sábado, 22 de noviembre de 2014

LADRONES DE TIRO AL BLANCO



Moncho Alpuente
21 de noviembre de 2014
Cuenta la leyenda (negra) que Felipe II, al que algunos historiadores de pacotilla y de plantilla llamaron “El Prudente”, decidió la capitalidad de Madrid por sus excelentes reservas cinegéticas, el pelo de “El Pardo” y la pluma de Aranjuez quedaban muy a tiro y eran muy de su gusto. Enrique III de Castilla edificó una quinta de caza en “El Pardo” en 1405 y desde entonces el “real sitio” ha sido habitado o frecuentado por las primeras escopetas del Reino, de Carlos I que convirtió la quinta en palacio, a Felipe II y Carlos III, cuya compulsiva afición cinegética rayaba en la demencia,  hasta el punto de faltar al funeral de su esposa para no perderse una buena pieza.  En El Pardo cazaron los reyes de Castilla, cazaron los Austrias y los Borbones, cazó Franco, y a su nieto favorito, Francis, le sorprendió la Guardia Civil practicando la caza furtiva, de noche y en un todoterreno cuyos faros  deslumbraban a sus víctimas potenciales.
 La caza, deporte (¿?) de reyes, sigue sirviendo hoy de piedra de toque para cualquier arribista que se precie, la “escopeta nacional” que ilustró Berlanga con vitriólicas imágenes sigue siendo un símbolo y un medio de acceso a la élite de los grandes cazadores blancos. Los osos de Fraga, los elefantes de Juan Carlos, los hipopótamos de Blesa y ahora las cacerías de Granados y los “púnicos” son algunos hitos de una interminable lista de matadores, de grandes depredadores y de manadas de carroñeros. Matar es caro y los anfitriones de cacerías y monterías reciben el apoyo y el agradecimiento de pequeños y medianos chacales y hienas que merodean por la jungla política. Políticos y empresarios confraternizan en sus jornadas venatorias. No hace falta tener buena puntería, ni experiencia en el manejo de armas de fuego, en las monterías los cazadores, cómodamente apostados, ven como desfilan ante sus cañones los venados despavoridos como señuelos de barraca de feria, de tiro al blanco,  solo que  aquí las armas son mejores , las escopetas no fallan y los trofeos son más decorativos.
Miro las fotografías de las cacerías “púnicas” que publican los diarios y las veo oscuras y borrosas como recién exhumadas de viejos archivos, la imagen de un grupo de hombres armados, matadores satisfechos de animales indefensos, colegas de matanzas y de finanzas, unidos por pactos de sangre, orgullosos caciques veteranos y aspirantes a cacique. A los privilegiados de esta casta les conceden permisos para matar en Parques Nacionales, actividad claramente delictiva para el común de los mortales que practican con impunidad y alevosía. La caza atrae un turismo internacional de calidad,  ampara oscuros contubernios y llena las arcas de parásitos de élite, dueños de fincas improductivas. Entre “La escopeta nacional” y “Los Santos Inocentes” España sigue siendo un gran coto de caza, reserva venatoria de Occidente.
Hay que aprender a matar, un teniente general propone el retorno del servicio militar, matar debe estar al alcance de todos, hay que difundir el uso, por el momento recreativo, de las armas de fuego. Aunque me temo que esa no es la motivación del jefe militar, en unas fuerzas armadas con más mandos que  soldados se necesita un ejército de esclavos domésticos. No voy a contarles mi “mili” pero hice más recados que prácticas de tiro, limpié, barrí, serví copas y cafés, hice más camas que maniobras y…
¿No sabías donde te metías teniente Segura?





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