El socialismo: una lección aprendida en las calles
Artículos de
Opinión | Milson Salgado* | 28-11-2012 |
El
socialismo que profesamos no ha sido fabricado en los laboratorios de la experimentación
social como una formula de matemáticas al margen de nuestra voluntad humana. El
socialismo que defendemos no es una receta importada del extranjero para sanar
con presunciones de varita mágica nuestros eternos males sociales. El
socialismo que proclamamos no es una herencia adquirida a base de imposiciones
culturales como dogmas teóricos que marcan la senda que debemos recorrer. El
socialismo que abrazamos no es tampoco el reino de la uniformidad ni la
aniquilación burocrática por privilegios de una minoría, de nuestros más
sinceros sueños. El socialismo que amamos no es la igualdad por decreto ni la
libertad sin pan ni la solidaridad con ventajas, con mendicidades y con
filantropía.
Ese
socialismo que se hizo semántica y sintaxis en la declaración de principios, en
el programa de acción política y en los Estatutos del Partido Libre, nació en
las calles con las luchas populares, se alimentó del llanto y del sudor de la
resistencia hondureña, abonó con su sangre el amor a un país esclavo de la explotación
económica, y preso de una minoría de burgueses parásitos que ha creado su mundo
de abundancia a imagen y semejanza de sus egoísmos, del dinero saqueado al
pueblo, de porcentajes y comisiones por nuestros recursos, y de ayudar para que
el capital trasnacional, instale sus infiernos portátiles y se nos despoje de
nuestros más elementales derechos sociales.
Ese
socialismo se aprendió en lecciones de vida en la calle, con la inmolación
sagrada de nuestros mártires que le apostaron al porvenir y practicaron el más
alto principio de solidaridad humana: Dar la vida por los demás. La lección fue
clara, ni las Fuerzas Armadas salvaban nuestra soberanía territorial peor aun
la soberanía popular, y ni la policía respetaba nuestros derechos ciudadanos.
La una y la otra cuidaban los intereses de la minoría burguesa, la una y la
otra defendían las razones de un gobierno de facto que por motivos rastreros, y
que lindan con la estupidez humana se sacrificó por las movidas geopolíticas
del imperialismo estadounidense. La una y la otra demostraron que salvar las
estructuras tradicionales de las clases poderosas era más importante que
respetar la vida de los miembros de la resistencia, puesto que estos eran una
chusma a la que había que aplastar.
Ya antes nos
habíamos enterado que éramos seres para desechar, ya antes sabíamos que
vivíamos de gratis en el mundo, como entes marginales atendiendo los caprichos
más pueriles de los poderosos, desde hace mucho tiempo sabíamos que éramos
piezas de una maquinaria mundial que amordazaba el destinos de millones de
seres humanos, pero la burbuja de una falsa civilización nos ofrecía un mundo
de sueños fabricado en pantallas rectangulares, y en castillos comerciales que
ofrecían el cielo del consumo a cambio del infierno de los míseros salarios de
los trabajadores manuales, y la fantasía nos agobió y el espejismo nos afilió a
la lista de ciudadanos. Sin embargo, el Golpe de Estado y la bestialidad de sus
secuaces y la falta de humanidad de sus verdugos nos expulsaron de nuestro ridículo
sueño, y descendimos al lugar que ocupábamos en su mundo cuadrado de categorías
y jerarquías, al papel de ciudadanos de tercera clase.
La lucha de
clases que antes leíamos como lecciones obligatorias en los colegios y las
universidades, de la que se quejaban los sacerdotes y los pastores evangélicos
en los pulpitos, y a la que aludían los miembros de la derecha y de la
izquierda, unos para negar otros para reconocer el mundo de “los contrarios”,
se hizo presencia en nuestras luchas, traducida en una clase que manda y
pretende seguir mandando, y la otra que obedece y pretende no seguir
obedeciendo. Esa lección de ciencias políticas ininteligible, se apoderó de las
calles de Tegucigalpa y de Toda Honduras.
En una calle
los de camisa y cuello blanco, los que transpiraban Channel y Victoria Secret.
En la otra calle los de camiseta roja y pantalón negro, los sudorosos a
trabajos y sol, la chusma, la de pelos revueltos y hambres ambulantes. Los
blancos bonitos con cara de polvos Menen y ejército en ristre para defenderlos
incluso de la rapacidad del sol. Los de rojos y negros golpeados y heridos por
el propio ejército que no entendía como estos malos hondureños sentían simpatía
por hombres tan odiosos como Hugo Chávez y Manuel Zelaya.
Los Blancos,
los ricos estaban furiosos con el Presidente Zelaya ¿Cómo era posible que éste
que había nacido de una familia de ricos hacendados se pasara al bando de los
miserables? ¿Cómo era posible que este loco de remate le subiera el 60% de
salario mínimo a la chusma y les quitara la ganancia a los pobres empresarios
que están al día con el pago de sus impuestos? ¿Cómo era posible que este señor
Zelaya haya bajado los intereses bancarios si los banqueros nunca han quebrado
un plato mucho menos un banco y siempre se han sacrificado por Honduras? ¿Cómo
era posible que este loco de Zelaya haya querido preguntar al pueblo si el
pueblo es tonto y no tiene capacidad para contestar?
Ellos creían
que nuestra lucha concluía cuando terminara el gobierno de facto, pero en el
camino comprendimos que el gobierno elegido por unas elecciones fraudulentas,
era la continuación del golpe que pretendía arrancar todas nuestras conquistas
sociales; y en el bajo Aguan le arrebataba la vida y la tierra a los humildes
campesinos.
Las calles
también nos enseñaron que el principio de la igualdad de todos ante la ley es
una estafa que vendieron los romanos al precio de la mentira oficial, y que la
igualdad no es tal si ésta no es igualdad económica y si no se borran las
falsas deudas y se colectivizan las ganancias.
La calle nos
dio muchas lecciones, pero nos enseñó sobre todo que debíamos abandonar las
calles transitoriamente para organizarnos, para darle contenidos vinculantes a
nuestras luchas, para no ser cómplices con nuestros silencios, para impedir con
nuestra voz y nuestro voto el despilfarro de nuestras riquezas y el robo legal
de nuestra soberanía económica, para no continuar como zombis esperando
redenciones celestiales fuera del musculo y el temple de nuestros esfuerzos de
asociación y de movilización de conciencias. Así nació el partido libre, así se
institucionalizaron sus pesadillas.
Ahora
nuestro partido Libre aspira al gobierno e inmediatamente al poder político,
para transformar nuestro país en un lugar más humano, más justo y más
solidario. Nuestras decisiones están precedidas por análisis socioeconómicos
científicos y el serio debate y la autocrítica dialéctica. Ni la improvisación
tiene espacio ni la falta de planificación tiene cabida, porque la iniquidad
tiene el tamaño del sol y la utopía histórica la distancia de nuestros sueños.
Nuestro
espíritu es revolucionario, es una constante autocrítica la que guía nuestros
pasos. Somos conscientes que nuestra realidad no esta dicha y que las
soluciones buscan cada día más a los valientes para que se aventuren en las
aguas turbulentas de las contradicciones históricas, en el debate permanente en
que empeñamos nuestras egolatrías y claudicamos a nuestros dogmas teóricos.
Nuestro
espíritu revolucionario nos convence que no debemos adoptar un triunfalismo
estéril, conscientes de que las luchas son parte de procesos que pueden
trascender nuestro tiempo o pueden resumir veinte años en un dia. Así de
impredecible es la historia, y la suma de voluntades y los engranajes con que
moviliza al mundo y a sus relaciones. En uno u otro caso está involucrado
nuestro compromiso decidido para entregar al futuro un mejor planeta y a
hombres y a mujeres nuevas.
La
revolución es una indagación sin pausas ni puntos de llegada. Es el encuentro
de buscadores para descifrar el acertijo, es el trabajo autentico por la
humanidad. Es la materia informe en nuestras manos de forjadores. Es el machete
que corta la maleza para abrir caminos, es la salida del sol, y la luna, y la
salida del sol y la luna, y los amaneceres, y las albas, nunca la puesta del
sol, porque ello supondría empequeñecer el horizonte, y nuestra revolución es
mundial.
Hoy la
conciencia es nuestra mayor arma. Con la conciencia movemos las montañas de
imposición y de encubrimiento, con nuestras consciencia los corazones generosos
siembran la paz que genera la solidaridad, y al mismo tiempo siembran la guerra
de las ideas en la que desenmascaran permanentemente los planes insidiosos de
los que tratan de crear un mundo a la medida de sus pequeñeces y sus
mezquindades. Por la conciencia sabemos que la libertad es un discurso hueco si
no hay pan, y si no hay condiciones humanas para vivir y para pensar. Por la
conciencia sabemos que no somos libres si no tenemos la información y los
medios auténticos para ejercer la libertad. Por la conciencia sabemos que somos
capaces de reunir todas nuestras diferencias, todos nuestros sueños y todas
nuestras más caras inquietudes, y que no tenemos nada que perder más que
nuestras cadenas que nos han atado a nuestra milenaria desidia y a nuestros
tradicionales y heredados miedos.
*Milson
Salgado es escritor y fiscal de las etnias en Honduras
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