cada vez más poderosos. Evitar la ingobernabilidad y la deslegitimación requiere pues una mejor regulación, tanto en casa como en el ámbito global. Aquí la eurozona tiene un importantísimo papel que jugar pues mediante sus acciones debe señalar el camino a otros, tanto dentro como fuera de la UE, a la vez que reclamar para sí la legitimidad derivada de la eficacia regulatoria, seriamente puesta en entredicho durante la última década.
La gravedad de la recesión tiene relación directa con la calidad de la democracia nacional
En segundo lugar, aceptemos que, aun no estando en el origen de la crisis, los europeos la están sufriendo de una forma agravada debido a dos carencias. La primera es de carácter técnico, pues al comienzo de la crisis la UE carecía de los instrumentos adecuados para tratar con ella: ni disponía de cortafuegos que pudieran evitar que las deudas del sector privado saltaran al público y viceversa, ni tenía a su alcance mecanismos que le permitieran intervenir en los mercados de deuda y aliviar la presión sobre las finanzas de los Estados miembros. La segunda ha sido de carácter político, al manifestarse una discrepancia fundamental entre países acreedores y deudores respecto a los orígenes de la crisis y, por tanto, respecto a las medidas a adoptar para superarla. La confluencia de ambas carencias, técnicas y políticas, ha llevado a la UE a adoptar un patrón de toma de decisiones caracterizado por el “demasiado poco”, “demasiado tarde” y “demasiado divididos”.
La salida de la crisis del euro requiere una centralización mayor de la autoridad y una profundización de la democracia en el ámbito europeo: la sola combinación de austeridad y reformas estructurales no nos sacará de la crisis. Apoyar ese proceso, involucrando a su vez a la ciudadanía en él, es esencial si se quiere que la ciudadanía vuelva a confiar en la UE. Que Europa recupere la legitimidad requiere medidas en dos ámbitos: en el de los resultados y en el de los procedimientos. En el primero, resulta imperativo cambiar las políticas actuales, que no están funcionando, por otro tipo de políticas. Ello requiere que Berlín reconozca que la traslación sin más al resto de Europa del modelo de ajuste que Alemania se aplicó a sí misma en la década pasada no solo no está funcionando en la práctica, sino que es insostenible políticamente. Lo segundo son las instituciones y los procedimientos. La democracia nacional tiene que ser completada en el ámbito europeo con nuevas instituciones y nuevas formas de legitimación. Hoy, la legitimación democrática de la UE es solo indirecta, pues el Parlamento Europeo no tiene suficiente entidad democrática ni elige un Gobierno de verdad. Debemos, pues, reforzar la capacidad de actuación de las instituciones europeas, Comisión y Parlamento, que representan el interés general europeo, poniendo fin a los excesos y asimetrías de poder del Consejo, el Eurogrupo, el BCE o Berlín.
Esta coyuntura ha demostrado que Europa es tan fuerte o tan débil como lo son sus Estados
En tercer lugar, asumamos que, siendo los problemas de diseño y gobernanza del euro iguales para todos los Estados miembros, la gravedad de la crisis está en relación directa con la calidad de la democracia y de las instituciones nacionales. En España, como en los otros países del sur de Europa, la crisis se ha visto agravada por el mal funcionamiento de instituciones clave: Gobiernos, partidos políticos, instituciones reguladoras, supervisoras y de control, parlamentos, tribunales de justicia y Gobiernos regionales. Estas debilidades internas no solo agravan nuestra crisis, sino que hacen más difícil la salida de ella.
España arrastra, además, un déficit de presencia y actuación muy singular en el ámbito europeo. Esa falta de proyección europea le impide hoy hacer entender con suficiente claridad a algunos de nuestros socios de la UE que la salida de la crisis tiene como condición necesaria la consolidación fiscal y las reformas estructurales, pero que requiere a su vez de políticas europeas de apoyo y de un renovado diseño de las instituciones de la eurozona. El drama del desempleo español, que alimenta la desafección política, requiere pues todo un cambio en la política económica y en el diseño institucional de la UE, un cambio que España no está hoy por hoy en condiciones de lograr debido a su debilidad política en Europa.
El resultado de estas debilidades nacionales es un cambio histórico en la posición de España dentro de la UE y la percepción que de la UE tienen los españoles. La UE ha dejado de aparecer como un facilitador de las reformas, como una solución al problema español, para convertirse en un problema en sí mismo, que también requiere solución. De la europeización orgullosa de España hemos pasado a una sensación de divergencia económica y de sometimiento político. De socios europeos y sujetos activos de la integración europea hemos pasado a objetos de la desconfianza y, en consecuencia, a estar sujetos a una estricta vigilancia y condicionalidad. Por las razones descritas anteriormente, los españoles se sienten cada vez menos identificados con Europa y más súbditos sin capacidad de decisión. Por esa razón, España debe luchar por restaurar los equilibrios dentro de la UE, tanto en el plano económico, donde estamos asistiendo a una peligrosísima diferenciación entre centro y periferia, acreedores y deudores, como en los aspectos institucionales, ya que el poder se ha desplazado desde la Comisión y el Parlamento hasta el Consejo, el BCE y Berlín.
En el pasado, muchos en España han pensado que reforzar la gobernanza europea y reforzar las instituciones nacionales eran tareas contradictorias. Sin embargo esta crisis muestra lo contrario: que Europa es tan fuerte o tan débil, tanto en términos de gobierno económico cuanto de legitimidad democrática, como lo son sus Estados. Si queremos cerrar el paso a la desafección, es necesario que la ciudadanía recupere la capacidad de actuación y el control democrático en los tres ámbitos: en el nacional, reformando y mejorando nuestras instituciones; en el europeo; completando la unión monetaria y reforzando las instituciones de gobierno europeas; y en el global, regulando mejor el sector financiero y la fiscalidad. Salir de esta crisis es tan simple, y a la vez tan complicado, como corregir nuestros errores y desandar el camino que nos trajo aquí.
José Ignacio Torreblanca escribe en nombre del Círculo Cívico de Opinión, del cual es miembro.

LA ESPAÑA DE LUIS DE GÓNGORA, 400 AÑOS DESPUÉS



De aquel imperio inepto, pero soberbio en la literatura, queda ahora un país de ínfima categoría moral e intelectual, esquilmado por los trapicheos y los tráficos de influencias de los políticos y sus secuaces
EULOGIA MERLE
Estábamos por la mañana en Valdezate y Haza, y por la tarde en Lerma. Por motivos diversos, los tres pueblos de Burgos nos hicieron pensar en el hundimiento de la economía, que asolaba nuestro suelo y nuestras mentes, y en Luis de Góngora. Ese domingo de finales de mayo, en Valdezate solo se veía a mediodía una familia con perro que, en medio de la calle, se disponía a asar unas costillas; lo demás, las bodegas excavadas en la montaña que, tras años de abandono, daban al lugar un aire espectral, de catacumba siniestra, más cercano a una película de muertos vivientes que a una realidad española del siglo XXI. Por la tarde, tras atravesar el portentoso refugio de las águilas (los “raudos torbellinos de Noruega” gongorinos) en los fabulosos vestigios de la loma amurallada de Haza y recorrer bellísimas extensiones de retorcidos viñedos primero y de verde cereal después, nos pusimos en el centro histórico de Lerma, donde la majestuosidad del recinto antiguo invitaba a un brindis por la herencia arquitectónica de don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, el poderoso valido de Felipe III.
En la plaza mayor de Lerma, la consabida tienda de productos típicos estaba regentada por un matrimonio catalán de la Barcelona periférica, que había abandonado Cataluña de resultas de la crisis y no parecía sentir nostalgia. Mientras el periódico regurgitaba por todas sus columnas el expolio económico y la extenuación social, Félix de Azúa declaraba con pompa que “escribir literariamente es una tarea extenuante y hermosa” y anunciaba el papel del Quijote como génesis o Génesis literario de nuestra lengua vernácula castellana.
Estábamos a punto de perecer, engullidos por las arenas movedizas de la burbuja inmobiliaria, de la crisis económica, de la vergüenza política y de la esterilidad literaria; demasiado concentrados en nuestro desventurado destino personal para recordar que el descrédito político y la inanidad institucional no arrastran necesariamente en su grupa un vacuo serón cultural. En la plaza mayor de Lerma, con un refulgente sol primaveral, pero con un cielo azul raso y unos aires cortantes más propios de febrero, proclives a una cierta lucidez, cerré los ojos con la taza de café en la mano y recordé que en 1913, en la antesala de la I Guerra Mundial, Juan Ramón Jiménez estaba alumbrando Platero y yo; que en 1813, entre los restos de las últimas bayonetas de mariscales franceses y generales españoles, moría una de las cabezas más cultivadas que había dado España, la de un catalán que adoraba Madrid y que atendía al nombre de Antonio de Capmany y de Montpalau; que en 1713, cuando Cataluña casi doblegaba la cerviz rebelde, se fundaba la Real Academia Española; y que en 1613, cuando el duque de Lerma por acción y Felipe III por inacción convertían la política y la sociedad españolas en un sarao colosal de influencias, dádivas y prerrogativas sin disimulos ni máscaras, en un trapicheo en beneficio propio muy superior al que vivimos ahora, comenzaban a circular copias y copias manuscritas de las Soledades, de Luis de Góngora, y se estaba fraguando así una de las grandes y escasas revoluciones literarias de los últimos 20 siglos.
El duque de Lerma, un arribista de la peor estofa, algo hizo por las artes y las letras
Era evidente que nadie se iba a acordar, en serio, de los 100 años de Platero y yo, ni (qué risa) de los 200 de la muerte de Antonio de Capmany y de Montpalau, ni tampoco de los 400 años de la convulsión poética gongorina. Mucho menos de las circunstancias históricas que rodearon la atribulada existencia de esos hombres geniales, de sus miserias más que de sus grandezas, de sus sufrimientos más que de sus alegrías. Poco sabemos de sus biografías, incluso de la de Juan Ramón y, lo que es peor, no parece que nos haya de interesar: Platero y yo se cruza en nuestro camino por su reblandecimiento, especialmente indicado en dietas infantiles; Capmany es demasiado erudito y díscolo, demasiado catalán para su soberbio castellano; y Góngora, ¡pobre Góngora!, sigue siendo ese laberinto críptico que nos hicieron leer y aborrecer en nuestra disipada y aborregada adolescencia. Poco o nada sabemos de lo que estos tres peregrinos, dentro o fuera de su (y nuestra) patria, tuvieron que hacer para malvivir y sobrevivir; y con todo, a pesar de un entorno adverso u hostil en muchos momentos de sus vidas, nos dejaron un fruto excelso, que deberíamos estar conmemorando con todos los honores este año redondo de 2013, en lugar de chapotear con gusto en la chanca de la actualidad, convertida en bochornoso espectáculo diario de masas.
No sé si la España de hoy se parece a la de 1913, a la de 1813 o la de 1713. Sin duda, es un calco político de la de 1613, y que los historiadores de la época (Antonio Feros, Bernardo José García García, Patrick Williams o Alfredo Alvar) me desmientan si disienten. De la estrangulada redoma social de la España de hace cuatro siglos, de las ansias depredadoras del duque de Lerma, que miraba para él y para los suyos, pero también, a sabiendas o no, para la posteridad, estamos disfrutando de un beneficio cultural de proporciones descomunales. Ese legado se concreta en lo literario en las Soledades de Góngora, esta sí la verdadera Biblia para un país sin Biblia, que alcanza un reconocimiento inmediato y fulgurante, a través de su legión de imitadores y comentaristas, que intuyen al punto el alcance de ese monstruoso engendro poético, capaz de provocar un intenso y tenso debate cultural que traspasará con amplitud el coto de los vates.
Ese Góngora de 1613, al que el pusilánime Cervantes teme entonces agraviar en sus alabanzas aunque las suba al grado más supremo, cuenta en las Soledades un viaje imaginario como forma de evasión del mundo circundante; la gente más informada se lo agradece, porque en 1613 pocas son las vías para escapar del estanque putrefacto de la política, habida cuenta de que no existen el fútbol, las drogas, los viajes transoceánicos o la informática. Sin embargo, solo cuatro años más tarde, ese mismo Góngora, ese altivo señorito y racionero cordobés, acuciado por las deudas y por las estrecheces pecuniarias, arrastrará su pluma más mendicante en prosecución de un cargo institucional, hasta el punto de pergeñar en 1617 las 69 octavas reales del Panegírico al duque de Lerma, que, como su título indica, es una loa desaforada del primer ministro de Felipe III, a la sazón el hombre más poderoso y corrupto del reino.
¿Qué están haciendo los que nos gobiernan hoy, de qué cohorte artística se han rodeado?
Cuatrocientos años después, ¿qué queda de aquella España imperial, inepta en la política, pero soberbia en la literatura? Una España de ínfima categoría moral e intelectual, esquilmada por los trapicheos y los nudos y tráficos de influencias de los políticos y sus secuaces. Esa misma España jactanciosa que desconoce orgullosamente la trascendencia histórica y literaria de 1613, de Luis de Góngora y de las Soledades. Mucho me temo que, por motivos antagónicos, 1613 y 2013 son dos años climatéricos de nuestra historia. Hace 400 años gobernó nuestro país el duque de Lerma, un arribista de la peor estofa, un déspota que trabajó para amasarse una inmensa fortuna para vivir una vida mullida y regalada, de lujo y comodidad máximos según los estándares de la época; pero, pese a ello y todos sus defectos, el duque tenía también su punto de conciencia histórica y quiso y supo invertir algo de su tiempo y de su dinero en ser inmortalizado por algunos de los grandes genios de las artes y las letras, como Rubens y Góngora.
Por contra, ¿qué están haciendo quienes nos gobiernan hoy para que dentro de 400 años los españoles no se avergüencen de nuestra paupérrima y depauperada actividad cultural, de qué cohorte artística se han rodeado y cómo los inmortalizará?
José Manuel Martos es director editorial de Gredos.
Fuente: www.elpais.com


EL PORTAVOZ DE LOS MAQUINISTAS: "NO QUEREMOS PENSAR QUE PELIGRA LA SEGURIDAD POR LA PRISA POR INAUGURAR"

"Todos tenemos nuestra parte de responsabilidad en el descarrilamiento del Alvia, desde cualquier maquinista -y no solo Garzón- hasta el presidente del Gobierno", denuncia el secretario de comunicación de Semaf, Santiago Pino
PAULA DÍAZ Madrid 31/07/2013 07:44 Actualizado: 31/07/2013 07:44

El maquinista del tren accidentado, Francisco José Garzón Amo, a la salida de los juzgados. EFE

El maquinista del tren accidentado, Francisco José Garzón Amo, a la salida de los juzgados. EFE

Desde el principio apuntaron a los sistemas de seguridad como, al menos, corresponsables de la tragedia. El Sindicato Español de Maquinistas y Ayudantes Ferroviarios (Semaf) reconoce que el exceso de velocidad causó el accidente del Alvia Madrid-Ferrol que descarriló, hace hoy una semana, a tan sólo tres kilómetros de la estación de Santiago, pero, a día de hoy, continúa defendiendo que "no se debió sólo a un error humano".
Ante la prisa de los dirigentes de Adif y Renfe, que enseguida culparon al conductor, Francisco José Garzón Amo, por su "imprudencia" [se le imputan 79 homicidios imprudentes], desde Semaf insisten en que, aunque "hay que esperar datos oficiales, hay algo más que no ha funcionado". Así lo manifiesta el portavoz del sindicato, Santiago Pino, que charló ayer con Público, antes de conocer el contenido de la caja negra del tren accidentado.
Los resultados de la misma, por lo que se conoce hasta ahora, revelan que Garzón estaba hablando con Renfe en el momento en que ocurrió el accidente, que descarriló a 153 kilómetros por hora y que, en el trazado anterior a la fatídica curva de A Grandeira, el tren circulaba a 192.  
De momento, de las características de la vía férrea de esa zona, de los dos sistemas de seguridad presentes en la misma [el European Rail Traffic Managemegent System -ERTMS- y el Aviso de Señales y Frenado Autómatico -ASFA- Digital], y de los detalles de dicha comunicación entre la empresa  el maquinista, apenas se sabe nada por fuentes oficiales. Pero, según cita La Voz de Galicia, el auto del Juzgado número 3 de Santiago -que dejó a Garzón en libertad con cargos-  confirma que ninguna señal indicó al conductor que debía reducir la velocidad de 200 kilómetros por hora a tan sólo 80. Y hasta Adif ha admitido a infoLibre que, de haber tenido el ERTMS instalado en toda la línea, el accidente no habría ocurrido.
No obstante, el ERTMS que envía información continúa al maquinista y corrige sus errores automáticamente y que debería operar, en principio, en toda la red de Alta Velocidad, no lo hace. "En las líneas Madrid-Barcelona, Madrid-Valencia, Madrid-Valladolid, sí está instalado, pero, por ejemplo, en la de Madrid-Alicante sólo se encuentra en pruebas", especifica Pino [en la imagen inferior].

"El ERTMS es el sistema más moderno y más seguro que existe", asegura. Pero, aun así, "el ASFA, que no corrige al maquinista, pero sí le avisa y le recuerda lo que tiene que hacer cada 'X' kilómetros, lleva muchísimos años funcionando y es fiable", continúa el secretario de comunicación de Semaf. "Normalmente, no pasa nada, pero no elimina al 100% la posibilidad de que tú cometas un error", explica.
Público también consultó con técnicos ferroviarios que aseguran que la instalación de dos balizas de señalización antes de la curva podría haber evitado la catástrofe. ¿El motivo? Si el maquinista hubiese sido avisado de que estaba yendo demasiado rápido y no hubiese visto la señal, el siguiente semáforo se habría puesto en rojo y, tras sobrepasarlo, el tren se habría frenado.
Desde Semaf, por su parte, prefieren "no acusar a nadie hasta que no se conozcan datos oficiales", pero sí apuntan a que, "por lo que se sabe hasta ahora, en cabina no se recibió ninguna información de aviso para que frenase". "La única información de que disponía Garzón para saber la velocidad marcada en esa curva es el Libro Horario, una especie de hoja de ruta donde figuran todas las estaciones de la línea, las paradas, los sistemas de seguridad que funcionan en cada trayecto y los límites de velocidad", agrega Pino. Ello significaría, como aventuró su sindicato en un principio, que existió un fallo de seguridad en el sistema de control: el ASFA Digital.
A ello se uniría, según diversas fuentes que han emitido su opinión en los últimos días, la complejidad de la curva situada en la parroquia de Angrois, ya advertida por técnicos de Adif durante la inauguración del trazado Ourense-Santiago-A Coruña, o la transición entre los anchos de vía de Alta Velocidad y convencional que se da en dicha zona. Algunas de esas fuentes denunciaban también la "prisa inauguratoria" de políticos de uno y otro color como posible causa primera de todos estos fallos.
"En este sentido no debemos ser revisionistas -opina Pino- porque las inauguraciones de nuevas líneas siempre han sido polémicas. Los socavones en Barcelona fueron objeto de duras críticas contra Francisco Álvarez Cascos, primero, y luego contra Magdalena Álvarez", recuerda. En el caso de la curva de A Grandeira, situada a la salida de un túnel y dónde se produce una brusca reducción de la velocidad, se ha apuntado también a José Blanco como uno de los políticos con más interés en llevar el AVE a Galicia. O, al menos, algo que se le pareciera, como es el caso del Alvia accidentado.
"En la línea Madrid-Sevilla también hay una curva donde hay que reducir la velocidad a 70 km/h y nunca ha pasado nada"
Aun así, el portavoz de los maquinistas no cree que esto tenga nada que ver: "No queremos pensar que se pone en riesgo la seguridad de los pasajeros por la prisa por inaugurar". "Lo ideal para todos sería que todas las líneas estuvieran perfectamente rematadas desde el origen hasta el destino en el momento de la inauguración, cuando se estrenó el AVE Madrid-Sevilla funcionaba con un sistema intermedio entre el ERTMS y el ASFA -el LZB- y nunca ha pasado nada", insiste Pino. "Tenemos una red ferroviaria segura y, de hecho, nos ha sorprendido a todos que hayamos podido tener un accidente así", agrega.
"En la línea Madrid-Sevilla también hay una curva, en Puertollano, donde el tren tiene que reducir a 70 kilómetros/hora. Los trenes pueden circular por zonas en las que hay que disminuir la velocidad y no tiene por qué pasar nada", insiste el portavoz de los maquinistas. "Lo que hay que preguntarse es por qué no se ha garantizado que esa reducción de la velocidad no genere situaciones de riesgo", sentencia.

Autocrítica

Respecto a la posible existencia de otros puntos negros en la red de ferrocarriles española, el portavoz de los maquinistas afirma que, en Semaf, hay todo un equipo de seguridad en circulación "explorando todo lo que haya podido haber mal, y no sólo en ese trayecto, sino en cualquier otro". "Ahora tenemos que ponernos las pilas porque no vale pensar que tenemos un ferrocarril seguro y que presenta los mejores índices de Europa porque, a pesar de ello, ha habido un error", manifiesta Pino.
"Todos tenemos nuestra parte de responsabilidad: desde cualquier maquinista hasta Rajoy"
"Después de que haya ocurrido algo así, te queda una cierta sensación de que quizá fuimos demasiado condescencientes, que nos hemos quedado mirando lo buenos que somos y se nos han pasado cosas...", expresa este maquinista, que también hace autocrítica con respecto a la organización a la que pertenece. "Si se dan este tipo de casos, queremos saber en qué hemos fallado como sindicato porque en el sistema todos tenemos nuestra parte de responsabilidad: desde cualquier maquinista -y no sólo Garzón- al mismo presidente del Gobierno", opina. "Porque es el sistema el que tiene que evitar que un pequeño error como el que ha ocurrido tenga unas consecuencias tan graves [han muerto 79 personas y otras 66 continúan heridas]", añade.
Garzón, de hecho, se lamentó de lo sucedido tras la tragedia. Según informa el diario El País, el maquinista le dijo a un testigo que ya había denunciado que en esa vía no se puede circular a esa velocidad sin un protocolo. Pino, en cambio, no tiene constancia de que haya habido avisos al respecto. "Si no estaba bien la vía, ¿por qué no lo hemos detectado? Tenemos que detectar si la información de ese punto llegó a nosotros, al sindicato, y luego se perdió y, entonces, detectar qué hemos hecho mal. O, si no llegó a nosotros, tenemos que trabajar para estimular a los maquinistas para que nos faciliten ese tipo de informaciones", insiste el secretario de comunicación de Semaf. "En materia de seguridad, más que una confrontación con la empresa, lo que queremos es conocer qué nos genera algún riesgo y ponerle solución", aclara.
Fuente: www.publico.es