¡Aquel Tratado de Maastricht!
Artículos de
Opinión | Juan Torres López | 23-11-2012 |
Es curioso
que solo muy poca gente se acuerde ahora del Tratado de Maastricht, cuando es
en él donde se encuentra el origen de los problemas que tiene ahora la Unión
Europea. A base de muchas mentiras se está haciendo creer a la gente que lo que
le sucede a los países que sufren las mayores perturbaciones es que han
realizado mucho gasto público social y que eso ha aumentado hasta niveles
insoportables el peso de la deuda pública, de donde deducen la exigencia de
llevar a cabo políticas de austeridad basadas en el recorte de derechos y
prestaciones sociales. La realidad es otra bien distinta: lo que verdaderamente
ha hecho que crezca la deuda pública (además del impacto más reciente de la crisis
financiera internacional y la subsiguiente caída en los ingresos públicos) no
ha sido el incremento del gasto público primario (es decir, el asociado a
gastos corrientes o de inversión), sino el dedicado a pagar intereses y la
deuda que ha ido siendo necesaria para afrontar la deuda anterior.
Se calcula que los Estados europeos vienen pagando a la Banca privada unos
350.000 millones de euros cada año en concepto de intereses desde que dejaron
de ser financiados por sus antiguos Bancos centrales y después por el Banco
Central Europeo (Jacques
Holbecq y Philippe Derudder, ‘La dette publique, une affaire rentable: A qui
profite le syste`me?’, Ed. Yves Michel, Pari´s, 2009). Esa es, pues, la
verdadera losa que ahora lastra a las economías europeas y no en el peso
insoportable, como quieren hacer creer, del Estado de Bienestar. No podemos
cansarnos de repetir que si los saldos primarios que ha ido teniendo el Estado
español desde 1989 se hubieran financiado a un interés del 1% por un Banco
central (como es lógico que hubiera sido) el peso de la deuda pública española
sería ahora del 14% del PIB y no el 87% actual (Eduardo Garzón Espinosa.
‘Situación de las arcas públicas si el estado español no pagara intereses de
deuda pública’: http://eduardogarzon.net/?p=328). Esa es la
demostración palpable de que son los intereses financieros y no el gasto social
el verdadero origen de la deuda, que se quiere combatir a base de recortar
derechos y democracia.
Y se olvida ahora que fue el artículo 104 del Tratado de Maastricht el que
consagró esa prohibición de que los Bancos centrales financiaran a los
gobiernos. Una
condición completamente absurda desde el punto de vista económico y financiero,
que solo beneficia a la Banca privada, que así ha podido hacer un negocio de
dimensiones auténticamente astronómicas: es fácil calcular que gracias a ello
los Bancos europeos habrán recibido graciosamente alrededor de unos siete
billones de euros desde que se ratificó el Tratado de Maastricht en concepto de
intereses. Un dinero, además, que en lugar de haberse dedicado a financiar
preferentemente el desarrollo productivo europeo ha sido el que ha alimentado
la especulación financiera, la formación de burbujas que al estallar se han llevado
por delante a economías enteras y las cuentas multimillonarias que los Bancos
europeos mantienen en los paraísos fiscales o que dedican a financiar todo tipo
de crímenes y delitos, el tráfico de armas, de personas, de droga o la
corrupción política.
Para que eso
fuese posible, el Tratado también estableció otra medida igualmente carente de
fundamento científico: la independencia de los Bancos centrales que, en
realidad, simplemente ha sido el procedimiento que permite que actúen con total
libertad al servicio de la Banca privada. Prueba de ello es que la gestión de
los Bancos centrales desde que son independientes ha sido la menos exitosa de
toda su historia, pues en esta época es cuando se ha producido el mayor número
de crisis financieras y los episodios más graves de inestabilidad monetaria.
Aunque, eso sí, la mayor distribución de renta a favor de los poderosos gracias
a la política de tipos de interés y al manejo de la cantidad de dinero
circulante.
Con tal de
favorecer a la Banca privada, el Tratado de Maastricht es el responsable
original de que los Estados europeos estén maniatados a la hora de hacer
política económica, cuyo éxito se basa inexcusablemente en la coordinación
constante entre sus diferentes responsables y entre sus diferentes manifestaciones
e instrumentos. Y de ahí, desde Maastricht, que sean tan impotentes para
controlar lo que ahora se nos está viviendo encima.
También fue
ese Tratado el que por primera vez estableció reglas igualmente absurdas de
convergencia nominal, que el tiempo se ha encargado de demostrar que eran
completamente inútiles para conseguir el equilibrio y la armonía que precisa
una unión monetaria para funcionar correctamente y sin generar más problemas
que los que resuelve. O las de estabilidad presupuestaria, tan infundadas e
injustificadas desde el punto de vista científico, que han sido incumplidas en
unas 140 ocasiones por los diferentes Estados. Y cuya perversión se demuestra
simplemente preguntándonos en qué situación se encontrarían hoy día los países,
ahora más avanzados del mundo, si hubieran estado sometidos a esas normas de
estabilidad presupuestaria desde hace 100 o 150 años.
Pero el
Tratado de Maastricht no solo fue decisivo por la introducción de estas
ataduras económicas y privilegios que condenaron a los pueblos de Europa y a
sus diferentes naciones a la situación en la que ahora nos encontramos, sino
que igualmente lo fue por la forma tan antidemocrática en la que se ratificó,
soslayando el debate social sobre este tipo de aspectos esenciales, o mejor dicho,
ocultando a los ciudadanos sus consecuencias, e incluso haciendo trampas a la
hora de aprobarlo.
Maastricht
fue, por eso, la primera y más clara alerta de que los constructores y
beneficiarios de la Europa neoliberal que allí se ponía en marcha no necesitaban
democracia, sino todo lo contrario y que, por tanto, con el Tratado comenzaba
su desmantelamiento real.
El lado
positivo de Maastricht es que demuestra el origen ilegítimo que ha tenido la
deuda que injustamente se hace recaer sobre los pueblos europeos. Y, por lo
tanto, la primera razón para auditarla en toda Europa y repudiarla cuanto
antes.
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