Moncho Alpuente
21 de
noviembre de 2014
Cuenta la leyenda (negra) que Felipe II,
al que algunos historiadores de pacotilla y de plantilla llamaron “El
Prudente”, decidió la capitalidad de Madrid por sus excelentes reservas
cinegéticas, el pelo de “El Pardo” y la pluma de Aranjuez quedaban muy a tiro y
eran muy de su gusto. Enrique III de Castilla edificó una quinta de caza en “El
Pardo” en 1405 y desde entonces el “real sitio” ha sido habitado o frecuentado
por las primeras escopetas del Reino, de Carlos I que convirtió la quinta en
palacio, a Felipe II y Carlos III, cuya compulsiva afición cinegética rayaba en
la demencia, hasta el punto de faltar al funeral de su esposa para no
perderse una buena pieza. En El Pardo cazaron los reyes de Castilla,
cazaron los Austrias y los Borbones, cazó Franco, y a su nieto favorito,
Francis, le sorprendió la Guardia Civil practicando la caza furtiva, de noche y
en un todoterreno cuyos faros deslumbraban a sus víctimas potenciales.
La caza, deporte (¿?) de reyes, sigue
sirviendo hoy de piedra de toque para cualquier arribista que se precie, la
“escopeta nacional” que ilustró Berlanga con vitriólicas imágenes sigue siendo
un símbolo y un medio de acceso a la élite de los grandes cazadores blancos.
Los osos de Fraga, los elefantes de Juan Carlos, los hipopótamos de Blesa y
ahora las cacerías de Granados y los “púnicos” son algunos hitos de una
interminable lista de matadores, de grandes depredadores y de manadas de
carroñeros. Matar es caro y los anfitriones de cacerías y monterías reciben el
apoyo y el agradecimiento de pequeños y medianos chacales y hienas que merodean
por la jungla política. Políticos y empresarios confraternizan en sus jornadas
venatorias. No hace falta tener buena puntería, ni experiencia en el manejo de
armas de fuego, en las monterías los cazadores, cómodamente apostados, ven como
desfilan ante sus cañones los venados despavoridos como señuelos de barraca de
feria, de tiro al blanco, solo que aquí las armas son mejores , las
escopetas no fallan y los trofeos son más decorativos.
Miro las fotografías de las cacerías
“púnicas” que publican los diarios y las veo oscuras y borrosas como recién
exhumadas de viejos archivos, la imagen de un grupo de hombres armados, matadores
satisfechos de animales indefensos, colegas de matanzas y de finanzas, unidos
por pactos de sangre, orgullosos caciques veteranos y aspirantes a cacique. A
los privilegiados de esta casta les conceden permisos para matar en Parques
Nacionales, actividad claramente delictiva para el común de los mortales que
practican con impunidad y alevosía. La caza atrae un turismo internacional de
calidad, ampara oscuros contubernios y llena las arcas de parásitos de
élite, dueños de fincas improductivas. Entre “La escopeta nacional” y “Los
Santos Inocentes” España sigue siendo un gran coto de caza, reserva venatoria
de Occidente.
Hay que aprender a matar, un teniente
general propone el retorno del servicio militar, matar debe estar al alcance de
todos, hay que difundir el uso, por el momento recreativo, de las armas de
fuego. Aunque me temo que esa no es la motivación del jefe militar, en unas
fuerzas armadas con más mandos que soldados se necesita un ejército de
esclavos domésticos. No voy a contarles mi “mili” pero hice más recados que
prácticas de tiro, limpié, barrí, serví copas y cafés, hice más camas que
maniobras y…
¿No sabías donde te
metías teniente Segura?
Fuente: www.publico.es
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